Te quiero, Gata, de José Eduardo Alcázar

A veces el escritor desarrolla otras artes a través de la literatura que van más allá del goce estético y de la emoción. Por ejemplo, cuando plantea una metafísica al escribir o intenta explicar el pasaje de las letras de la mente a la vida, siendo capaz de describir un puente invisible en su naturaleza. Esta novela, que pertenece al Posboom latinoamericano, ofrece una interesante experimentación en la aplicación del discurso narrativo y la estructura.

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 Es urbana y se desarrolla mayormente entre las ciudades de San Pablo, Asunción, Helsinki y Córdoba. Lo que vemos en primer lugar es la preocupación del escritor por testimoniar la realidad con sus conflictos sociales, policiales y políticos, y en segundo lugar, el reconocimiento dentro de la misma obra de la trascendencia de escribir. Existe una sublimación de la escritura reconocida inclusive por el propio personaje.

El personaje principal es Mateo, periodista, profesor y escritor que se enfrenta a la mafia y a una enfermedad terminal, y se encuentra atrapado entre dos mundos: el del periodista como hombre visible y el del escritor como creador invisible. Cito un pasaje de la novela:

“Trabajo. Me siento frente a la pantalla blanca de la computadora y me pongo a digitar, letras, palabras, frases, dos párrafos. Borro todo antes del mediodía. Deleteo el día de trabajo por absoluta falta de calidad sobre la pantalla. Que vuelve a ser una pantalla blanca, iluminada, brillante, callada y mortal. Aunque haya deleteado lo escrito considero que trabajé. Mi trabajo de la mañana no tiene registros, no dejó memoria de lo que hago. Es como si viviera en un mundo exigente que solo permite la sobrevida a la excelencia, en este caso, a un texto bien terminado, revisado, limpio, óptimo. El reino del mejor, del más fuerte. El texto nunca sale óptimo, yo sé. Me cuesta tallarlo para que permanezca, yo sé. Hay que trabajar duro para llegar a un texto bueno, yo sé. La computadora (exigencia moderna, exigente moderno) no deja que nadie más sepa. Porque deletea las infinitas tentativas de composición, engaña y hace pensar que el texto, sin marcas de pasado, sin heridas de la mano que corrige, nace limpio, nace hecho, nace acabado. Mentira”. (Pág. 24).

Primero está el oficio de escribir. “Trabajo”. La vida de Mateo pasa por el texto como testimonio. Aquí, el personaje se sienta frente a la pantalla blanca de la computadora y se pone a digitar, letras, palabras, frases. La calidad no es tan fácil de alcanzar. El oficio de escribir es difícil. La sublimación comienza a mostrarse con una vista a la pantalla de la computadora: que vuelve a ser una pantalla blanca, iluminada, brillante, callada y mortal. Es mortal para el escritor que esté en blanco, sin ninguna palabra que decir.

Mateo siente el trabajo mental, el proceso de la creación que se da como un ensayo para la vida, intentos, repeticiones de sí mismo que irán descartándose hasta que la mejor versión (el reino del mejor, del más fuerte) venza. Es una manera de tomar el trabajo como una lucha, lo mismo que la vida. La expresión repetitiva “yo sé” anuncia la consciencia del escritor ante la experiencia de escribir, un oficio interno, solitario y sufrido.

Pero la computadora tiene la argucia de una personificación. Todo comienza a vivir bajo los dedos del escritor. Allí están los intentos fallidos, el hombre peleándose con las ideas, probando si la verdad resiste juicios. El texto se ve como el cuerpo del hombre. En este punto, la escritura se ha sublimado, es más que tinta y papel, trasciende el simple hecho de escribir. El texto que se ve sin marcas del pasado, sin las heridas de la mano que corrige, nos revela el dolor del creador eliminando a las criaturas imperfectas, las ideas como hijas de la mente. Esa aparición del texto corregido que no deja ver el continuo hacer y deshacer que está detrás revela el mundo oculto en el engaño de la perfección. El escritor sufre en ese proceso y lo que construye es un intento de mejorar la naturaleza de la escritura, pero también de las posibilidades de la vida. Más adelante, cuando recibe el diagnóstico médico de una enfermedad incurable, escribe: “Las palabras sobre el monitor de la computadora se mantienen sueltas, brutales. Porque son brutales, porque tienen valor brutal cada una de ellas, no consiguen articularse en un sentido más, cómo podría decirse, más aceptable. La brutalidad cruda no suele ser bien recibida. Es rechazada. La noticia, aun cuando es grave, no trae las marcas de esta brutalidad que surge de las palabras de internet. Por internet, la realidad que llega es otra. No es grave, es brutal”. (Pág. 27).

Mateo establece la diferencia entre el carácter de lo grave y lo brutal, en medio de la profunda angustia que siente al saber la noticia de su enfermedad terminal. La trascendencia de la escritura sigue en medio de una conversación entre Mateo y su esposa Maya: “¿Quién llamó? Un hombre, dice Maya. No dio nombre. Preguntó por vos. Dijo que no te metas en terreno ajeno. Te puede costar caro, dijo. Que pienses en tu familia la próxima vez que escribís algo para el diario, dijo”. (Pág. 37).

El phatos de Mateo oscila todo el tiempo entre el peso de escribir sobre la verdad cruda como periodista y la verdad literaria como escritor: “Mateo envía su comentario al diario. Tiene cuidado con lo que escribe. Siempre fue meticuloso, riguroso. Aunque mida y sopese cada palabra, las frases parecen explotar sobre el monitor. Las frases son bombas. Mateo habla del asesinato del policía federal”. (Pág. 41). El personaje se siente frustrado y comprometido y escribirá sus pensamientos internos entre paréntesis, al lado de su texto formal, como si se corrigiera continuamente a sí mismo, como si compusiera la realidad, lo mismo que en la ficción literaria.

“El comunicado brutal (explicar por qué es brutal) sacude al escritor que atraviesa un periodo de escasa inspiración, de crítica aguda hacia su propio trabajo, de desaliento profesional. Está en proceso de escribir una novela que, sin embargo, se estanca, no progresa, se paraliza, sin solución. La novela que no consigue llevar adelante, habla de un amor repentino, sin esperanzas (¿no tendrá esperanzas porque surge de repente?) y transcurre durante un invierno riguroso. El comunicado brutal (es brutal por ser inesperado, porque no permite ninguna esperanza), cambia la vida al escritor. Que deja de escribir. Vive, aún vive. Brujo amor. (Que es el título de la novela que escribe, como explicará más adelante)”. (Págs. 44 - 45).

Está claro que a través de la escritura Mateo purga la insatisfacción, la angustia que no puede revelar en otros espacios, que se permite ser sincero de la misma manera que es sincero al permitirse vivir la vida como personaje. Mientras Mateo trabaja en la investigación del caso policial, escribe: “¿Qué sentido tiene escribir un comentario para el diario? ¿Qué sentido tiene escribir una historia? (Anotar estos puntos. Pueden servir para un ensayo sobre el vacío que siente un escritor, ¿agotado, cansado, por una historia? ¿Todos los escritores sienten este vacío en algún momento? Referir el suicidio de Hemingway. ¿O no? ¿Qué sentido tiene escribir una novela?)”. (Pág. 49).

Estamos frente al cuestionamiento del sentido del arte confrontado con la realidad, y el planteamiento del vacío del artista. No se trata para Mateo del simple hecho de escribir una novela, se trata de la asimilación de la verdad. Enfrentado a esa búsqueda, el escritor sublima el hecho de escribir porque intuye una desconfiguración de límites entre el engaño de la realidad y la verdad de la ficción.

Este es un pequeño esbozo de lo que se puede encontrar en Te quiero, gata, con respecto a recursos. La novela, que llega a la belleza literaria, es entre otras cosas, una exposición cruda sobre lo peligroso y apasionante que puede resultar el periodismo de investigación cuando el periodista decide guiarse por sus propios códigos morales.

La novela se puede encontrar en Librería Intercontinental.

irinarafols@hotmail.com

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