Tan pronto era «sí» como «no»

La firma del Tratado de 1750, que dispuso el abandono de siete pueblos de las misiones y su traspaso a la corona de Portugal, tuvo enormes consecuencias en esta parte del mundo.

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Convencer a los indígenas de abandonar sus siete pueblos para entregárselos a los portugueses se volvía cuesta arriba. Al dejarlos, perderían todos sus bienes para comenzar de nuevo en otro sitio totalmente diferente. El padre comisario les pidió a los curas de esos pueblos que recurrieran a todo tipo de señales externas para conmover a los indígenas y convencerlos de sus intenciones.

«Todo como el padre comisario lo mandó le ejecutaron los obedientísimos misioneros, y aun añadieron a todo lo que se les mandaba algo más, como salir alguno otro de ellos con una corona de espinas. Y así se lo aseguraron haberse hecho en los cinco padres curas y con juramento como se les mandaba también. ¿Pero con qué fruto? Para quien no conocía al indio con mucho; más para quien los conocía, con muy poco o casi ninguno. Porque aunque es verdad que en los cuatro pueblos más movidos de la novedad y exterioridad extraordinaria, que de las razones dijeron, y a gritos, que sí se mudarían; pero un sí tan forzado que casi equivalía a no, al fin como fundado no tanto en las razones que ya casi, o sin casi, todas se les había propuesto otras muchas veces, cuando en la material exterioridad, con que nuevamente se les proponía. Y así, en dos de los dichos cuatro dijeron el sí de que no se resistirían más, y de que con efecto se mudarían; pero con la expresa condición de que se les diese tiempo para racionalmente hacerlo, y con tiempo cómodo; la cual condición ya verán, que no se les había de conceder. Pero al quinto pueblo, que fue el de San Nicolás, ni aun ese sí tan estrujado hubo forma de sacarle, ni con condición, ni sin ella; sino que siempre se mantuvo en su antiguo no, aunque en él se hicieron aun más exterioridades que en los otros» (1).

«En los cuales de una o de otra manera por fin se les sacó el sí de que sin resistirse más, se mudarían. Y supongamos por ahora que su propósito fue en todos muy verdadero por entonces, o muy de corazón. Mas lo que después sucedió fue lo mismo que suele suceder en los asaltos espirituales, que misiones, en que con semejante exterioridades y a puros gritos del predicador se les saca a los pecadores a los labios el propósito de no volver más a pecar; que en volviéndose el predicador con su Santo Cristo o su calavera a su celda, por lo común los pecadores se vuelven también (o tan mal) a sus antiguas costumbres. Así casi puntualmente sucedió a los dichos cuatro pueblos con las dichas insinuaciones y exteriores mandadas por el padre comisario y ejecutada por sus curas con toda puntualidad, y con tanto fervor que algún otro de ellos inmediatamente cayó más que levemente enfermo del trabajo y exterior esfuerzo que puso en persuadir a los de su pueblo (era este el de San Miguel) la pretendida mudanza. Pero después de todo eso su fervor, como veremos, sus indios fueron los primeros que faltaron al nuevo propósito de mudarse» (2).

«El padre comisario avisado de todo, dando por bien lograda su idea, o traza, y casi por hecha y concluida con ella la mudanza, dio órdenes para su pronta ejecución. Y al mismo tiempo avisó al marqués de Valdelirios primer comisario real, al padre provincial (y aun a mí también), muy alegre del suceso, y avisó también al don señor de Echeverría, a quien por caso de los demarcadores de la primera tropa de ellos, suponía ya haber llegado con los demás españoles y portugueses a la estancia de San Miguel, diciéndole que ya parecía estar todo compuesto, y que así no hiciese ni temiese con los suyos daño alguno, ni ejecutara tampoco a los indios de dicha estancia, porque no se volviese otra vez a descomponer todo. Señaló al punto a varios padres misioneros aun de los otros pueblos del Uruguay y Paraná para que al punto también y desde luego fuesen acompañando a los cuatro dichos en sus mudanzas a sus respectivos parajes, y que allí se quedasen con ellos haciendo algunas habitaciones para sí y para el resto de los dichos pueblos, que sin perder instante los habían de seguir con toda la prisa o fuga que querían los comisarios reales» (3).

«Demás de esto, para que por falta de operarios no se retrasase la labor, y para que hubiese bastantes misioneros para los otros pueblos de donde sacaba a los sobredichos, llamó el padre comisario a algunos de estos padres que estaban en los colegios más cercanos a las misiones y sabían la lengua de los indios; y al padre provincial le pedía que señalase y le enviase a otros aunque no la supiesen tan bien; y a mí me escribía que cooperase a lo mismo. Y me acuerdo que le escribí que había muy poco que fiar en aquella que al padre acaso parecía mudanza de la diestra del Altísimo; porque los indios no estaban verdaderamente convencidos, sino solamente asombrados y aturdidos, y que presto los vería vueltos a su primera terquedad. Y salí tan profeta, sin serlo, que cuando yo le estaba escribiendo esto, y aun antes de recibir su carta, ya lo había visto. No solamente el padre provincial que desde el principio hizo, como todos los demás de la provincia, particular estudio de condescender con el dicho padre comisario en todo cuanto le pidió, o mandase hacer o disponer en orden a su comisión de entregas a más de dar licencia general a todos los que quisiesen ir de los colegios a las misiones, le señaló para que fuesen con los ya llamados del padre comisario hasta trece o 14 sujetos, y dos de ellos de este colegio de Córdoba, para que por la provincia no quedase, y el dicho padre comisario, y cualquiera viese que por ella no quedaba el que los indios se mudasen y dejasen a los portugueses sus tan apreciados pueblos y deseadas tierras, si ellos querían cedérselas o dárselas, y que también cooperábamos todos a que quisiesen, aun cuando estábamos previendo que por más que hiciésemos, no habían de querer efectuarlo, y por más que algunas veces (más por muestras impertinencias que por nuestras razones) nos dijesen que sí, al fin habían de parar en lo que no, cuando llegase el caso de querer mudarlos, como ya dije, que se previó desde el principio y desde antes que el padre comisario viniese de España. Señaláronse pues los tales padres que el padre comisario pedía más cuando ya algunos de ellos iban de camino, le llegó al padre provincial contra orden del padre comisario en que le decía que ya no fuesen dichos sujetos; porque ya los indios habían mudado de parecer y se habían vuelto a su antecedente determinación de no mudarse: con que así se detuvieron los dos sujetos que aquella misma tarde del día en que llegó a este aviso habían de salir de aquí para las misiones» (4).

Notas 

(1) Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

(2) Ibid.

(3) Ibid.

(4) Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com 

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