Traiciones y conjuras contra el Paraguay

Documentos inéditos que, de ser auténticos, podrían dar una perspectiva distinta de ciertos hechos de la Guerra Guazú se despliegan en el recientemente lanzado libro del Dr.

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Julio César Frutos "FRANCISCO SOLANO LÓPEZ - MEMORIAS DE LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA".Es interesante profundizar en el tema, aún candente entre los paraguayos, de si López fue un megalómano que se creía el Napoleón del Plata y, por lo tanto, desbarrancó al país en una guerra catastrófica, cuyo horrendo final se presagiaba de antemano, o si, sencillamente, las circunstancias adversas que lo rodearon fueron las que lo pusieron frente a esa confrontación armada, sin posibilidad alguna de retorno. El hallazgo fortuito del Dr. Washington Ashwell de una extensa documentación inédita nos pone ahora ante una versión muchas veces insólita de hechos que ocurrieron en aquella hecatombe del 70. Quienes objetan la autenticidad de estos documentos los tienen a su disposición en la Academia Paraguaya de la Historia, para someterlos a análisis que prueben su autenticidad o falsedad. Quienes impugnan su contenido no deben olvidar que estamos hablando de memorias que dan su versión personal y subjetiva de los hechos.   

El Dr. Julio César Frutos, basado en parte de esos manuscritos, compiló algunos y los publicó en el volumen Francisco Solano López - Memorias de la Guerra contra la Triple Alianza. El tema central de todo este esfuerzo editorial es nuestra siempre fresca memoria y comprensión de la Guerra Guazú. Hechos curiosos, algunos cómicos, otros insospechados, o de gran profundidad dramática, emergen de estas líneas.   

Por ejemplo, el llanto del Mariscal cuando el 8 de junio del 65, bajo la garúa de una gélida noche invernal, se embarca en el Tacuary anclado en el puerto de la capital y es plenamente consciente de que en esa guerra tiene muy pocas probabilidades de obtener la victoria. Pronuncia unas breves palabras a la multitud allí congregada y luego abandona Asunción para marchar a Humaitá, enclavada cerca del escenario bélico. La emoción mal contenida del Mariscal da a estas páginas una tonalidad sumamente dolorosa y original. López, tal como lo presintió aquella noche, nunca más regresaría a Asunción.   

La lista de personajes históricos por cuyas manos pasaron estos manuscritos inéditos sin que ellos pudieran dotarles de suficiente sentido u organización como para una publicación coherente, armónica y depurada es casi un paseo por la historia de la cultura paraguaya. Por lo tanto, debe constatarse si la firma de estos intelectuales, aparentemente involucrados en el conocimiento de estos manuscritos, es auténtica. Y de ser así, investigar por qué el material fue derivado durante casi cien años a la oscuridad de un armario.   

En alguna parte del intervalo de la construcción de esta colección, agrega su visión de la guerra y los paraguayos el célebre Don Miguel de Unamuno, en su carácter de rector de la Universidad de Salamanca, y deja estampada su firma en un incunable de valor sencillamente inestimable. Quizás, el aspecto más relevante de este volumen tenga que ver con el reclutamiento de este eminente rector salmantino a abrazar la causa paraguaya y a prometer la publicación de un estudio completo de la guerra en diez tomos, cuya introducción es el escrito firmado que aparece en esta colección y se transcribe en su totalidad. Una buena investigación de los papeles de Unamuno podría arrojar luz sobre el destino de la obra que tuvo que haberse realizado para que se refiriera a ella con tanta rotunda certeza.   

El indubitable heroísmo derrochado por los paraguayos en la mítica contienda era pasto de fácil admiración en aquellas postrimerías del siglo XIX, cuando el romanticismo en auge pedía de todos un sacrificio sublime por la patria. Esto paralelo a gobiernos totalitarios en boga que enviaban al frente, como lo hizo Mitre, a supuestos voluntarios, que eran arreados en las provincias rebeldes sin miramientos, encadenados y trasladados a las trincheras de primera línea. Lo mismo sucedía con los esclavos negros brasileños, que, luego de ser secuestrados en su África natal y transportados con inhumana crueldad en barcos esclavistas, eran obligados a pelear una guerra, para ellos, sinsentido, en medio de la tupida selva de un continente desconocido, contra un país ignoto y por una causa totalmente ajena a sus intereses.   

Esa motivación primordial de amor al terruño donde estaban las cenizas de sus antepasados, de apego a su forma de vida, a sus tradiciones, a su religión, a sus mitos y aglutinados bajo un lenguaje cardinal que era el guaraní, su lengua materna, solo la tenían en su mayoría los paraguayos, exceptuando a los legionarios que en un acto desnaturalizado se mancharon con la sangre de sus compatriotas.   

La bíblica historia de Caín y Abel se materializaba.   

Aún así, al enterarse del siniestro tratado secreto, firmado por Brasil, Argentina y Uruguay el 1.º de mayo de 1865 y publicado en Inglaterra en mayo del 66, prácticamente se disolvió la legión, porque muchos de sus integrantes no estaban de acuerdo con tamaño genocidio programado. Mitre debe enviar al ejército a aplastar las rebeliones armadas que se produjeron en varias provincias argentinas, cuando ese pueblo, obligado a luchar en contra del Paraguay, supo los propósitos genocidas del vil acuerdo.   

Para quienes culpan exclusivamente a López del holocausto, es oportuno comentar que en el Protocolo Secreto, firmado en diciembre de 1857, por Paranhos, como representante del Imperio, y Derqui, en nombre de la Confederación de Provincias de la Argentina, se expresa claramente el propósito de traer la guerra al Paraguay "si este no se avenía a obrar de conformidad con lo que los países firmantes del tratado determinaban".   

Y el pacto tripartito, para traer esta guerra de exterminio contra los paraguayos, se había concretado traicioneramente en Puntas del Rosario, Uruguay, el 18 de junio de 1864, bajo la batuta de Edward Thornton, astuto diplomático enviado por la reina Victoria de Inglaterra cuando el imperio inglés, en plena etapa de expansión, sometía a los dos quintos de la población mundial, cubría un cuarto de las tierras emergidas, dominaba con su armada mares y océanos, y se enriquecía de la expoliación de sus colonias.   

De Francisco Solano López aparecen su breve diario de guerra y unas pocas páginas con sus supuestas memorias. La personalidad del Mariscal, cuyo temperamento y tenacidad lo sostuvieron en la lucha, a pesar de tanta adversidad, no resulta muy bien delineada en este texto. Ambos manuscritos primarios fueron aludidos por otros autores, aunque los originales nunca aparecieron, permitiendo sospechar que pudieron haber sido sustraídos por los brasileños como trofeo en Lomas Valentinas, aquel fatídico diciembre del 68, donde sin desmerecer la heroica actuación de Bernardino Caballero, quien con su pequeño grupo de combatientes cubrió la retirada de López y las escasas 100 personas que le seguían por el Potrero Mármol, sabemos que el Mariscal salvó su vida por la valiente y decidida acción de Ramona Martínez, una adolescente de 16 años, que, viendo a su comandante en Jefe rodeado de soldados de la caballería brasileña y a punto de ser tomado prisionero, blandió una espada y, en medio de amenazas, insultos y gritos desaforados que distrajeron al enemigo, permitió la huida del Mariscal para reorganizar el ejército en la última diagonal de sangre. Los esclavos africanos, atávicamente sumergidos en supersticiones y mitos, habrán pensado que se trataba de una hechicera temible o de un espectro, y su desconcierto salvó la vida del Mariscal. Sin este acto heroico, desesperado y altruista, la guerra hubiera terminado ahí mismo con el enemigo aún fresco y tal vez mucho más codicioso en concesiones paraguayas. En compuestos anónimos y en la gran literatura de la guerra, la hazaña de Ramona Martínez figura prominentemente. De hecho, la primera promoción de mujeres oficiales de las Fuerzas Armadas del Liceo Militar Mariscal Francisco Solano López se denominó precisamente "Ramona Martínez". Por su hazaña guerrera, Ramona Martínez debe recalar en el Panteón Nacional de los Héroes.   

Volviendo al tiempo de la Guerra Guazú, es de público conocimiento que el resto de los documentos paraguayos, que dificultosamente eran trasladados en carretas, fueron saqueados en Cerro Corá, ese nefasto 1.º de marzo de 1870. Y lo que no cayó allí, previamente ardió en hogueras cuando aquel funesto 1.º de enero del 69, mientras López y los patriotas que le seguían abandonaban Cerro León para establecer su cuartel general en la base de la cordillera de Azcurra, un doloroso acontecimiento paralelo sucedía en la abandonada capital, donde el coronel Hermes da Fonseca, al mando de una brigada de Infantería brasileña, perpetraba una vandálica ocupación. La ocupación armada del vencedor habría de durar hasta el 22 de junio de 1876.   

Un hecho absolutamente desconocido sale a luz cuando Escobar comenta que el emperador del Brasil tenía dos motivos para traernos la guerra, uno que la población de esclavos negros estaba creciendo demasiado y querían exterminarlos, entonces, al utilizarlos como carne de cañón en el frente de batalla se disimulaba el genocidio, y la otra que el progreso del Paraguay molestaba a Pedro II.   

El error de López se remontaba ya al Pacto de San José de Flores, en el 59, cuando fue mediador y estableció la paz entre Urquiza y Mitre, con lo cual, Urquiza, que había sido su aliado, comienza a declinar y Mitre, su acérrimo enemigo, a encumbrarse. El resultado de esta ecuación fue la unificación de la Argentina bajo las botas de Mitre, que sometió bajo degüello de los vencidos a las provincias rebeldes contra Buenos Aires y, en su afán de reconstituir las posesiones del antiguo Virreinato y de adueñarse de las Misiones y del Chaco, trajo esa guerra de aniquilación al Paraguay, considerado por él "una provincia rebelde". Según consta en la transcripción de la entrevista de Yataity Corá, Mitre en ningún momento quiso la paz. En estos manuscritos, Escobar afirma que diez veces Paraguay intentó lograr un acuerdo de paz y nunca pudo alcanzar ese objetivo.   

Si bien es cuestionable la presencia de Escobar en Cerro Corá, ya que sabemos por otros testigos que el Mariscal le había asignado la custodia de un convoy de carretas, que no llegaban porque se empantanaban a raíz de la copiosa lluvia que había caído, y Escobar, junto al general Francisco Roa, se hallaba a la salida de la picada de Chirigüelo cuando el Mariscal fue ultimado. Con posterioridad, a Escobar le intimaron rendición, mientras que a Roa, que con trece hombres defendía el paso, lo degollaron sin miramientos.   

No obstante, Escobar da acá una versión insólita de la manera en que López fue asesinado, que se opone a todo lo relatado hasta la fecha por paraguayos y brasileños. Cerro Corá no fue una batalla, sino un exterminio cruel de paraguayos, unos 15.000 jinetes de la Caballería brasileña, pertrechados con modernas armas, se abalanzaron sobre unos 415 paraguayos hambreados, heridos, enfermos y desarmados, y en menos de quince minutos arrasaron con todo, asesinando a sangre fría al Mariscal, ya agonizante, que se negó a rendirse.   

Como si eso fuera poco, le prendieron fuego al campo y en los días posteriores, prometiendo respetar la vida de los prisioneros, emprendieron una despiadada cacería, en la que ultimaron a todos los paraguayos que, al enterarse de la muerte del Mariscal, se rindieron creyendo en sus promesas. Así fue asesinado el valiente coronel Del Valle, quien por vía del Pacífico volvió desde París para, tras un viaje apocalíptico, presentarse al campamento del Mariscal y luchar junto a él durante toda la contienda. El crimen de ultimarlo, cuando los brasileños le aseguraron la vida y se entregó, fue un epílogo canallesco que este héroe y quienes estaban con él no se merecían.   

Otras anécdotas curiosas son que la escuadra brasileña no entró en acción en la batalla de Curupayty, que la Argentina se retiró de la guerra gracias a las negociaciones de Escobar con Sarmiento y que la legendaria Pancha Garmendia no murió lanceada por instigación de Lynch, sino que murió de tifus.   

El hecho de que la conducta hostil de nuestros dos grandes vecinos, Brasil y Argentina, acorralara a López y que, conforme lo estipulado en el Tratado Secreto, no le dieran otra salida que una confrontación armada no puede resultarnos extraño, ya que esa hostilidad se remonta a los tiempos de la Colonia y se extiende hasta el presente. Por lo tanto, no puede resultarnos extraño que Brasil y Argentina, motivados por las tintineantes libras esterlinas de la Inglaterra victoriana, que a cualquier precio necesitaba expandir sus mercados, trajeran esta guerra de exterminio al Paraguay. Fue un genocidio programado.   

Sin inclinarme a afirmar la autenticidad o la falsedad de estos manuscritos ahora presentados en forma de libro, he leído este volumen, cuyo contenido novedoso y hasta sorprendente resulta generador de fructíferas discusiones. Ahora debe decantarse esta información y someterla a un proceso de riguroso análisis, como todo nuevo aporte histórico debe tener. Mientras tanto, gana la ciencia histórica y el relato de los paraguayos de aquella tragedia fundacional. Los vencidos van recuperando su voz.
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