Teocracia y lingüística en la política vaticana de la época colonial

El movimiento religioso conocido como “Cisma de Occidente” y que tuvo lugar en Europa entre 1378 y 1429, debilitó sobremanera la hegemonía de la Iglesia Católica Apostólica Romana en el mundo occidental.

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Lino Trinidad Sanabria

Este hecho obligó a la Santa Sede a expandir sus dominios hacia otras latitudes y, cual anillo al dedo, justo se produce el descubrimiento de América, y con ello, la posibilidad concreta de que millones de nativos de las tierras descubiertas sean evangelizados en la doctrina de Cristo.

Concilio de Trento y la creación de la Compañía de Jesús

La Santa Sede no quiso desaprovechar la oportunidad y empezó así a gestar una empresa de proporciones y preparó el célebre Concilio Ecuménico de Trento (Italia), que se inició en 1545 y concluyó en 1563. Este Concilio, que duró 18 años, aunque efectivamente sesionó durante ocho, llevó a cabo grandes reformas católicas. Seis años antes del inicio, como un paso previo antes del emprendimiento, el Papa Paulo III aprueba la institución de los jesuitas, conocida también con el nombre de Compañía de Jesús (1534).Veremos luego, cómo fue estructurada esta empresa por la Santa Sede y cuál era el rol principal que se le asignó a la Compañía de Jesús, aún antes de su creación, que ante la historia aparece como una obra de San Ignacio de Loyola. El Concilio de Trento que también sesionó en Bologuia, además de las reformas adoptadas para la Iglesia Católica Apostólica Romana, resolvió establecer toda una política lingüística a llevarse a cabo en la colonia hispanoamericana, con acuerdo de la Corona española.


Resoluciones del Concilio de Trento

Dicha política lingüística se puede resumir en los siguientes puntos:
1- Evangelizar en la doctrina de Cristo a los nativos de las tierras descubiertas;
2- Encargar este trabajo de evangelización a la Compañía de Jesús;
3- Establecer cuatro lenguas generales en América: a) el nahuatl para México. b) El guaraní para el Paraguay. c) El quechua para el Perú y d) El aimará para Bolivia.

4- Encomendar a los Santos Concilios Provinciales de Lima (1562, 1567, 1584) llevar a la práctica esta política establecida, debiendo los jesuitas aprender la lengua de los nativos en sus respectivos lugares de trabajo, darle escritura a estas lenguas generales, establecer su gramática, etc.

Santos concilios provinciales de Lima

El primero de los santos concilios provinciales de Lima, el de 1562, ya empezó con la implementación de estas medidas que la historia recogió con la denominación de “Política Teocrático-Lingüística de la Santa Sede en la época de la colonia”. Se estableció así la obligatoriedad para los miembros de la Compañía de Jesús de aprender el idioma de los nativos (uno de los cuatro, declarados lenguas generales) de su lugar de residencia. Esta obligación para los jesuitas era bajo pena de excomunión (*).

Primeros trabajos lingüísticos

Los monumentales trabajos lingüísticos para darle escritura a cada una de estas lenguas declaradas, fueron iniciado, aparentemente, en diferentes épocas. Probablemente se inició primero en México, a través del sabio investigador fray Bernardino de Sahagún (1500-1590). Este aprendió el nahuatl, le dio escritura y escribió su libro de 12 tomos en nahuatl, titulado “Historia de las cosas de la nueva España” (1569). Escribió también un diccionario trilingüe Castellano-Latín-Nahuatl, otro libro titulado “Coloquios y doctrina cristiana”, un catecismo también en nahuatl, etc.

Tenemos noticias también que una gramática quechua y otros materiales en quechua para catequizadores, escritos por fray Domingo de Santo Tomás, fueron aprobados por el tercer concilio provincial de Lima (1584). En 1607 ya estaba generalizado el uso de otra gramática del quechua escrita por el padre Diego González Holguin.

Mientras tanto, en el Paraguay, un poco retrasado de acuerdo a estas informaciones precedentes, el fray Antonio Ruiz de Montoya trabajaba por el estudio y escritura de la gramática y vocabulario de la lengua guaraní, auxiliado por otros lingüistas jesuitas y algunos líderes indígenas. Ruiz de Montoya llegó al Paraguay entre 1619 y 1613, y antes de los 30 años de intensa actividad, exactamente en el año 1639, publicaba en España su monumental obra “Arte y vocabulario de la lengua guaraní”, seguido de su “Tesorero de la lengua guaraní” (1640). El primero era diccionario castellano-guaraní, y el segundo era gramática guaraní.

Decisivo apoyo de la Corona española

La Corona española apoyó decididamente a la Santa Sede en la aplicación de esta política de evangelización de los nativos de las tierras “descubiertas” en la doctrina de Cristo.
Hasta Cristóbal Colón disfrutó de los beneficios de ese apoyo de la Corona a la Santa Sede, ya que Colón firmó con la reina Isabel, el documento que legalizaba su viaje a estas tierras, documento llamado “Capitulaciones de Santa Fe”, en el cual la Corona le reconocía la jerarquía de Almirante, le designaba Virrey y Adelantado de las tierras que descubriera, todo ello a cambio de que esas tierras fueran de propiedad de la Corona, y que sus habitantes fueran convertidos al cristianismo.

Montoya concluye su trabajo

Cuando Ruiz de Montoya anunció la terminación de sus dos libros monumentales, recibió su nombramiento de Procurador de la Provincia Jesuítica del Paraguay ante la Corona española, y así emprendió el largo viaje a la metrópoli. Primero pasó por Buenos Aires para someter sus manuscritos a la aprobación con inusitada rapidez, manifestando “su convicción de que la obra de Montoya constituía un sólido apoyo para el arraigo de la fe, por estar explicada la doctrina cristiana con claridad y galanura y ser útil para los misioneros en aquella gentilidad, en la cual es muy notorio haber hecho su autor tan gran provecho con su predicación” (Montoya: Apóstol de los guaraníes-Blanco Villalta. Buenos Aires, 1954).

Los manuscritos de Montoya, aprobados por el licenciado Gabriel de Peralta en Buenos Aires, incluía también su tercer libro titulado “Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las provincias del Paraguay, Paraná y Tapé”.

Este libro también recibió especial atención de la Corona, y fue así que sus tres obras vieron la luz en la Madre Patria entre los años 1639 y 1640. El último de los nombrados, “Conquista espiritual...”, fue vertida al guaraní en 1733, y esta versión circuló en manuscrito hasta que en 1879 fue también publicada por la Biblioteca de Río de Janeiro.
Otra edición de su versión original en castellano tuvo en Bilbao-España, en el año 1892. La publicación de su primer libro, “Tesoro de la lengua guaraní” tuvo lugar cuando él contaba con 55 años de edad. Vale la pena aclarar, a propósito de algunas confusiones, que entre sus dos principales obras lingüísticas, la primera en publicarse fue el “Tesoro...”, y le siguió al año siguiente (1640) el Arte y Vocabulario, que en realidad son dos libros, publicados en un solo tomo. Este libro de 712 páginas, las primeras 102 páginas dedicada a explicaciones y ejemplos de uso de algunas categorías gramaticales y el estudio de Liuzzi es un volumen de 91 páginas.

Antonio Ruiz de Montoya, nacido en Lima en 1584, falleció en la misma ciudad, en el año 1651, a la edad de 67 años.
Fue un gran defensor de los guaraníes a quienes protegió contra los abusos de los encomenderos, y sus monumentales obras lingüísticas recibieron la consagración de varias ediciones como no tuvo ninguna otra obra contemporánea. Por la lengua guaraní hizo mucho.
Hizo todo lo que los conocimientos lingüísticos de la época le permitía.

Apoyo de los jesuitas a favor del guaraní

Sin analizar el porqué, si era por el amor que llegaron a tenerle al idioma guaraní o por el espíritu protector que profesaron hacia los indígenas o por el estigma de la excomunión, los jesuitas aprendieron y usaron el guaraní por todos los medios, especialmente desde el púlpito, y las autoridades de la Corona apoyaban sin retaceos esa actitud de los miembros de la Compañía de Jesús, y supongo que la misma circunstancia se vivía en México con el nahuatl, en el Perú, con el quechua y en Bolivia con el aimará.


Primeras persecuciones al idioma guaraní

Sin embargo, como la cantidad de mestizos era muy superior a la cantidad de criollos (la relación en el año 1580 era de 10 a 1), empezó a hacerse sentir los efectos del fenómeno sociolingüístico que se traducía en el sometimiento que ejercía el guaraní sobre el castellano. Los mestizos utilizaban el guaraní con preferencia en su diario relacionamiento, y los criollos no podían escaparse a la influencia cada vez más fuerte de la lengua hablada por la mayoría poblacional (el guaraní). Empezó a sentirse los efectos nocivos de la utilización del castellano como único idioma, en la alfabetización de los niños en edad escolar.
El bilingüismo paraguayo que configuraba ya sus especiales características, con un castellano hablado por una minoría, pero mayorizado, y un guaraní hablado por una mayoría poblacional, pero minorizado, discriminado, frente al castellano.
La Corona empezó a recibir informes y protestas de algunas autoridades nuevas que llegaban de la metrópolis y que se percataban de que el idioma castellano, en su utilización, perdía espacio frente al guaraní, y hubo reacciones entre los mismos jesuitas, como el caso del obispo Maldonado, de Tucumán, que pidió a sus superiores la prohibición de lenguas nativas, con el argumento de que el castellano, en algunas zonas, ya no era hablado ni siquiera por los mismos españoles, y este problema era común en cada una de las áreas de influencia de las cuatro lenguas generales establecidas por el Concilio Ecuménico de Trento.

Como lo resuelto por este Concilio respecto de la política teocrático-lingüística fue con apoyo de la Corona española, en ese momento, el rey Felipe II, para evitar enfrentamientos con el Vaticano, prefirió dejar las cosas como estaban.
Pero sobrevino después, en 1767, la expulsión de los jesuitas, y apenas tres años después, la situación cambió: el rey Carlos III dicta en Aranjuez la Cédula Real del 10 de mayo de 1779, por la que se toma medidas de orden lingüístico y se inicia la primera persecución contra las lenguas nativas en América, abiertamente en algunos casos y solapadamente, en otros.
El guaraní empezó a ser discriminado frente al castellano, en perjuicio de la población mayoritariamente que era guaraní hablante.


(*) “El Concilio Ecuménico de Trento resolvió catequizar al indígena de América en lengua de naturales para que, olvidando lengua y dioses propios, abracen la fe católica”.
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