Streep-tease: Sobre el oro global y los Globos de Oro

Lo peor del Streeptease (¿o tears?) del discurso de Meryl el domingo pasado en la entrega de los Globos de Oro es que no solo habla mal de Meryl Streep.

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Con el masivo aplauso y la entusiasta viralización que ha suscitado esta semana, habla mal de miles de millones de otros especímenes de la especie humana aparte de ella, y que no solo revela que Meryl Streep no cree en los valores cuya defensa interpreta (muy bien, por cierto, en el sentido teatral), sino que la mayoría de las personas avanzadas y progresistas de izquierda y de derecha no son tales.

«Nosotros, todos los presentes en esta sala», comienza, con voz suave (glamorosa Meryl), un poco quebradiza (sensible Meryl), pero armándose de firmeza (valiente Meryl), «pertenecemos al sector más vilipendiado [the most vilified sector (sic)] de la sociedad estadounidense», afirma, mientras las cámaras recorren a las víctimas del sistema en una orgía visual de ‘celebrities’, el sector más vilipendiado (¿VIPlipendiado? –es el chiste inevitable–) de la sociedad americana: las personas más ricas y privilegiadas de un mundo que las discrimina, como denuncia Meryl, deteniéndose con deleite comprensible en sus trajes y vestidos de cientos y miles de millones de dólares. «Piénsenlo», toma aire Meryl, y sigue (¡ah, coraje, mujer fuerte!): «Hollywood, extranjeros y la prensa».

Estallan las lozanas risas del auditorio (¡un ramillete, es un verdadero ramillete de rosas!) ante el brillante sarcasmo femenino, patada de tacos stiletto que barre de un plumazo los hechos –que, sin embargo, por despreciable que sea Trump (que también lo es, y ese es otro tema), siguen ahí (la mayoría de la prensa fue parcial durante la campaña del año pasado)–.

«Pero ¿quiénes somos, de cualquier modo?», se encoge Meryl de hombros casi imperceptiblemente, como sin haberlo estudiado. «¿Qué es Hollywood? Somos un grupo de gente que viene de todas partes...».

Aquí pasamos a los detalles de la naturaleza cosmopolita de esa élite trasnacional y nos enteramos de que en el hecho de que gente como Sarah Jessica Parker haya sido una de siete u ocho hermanos nacidos en Ohio antes de convertirse en lo que sea que se haya convertido (¿abanderada de los zapatos, adalid de la moda?), y de que Amy Adams haya nacido en el Véneto, y Natalie Portman en Jerusalén, hay algo de gesta épica, conmovedor y capaz de hacerles temblar mentones y labios inferiores a las aludidas, a la propia oradora y a la presentadora o maestra de ceremonias o lo que fuere, la actriz Viola Davis, que, estremecida en su traje amarillo de Michael Kors, escucha a Meryl (vestido negro de Riccardo Tisci para Givenchy) a unos metros de distancia física (pero no emocional, diosas ellas de la empatía) en el glorioso escenario que comparten.

«Y la hermosa Ruth Negga nació en Etiopía...». Ah, claro, la diversidad, en este caso étnica: la cámara filma a esta Negga tan poco ‘nigga’, tan intachable como para desfilar en las Pasarelas de Modelos Sin Fronteras en nombre de esa diversidad de Hollywood que sabe uniformar todo y a todos tan bien que se diría fruto de una evolución lógica, de una, en los viejos y feos términos fachos, «mejora de la raza» espontánea, gratuita (que no se vea el dinero).

Con internacional ronroneo, los héroes se dejan acariciar por las palabras mágicas de Meryl (¡una lady, una verdadera lady!), sin pensar en esas vidas grises que nunca viajarán más allá de su tele simpsoniana y las callejas de su correspondiente Springfield. «Y Dev Patel», apunta, grácil, Meryl (y la cámara filma el revuelto cabello sedoso del exótico, la estrella del momento, tan joven, tan sexy, tan cool), «nació en Kenia, creció en Londres y está aquí por actuar como un indio criado en Tasmania». Se palpa el bienestar de los elegidos; parece que estuvieran escuchando la voz de alguna de las aeromozas de sus vuelos en primera clase.

Y en este punto llega quizá el golpe más bajo de tan bajo discurso:

«Así que Hollywood está lleno de forasteros y extranjeros [outsiders and foraigners]», retoma sus líneas con aplomo la actriz, «y, si los echamos, se van a quedar sin nada que ver más que fútbol [football americano, no el aquí popular (soccer)] y artes marciales, que no son artes –que no son “las” artes– [which are no arts –which are not “the” arts–]».

Aplausos y grititos de júbilo (¡uuuuhuu, uuuhuuh!) interrumpen a Meryl, ¡ay!, por unos minutos.

¿Merecen probar un poco de su propia pedantería con un bofetón al cine de Hollywood, «que no es cine –que no es “el” cine–»? No se los daré yo (no está bien hacer esas cosas). ¿Qué mal le han hecho a Meryl las artes marciales y el football? Los prefiero a sus películas. Pero esto no es sobre mí (ni sobre Trump). Es sobre el ignorante público de los espectáculos «culturalmente inferiores» (paréntesis para risas: esto, al menos) al cine de Hollywood. Es sobre los extranjeros pobres y feos que no son parte de Hollywood.

(Tal vez por un bloqueo involuntario ante el excesivo mal gusto de ese pasaje, olvidé, en la parte que habla de los cosmopolitas orígenes de esos inmigrantes VIP, trascribir una pregunta juguetona que Meryl les hizo a Portman, Adams, etcétera: «¿dónde están sus documentos?».

La obscenidad fue celebrada con aplausos y ovaciones).

«Hubo muchas actuaciones poderosas este año, asombrosas y compasivas», continuó Meryl, conmocionada. «Pero una hundió sus ganchos en mi corazón, no porque fuera buena –no tenía nada de bueno–, sino por eficaz: hizo su trabajo. Hizo reír a su audiencia; y enseñaron sus dientes. Fue cuando la persona llamada a sentarse en el asiento más respetado del país [sic] imitó a un reportero discapacitado. Alguien a quien superaba en privilegios y poder, y en capacidad de luchar. Me rompió el corazón», casi quebrada, se alzó, sublime, la voz de Meryl, «y no me lo puedo sacar de la cabeza, porque no era en una película, era en la vida real. Y ese instinto de humillar, cuando lo muestra alguien en la plataforma pública, alguien poderoso, se filtra en la vida de toda la gente, porque de algún modo da permiso a otros para hacer lo mismo. La falta de respeto invita a faltar el respeto, la violencia incita a la violencia. Cuando los poderosos utilizan su posición para intimidar [bully] a otros, todos perdemos».

Sobreponiéndose a la emoción, Meryl (¡qué señora, una lady!) volvió a la prensa –tan parcial recientemente, como es sabido y antes recordamos, a la candidata de gran parte del establishment (incluida Meryl)–, «porque vamos a necesitar que nos siga apoyando» [sic], y luego continuó con la constitución, los padres de la patria, etcétera.

Meryl: no me puedo sacar tu discurso de la cabeza, porque no era en una película, era en la vida real. Hiciste reír a tu audiencia; y enseñaron sus dientes, Y ese instinto de humillar, cuando lo muestra alguien en la plataforma pública, en el escenario de los Globos de Oro, alguien poderoso, como tú, se filtra en la vida de toda la gente, porque de algún modo da permiso a otros para hacer lo mismo. La falta de respeto de todo tu discurso invita a faltar el respeto, la violencia de tu ofensiva superioridad incita a la violencia. Cuando los poderosos como tú utilizan su posición como tú utilizaste la tuya el domingo pasado para intimidar [bully] a otros, todos perdemos. Que tanto progre te haya aplaudido revela que esta sociedad se ha quedado sin pensamiento verdaderamente radical y contestatario. Desde la palpitante ínsula izquierda de mi negro y rojo corazón, enteramente a solas, yo te repudio.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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