Tres escritos sobre Los Novísimos

En el mes de Los Novísimos, seleccionamos tres textos críticos sobre el colectivo artístico cuya primera aparición pública fue en este mes, hace 55 años.

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Entre la interesante y diversa producción teórica acerca de Los Novísimos, hemos seleccionado hoy tres escritos, de Jesús Ruiz Nestosa, Juan Manuel Prieto y Ticio Escobar.

Jesús Ruiz Nestosa

Conocido es el refrán de que «nada hay de nuevo bajo el sol». Y en el momento de recordar a los «novísimos» de la pintura paraguaya –aquellos jóvenes que ocasionaron una verdadera revolución dentro de la plástica al promediar los años sesenta– adquiere especial significación ya que desde entonces no volvió a registrarse un movimiento similar.

Viví todos los sucesos muy de cerca ya que por ese entonces tenía a mi cargo la página cultural del diario La Tribuna, que se publicaba con una frecuencia de dos veces por semana. Y por ser la única hoja cultural de la prensa de ese entonces, las polémicas que se generaron fueron libradas en esa arena.

El grupo estaba formado por jóvenes que tenían dieciocho a veinte años de edad, algunos de ellos con una creatividad incontenible, como el caso de Willian Riquelme; otros, con una notable capacidad de agresión a los convencionalismos y a cualquier forma de solemnidad, como el caso de José Antonio Pratt Mayans.

Aparecieron reclamando un espacio físico donde exhibir sus obras. Espacio que no existía por la simple razón que no había galerías de arte como sucede en la actualidad. Pero tenían algo más que su juventud a su favor: tenían energía, eran trabajadores –incansablemente trabajadores–, eran imaginativos y estaban dispuestos a defender su obra a través del medio que fuere.

Expusieron primero en Martel (1964) y pocos meses más tarde asaltaron a la tranquila y convencional clientela del Capri, un bar elegante que reunía a gente de cierto nivel económico, ubicado sobre la calle Palma, entre el actual Martel y el Banco de Asunción, que desapareció no hace muchos años debido a un incendio.

Todas las obras eran de gran tamaño, utilizaban preferentemente pintura sobre tela. Rescataban la abstracción, el sentido lúdico del arte, el valor del gesto y la espontaneidad. Incluso las telas de Enrique Careaga, que más tarde iba a frecuentar el arte óptico, estaban cubiertas de enormes y espontáneas manchas de pintura. Era evidente que en ellos no había intención de vender ni de entrar en ningún tipo de circuito comercial.

Protestaban contra la solemnidad del arte, contra toda forma grave y pomposa de pintar y de exponer (conste que es una época en la que casi nadie pintaba), al mismo tiempo que salían al paso del público colgando sus obras en cualquier lugar que se les permitiera hacerlo.

Estaban fuertemente influenciados por el pop-art y las locas experiencias que se realizaban en el instituto Di Tella de Buenos Aires. Admiraban los colchones de Marta Minujin y los personajes creados por aquellos artistas. Fue así como William Riquelme creó la «Jacinta», rodeándola de un mundo fantástico e irracional.

Los Novísimos eran jóvenes de clase media, nacidos, criados y educados en la ciudad, con todos los valores y anti-valores ciudadanos. Estaban creando, por lo tanto, un arte fruto de un centro urbano para ser consumido en ese mismo lugar. Se apartaron así de aquellas ideas que surgieron, no sé si al mismo tiempo, de manera paralela, un poco antes o un poco después del Grupo Arte Nuevo, que se referían a la necesidad de estar arraigado a «las raíces del país». Estos jóvenes no tenían ninguna intención de «volver a los orígenes» ni de desenterrar fantasmas. Ellos estaban vivos, bien vivos, y solo les preocupaba lo que en ese momento les rodeaba.

Desde luego que despertaron las iras de sus mayores. Pero tal cosa fue positiva, ya que llevó a descubrir muchas cosas. Entre ellas, el poco tiempo que hace falta para que cualquier movimiento, incluso uno tan radical y profundo como fue el Grupo Arte Nuevo, termine estratificándose sobre moldes muy cerrados. A través de estos jóvenes se re-descubrió la pintura (era una época en la que casi exclusivamente se dibujaba o se grababa de las más diferentes maneras) y se dio por terminada la era del «arraigo vernáculo», aún cuando hoy día haya algunos que la sigan.

Años más tarde el grupo perdió empuje: Enrique Careaga se fue a París, Angel Yegros se sumió en un larguísimo silencio, Pratt Mayans entró en el negocio de las antigüedades y se hizo galerista (Galería Muá) antes de fijar residencia en Europa. William Riquelme fue el que más fiel permaneció a sus ideas. Si bien es cierto que dejó de participar en exposiciones, siguió produciendo y hoy día su obra sigue ubicándose en los puestos más vanguardistas del arte paraguayo.

Es de esperar que esta muestra de rescate termine por convencer a los historiadores y teorizadores del arte paraguayo, del valor y profundo significado que tuvo dicho movimiento, el más importante registrado desde la aparición del Grupo Arte Nuevo. Ojalá aliente a muchos jóvenes a producir un movimiento renovador similar, capaz de sacudir el árbol de sus mismas raíces y que tanto necesitamos. Si no se mantiene una actitud crítica constante, una vigilancia continua, un cuestionamiento permanente de nuestros actos y nuestro pensamiento, se corre el peligro de terminar inmovilizados en medio de una vasta zona de aridez e improductividad creativa.

(Jesús Ruiz Nestosa: Catálogo de la exposición Los Novísimos 1964-1989, Asunción, Galería Miró, julio de 1988.)

Juan Manuel Prieto

La casa de Lotte (Schulz) estaba abierta para los pintores, poetas, estudiantes y jóvenes interesados en el arte; allí –como también en la casa de Michael Burt y Cira Moscarda– se podía preguntar, discutir y observar sin reservas el nacimiento de un grabado o de una pintura sobre tela. Laura Márquez, por su parte, traía novedades de Buenos Aires, pronunciaba conferencias e insistía, con su obra, en el aggiornamento del arte paraguayo.

En esa atmósfera de interés y entusiasmo cuatro jóvenes de todavía escasa experiencia se lanzaron a un desafío de positivas consecuencias: William Riquelme, Angel Yegros, José Antonio Pratt Mayans y Enrique Careaga exponían colectivamente, y sin mayor pompa o propaganda, en los salones de Martel de la calle Palma; eran los Novísimos (1964), y si bien la obra que presentaban en esa primera muestra todavía estaba lejos de equipararse a lo que se estaba haciendo en otras capitales del continente, el golpe fue realmente efectivo (…) Los Novísimos se ganaron inmediatamente el apoyo y la aclamación de artistas como Edith Jiménez, Laura Márquez, (Michael) Burt, Lotte (Schulz) y Leonor Cecotto, que veían en su «irrupción» un importante fortalecimiento de la plástica local. El éxito y las inquietudes de los novísimos fueron consolidados por circunstancias paralelas, como la participación de sus mismos integrantes en el club Le Grenier y en la formación del Teatro Popular de Vanguardia (TPV).

(Juan Manuel Prieto: Documentos (1952-1995). En: Josefina Pla / Olga Blinder / Ticio Escobar: Arte Actual en Paraguay 1900-1995, Asunción, Don Bosco, 1997, p. 123.)

Ticio Escobar

Tan importante como sedimentar la experiencia de la década anterior fue para este momento la necesidad de abrirla a los nuevos movimientos que irrumpían en Latinoamérica. Crecía una especie de claustrofobia cultural, y no sólo a partir de las circunstancias ya citadas –que afectaban en general al arte latinoamericano– sino desde la propia experiencia de un largo encerramiento particular que agudizaba aún más ese temor al atraso y al provincianismo, propio de los procesos nuevos de países dependientes.

El advenimiento de una nueva generación, el súbito aumento de los viajes a San Paulo, la presencia mayor de los medios de comunicación, la circulación de diversas publicaciones que traían inquietudes nuevas, la intensificación, en fin, de la vida cultural asuncena y de la actividad de instituciones extranjeras fomentaban esa ansiedad por la renovación y el cosmopolitismo, caracterizando el espíritu de la época.

La aparición de Los Novísimos expresa muy bien esa ansiedad. El grupo, formado por José A. Pratt (1943), Enrique Careaga (1944), William Riquelme (1944) y Angel Yegros (1943), surge en 1964 y se presenta como una alternativa de actualización y renovación generacional; cuestiona el encerramiento cultural y propone el uso de nuevas técnicas y medios expresivos que corresponde, de hecho, a la adopción de algunos elementos de la action painting y de la nueva figuración. Los Novísimos significan una sacudida que ayuda a movilizar la producción estética, pero que en sí misma no tiene mucha relevancia: su contribución debe ser buscada en sus efectos sobre otras prácticas. Como no constituían un grupo consistente con una experiencia previa lo suficientemente sólida como para poder soportar el impacto de lenguajes bruscamente injertados, y como carecían de un programa teórico claro (aunque estaban apoyados por Oscar Trinidad y Osvaldo González Real quienes, juntamente con Juan Manuel Prieto, constituían la nueva promoción de críticos iniciada durante la década) no pudieron absorber los distintos elementos integrándolos en respuestas bien articuladas y no tuvieron como grupo una continuidad significativa.

Por otra parte, la obra de Los Novísimos, desde el punto de vista estilístico formal, no implicó una posición revolucionaria. Muchas de las premisas visuales y de las técnicas usadas por ellos ya estaban presentes, con un sentido menos combativo quizás, en la obra de otros artistas y, en general, sus posiciones ante la práctica estética no difería demasiado de las sostenidas en el medio. Sin embargo, al destacar ese momento de renovación –que estaba viviendo toda la plástica– centrándolo en una postura de anticonformismo y crítica, Los Novísimos constituyeron un factor dinamizante y aportaron la incorporación de elementos más jóvenes.

(Ticio Escobar: Una interpretación de las artes visuales en el Paraguay, Asunción, CCPA, 1984, pp. 165-168.)

juliansorel20@gmail.com

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