Tres grandes canciones del 2017

En medio de los festejos y del ruido de estos últimos días de diciembre, nos detenemos un instante para destacar aquí tres grandes canciones de la buena cosecha que nos deja este año que hoy termina, elegidas sin pretensión de exhaustividad y conscientes de lo inevitable de las omisiones, para despedir el 2017.

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2074

Cargando...

Como toda selección, según se dice, es incompleta, no hemos titulado esta «Las mejores canciones del 2017» a fin de ahorrarnos delitos de omisión sino que, modestamente, hemos decidido destacar aquella aleatoria trinidad a la que nos conduzcan del más espontáneo e inmediato modo los algoritmos que hayamos generado con nuestras preferencias este año que hoy termina. Pese a todo aquello que la premura del tiempo nos obliga hoy a dejar en el tintero (precisamente, llegan a nuestra mente a toda prisa, en el instante mismo de terminar de escribir lo anterior, «Hologram», de The Horrors, y «Little Dark Age», de MGMT, y sin duda nos llegarían aún más canciones reclamando su merecido lugar en esta página si tan solo suspendiéramos diez segundos nuestros golpes en el teclado para esperarlas, pero, como ya dijimos, pretender ser exhaustivos es tarea que excede nuestra capacidad en estos festivos y caóticos días), confiamos en que esta no resulte una mala cosecha para los lectores. Van, pues, a continuación, en el debido desorden, tres grandes temas del 2017.

Arcade Fire: «Everything Now»

Everything Now (Columbia Records, 2017), el quinto álbum de la banda de Montreal Arcade Fire, pinta el paisaje de los medios modernos, la vacía, recurrente claustrofobia –narcisismo y comodidad adentro, amor y miedo afuera– de nuestra existencia, tan alejada ya de aquellos temores de OK Computer a lo que entonces solo se avecinaba, y sumida en la ridícula miseria cotidiana de iniciar sesión y quedar voluntariamente expuestos como mercadería y disponibles como target (o viceversa) en un pantagruélico banquete de información que nos deja en el fondo siempre hambrientos de la realidad perdida –«Every inch of space in your head / is filled up with the things that you read», canta Win Butler en este tema, que da título al disco–.

Pero la melodía alegre y ligera y el piano recuerdan risueñamente a Abba. Por momentos débil, como si se tratara de una lucha musical contra la inercia en vez de traducir un impulso creador, por momentos confuso, como si se tratara de atrapar sentimientos reales perdidos en arreglos, ay, un tanto insípidos, el álbum ha dividido a la crítica desde su lanzamiento en junio. Y sin embargo, pese a la ambigüedad general del conjunto, indeciso entre la seriedad y la burla, entre la levedad y la homilía, el tema epónimo brilla, al cabo, con luz crepuscular como una extraña proeza. Un ritmo sostenido con desenfado lleno de evocaciones y sugerencias para una canción firme y luminosa.

Imagine Dragons: «Thunder»

Su álbum debut, Night Visions, del 2012, sigue entre los más vendidos del mundo, pero no nos dejemos cegar por prejuicios sobre trucos de estadio, percusión efectista y coros populistas: Imagine Dragons, sencillamente, es bueno. Y no solo eso: a despecho de la facilidad con la que agrada a tantos, en el fondo es condenadamente raro. Después del torturado Smoke + Mirrors del 2014, Evolve, su tercer álbum de estudio, fue este año un buen golpe comercial y artístico, y con otro indiscutible y vigoroso hit luego del longevo «Radioactive». Nos referimos al segundo single (el primero, «Believer», se dio a conocer en febrero), lanzado en abril: el poderoso «Thunder». «Just a young gun / with a quick fuse, / I was uptight, / wanna let loose», empieza Dan Reynolds a crear con insidioso falsete la expectativa desapacible de los acostumbrados tambores gigantes que –igual que los coros robóticos que multiplican la voz en el estribillo– dan al sonido del grupo de Las Vegas su característico aire apenas humano. El efecto es siempre inquietante, por más que se cuele en todos los Billboards. Al señalar lo paradójico de tal popularidad no deseamos desestimar el gusto mayoritario por esnobismo, sino indicar en este sonido un elemento perturbador, mezclado con aquello familiar que el público ya conoce, busca y disfruta. Algo del orden de lo post-humano. La última voz del hombre que se funde con la unanimidad perfecta de La Máquina. Como un alien que crece en el vientre del rock para aniquilarlo. Tremendo.

Destroyer: «Tinseltown Swimming in Blood»

En octubre la banda indie de Vancouver Destroyer lanzó su duodécimo álbum, Ken (Merge Records, 2017), cuyo segundo single es la canción aquí elegida, «Tinseltown Swimming in Blood». Por cierto, el videoclip –dirigido por Karen Zolo, a.K.a. KC– está inspirado en una película francesa de ciencia ficción sobre un desesperado experimento de viaje en el tiempo realizado después de una guerra atómica que ha destruido la civilización: La Jetée, dirigida por Chris Marker y estrenada en 1962. Al igual que la película, el videoclip de «Tinseltown Swimming in Blood» está construido con fotografías en blanco y negro. «I had no feeling, I had no past / I was the Artic, I was the vast / spaces without reprieve / I was a dreamer» («No tenía sentimiento, no tenía pasado / Yo era el Ártico, yo era los vastos / espacios sin respiro / Yo era un soñador»), canta el compositor y vocalista canadiense Dan Béjar, cuya voz presta profundidad de blues a una melodía vagamente fatalista y misteriosa, aunque precisa en su arquitectura majestuosa y triste, de textura enriquecida con la elegancia algo sórdida de unos vientos oportunos –saxo y trompeta– de añejo y decadente aire setentero, y con perversos planos electrónicos de estética postpunk. Un viaje, lleno de escalas en bares de mala muerte y en hoteles olvidados, al corazón de la noche.

montserrat.alvarez@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...