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Miguel Méndez
Antes que nada, me parece bien recordar un diálogo entre Galeano y Saramago que escuché cuando un estudiante, en el Foro Social de Porto Alegre, Brasil, les preguntó qué pensaban del papel de la universidad en la sociedad. Coincidieron en que eran antiuniversidad y en que ninguno de los dos había pretendido nunca asistir a ella. Defendieron un pensamiento y una literatura antiacademicistas. Se definieron como proletarios de la escritura que habían tenido que trabajar como obreros antes de tener renombre. Y, dejando ahora a Saramago, en eso se parecían también Günter Grass y Galeano: ninguno fue a la universidad. Ambos trabajaron en oficios comunes, y creo importante resaltarlo, sobre todo en el caso de Galeano, que no fue un intelectual académico, ni un profesional de la investigación; tampoco un poeta... Pero sí, tal vez, un escritor que en los años 70 del siglo XX despertó la sensibilidad de muchos por las causas perdidas en Latinoamérica. Mi primer libro de Galeano fue El Libro de los Abrazos; luego alguno menor, y, alguna vez, Las venas abiertas. El que más me divirtió fue Fútbol a sol y sombra; Úselo y Tírelo me gustó, un librito que indaga en la cuestión ecológica, y bueno, Patas Arriba me sirvió para darme cuenta de cómo funcionan (al revés) las cosas en el mundo. Creo que lo más importante de Galeano es que, justamente por no tener una formación académica, ni de escritor, ni de periodista, su escritura hace navegar al lector por universos heterodoxos que no se terminan de cerrar ni en la poesía, ni en el relato histórico riguroso, ni en la crónica periodista, pero que nos hacen comulgar con sus ideas de justicia y libertad. Creo que Galeano tuvo el raro papel de ser un iniciador de lectores. Unos llegan a sus textos desde la literatura, otros desde el periodismo, otros desde la preocupación social. No es poco este papel: algunos tienen que iniciar a los lectores.
Ricardo Loup
El tambor de hojalata es para mí el non plus ultra de la narrativa del siglo XX. Divertida, sarcástica, delirante, alocada, etc., etc. Creo que instaura una irreverencia en la literatura que antes no había, salvo quizás con Ulises. Y es muy densa por partes. Para mí, es genial de cabo a rabo. El tambor de hojalata es, digo a menudo, la mejor novela que he leído en mi vida; llena de ingenio, ironía y pasajes rayanos en la locura. También considero a Oskar el mejor personaje de la literatura universal. En mi opinión, lo de Galeano va por otro lado, por el lado social, más bien. Un capo, sin duda, pero menos por la literatura en sí.
Agustín Pérez Leal
Elegir un libro de Grass es fácil; de Galeano, no tanto. De Grass elegiría El tambor de hojalata porque cambió la conciencia que los alemanes tenían de sí mismos. De Galeano, Las venas abiertas... marcó época, pero no es su mejor libro (en mi opinión), así que, si tuviera que elegir uno solo, sería Memoria del fuego. Porque es literatura de alto voltaje y va más hondo y más lejos que el resto de sus libros. Y entre Grass y Galeano, elijo uno de Galeano. Galeano es un continente. Grass es solo un país. Y un país que ya pasó.
Juan Ramírez Biedermann
Elegiría El tambor de hojalata porque pocas novelas han sido capaces de hacerme sentir la desesperada necesidad de ser escuchado o entendido o justificado, y todo gracias a los gritos de Oskar Matzerath.
Mónica Bustos
El tambor de hojalata es una obra maestra de las más importantes de la literatura universal. Es surrealista, grotesca, metafórica, incómoda, genial, brillante, triste, divertida, la leí a los quince años y me produjo reacciones psicosomáticas y hasta ahora cuando tengo fiebre con alucinaciones digo que tengo la enfermedad del Tambor de Hojalata. Adiós pequeño nazi arrepentido, siempre llevaré en mi corazón tus Años de Perro.
Las venas abiertas... son las venas abiertas. Como dijo Galeano, prosa pesada de izquierda tradicional, pero con mucha influencia en Latinoamérica, la obra que lo hizo mundialmente conocido. Para mí no es lo máximo, a pesar de que en mi última novela un chupacabras izquierdista dice que es su libro favorito, pero entiendo totalmente su decisión: a él le encantan Las venas abiertas. Creo que a mucha gente es la obra que le ha marcado; claro que muchos de estos no han leído otra cosa.
Moncho Azuaga
El rodaballo y Memorias del fuego por su universalidad fundacional, su amplia visión antropológica, su belleza experimental y su profunda simbología de cantos universales sobre la condición humana. Creo que no debemos elegir entre ellos, sino sumarlos, porque son dos rostros de nuestra multiplicidad.
Lía Colombino
Los libros de Galeano están entre mis afectos, casi como si fueran gente. De esas personas que fueron parte de una historia y que ya no podrías sacar de tu vida aunque quisieras. Yo podría prescindir de Oskar, sin embargo, en mi historia personal. Así que, literariamente, elijo El tambor de hojalata, de Grass. Pero los afectos, uno no los elije.
Cristino Bogado
Elijo Años de perro (Hundejahre), de Günter Grass. Uno, porque reaparece el tambor de hojalata de niño, que «debe ser el hijo del tendero de ultramarinos Matzerath, que no está del todo bien de la cabeza». Dos, porque define Befreite Hände (peli de 1939 con la actriz del momento, Brigitte Horney) por su «olor a avellanas todavía verdes» cuando Harry y Jenny la ven mientras Harry mete el dedo en el agujero de Jenny para saber si huele como el de Tula –da para contar la historia del cine con este parámetro: ¿a qué huelen Vértigo, Satantango, El espejo, Larga es la noche, Posesión–? Tres, por la desternillante parodia y la burla sangrienta de la jerga de la autenticidad de Heidegger: «precisamente la palabrita existencia se adaptaba a todo: –¿Existe por ahí un cigarrillo? ¿Quién se viene a existir en el cine? Si no te callas la boca en el acto, te existo una. El que estaba enfermo hacia la existencia sobre un costal de paja. El permiso semanal se designaba como pausa de existencia. Y si alguien había pescado a una muchacha, se vanagloriaba, después de la retreta, de las veces que se había introducido en su existencia». Cuatro, por la moraleja dialéctica negativa final: «Y si no hubiera espantajos, tampoco habría pájaros». Y cinco, por su teoría de la narrativa, hermana de la de Las mil y una noches: «porque mientras narramos historias seguimos viviendo. Mientras se nos sigue ocurriendo algo, con efecto inesperado o sin él, historias de perros, historias de anguilas, historias de espantajos, historias de ratas, historias de crecidas de río, historias de recetas, historias de mentiras e historias de libro de lectura, mientras sigan pudiendo entretenernos historias, ningún infierno es capaz de entretenernos».
León Félix Batista
Elijo a la vez El tambor de hojalata y Las venas abiertas porque El tambor de hojalata muestra inequívoca pero imaginariamente (lo palpable mediante la ficción) la crudeza de la guerra y su azote a nuestra intimidad, porque Las venas abiertas, con razonamientos vestidos de literatura y crónica, iluminó nuestras conciencias sobre los despojos y engañifas con espejitos a los que habíamos sido (y seguíamos siendo) sometidos, y porque son dos modos de arrojar luz de dos cuyas luces se apagaron a la vez.