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Todo llevaba a que en la revista, un niño hace un barquito de papel para poner a viajar al soldadito de plomo, que como todos sabemos le falta media pierna porque al fabricante ya no le alcanza el plomo, y entonces lo condena a andar en un solo pie, no importa, vaya al ejército y haga el servicio militar como corresponde.
Esteban viejo, en efecto, se fue a la guerra y estuvo días bajo la lluvia.
–Usté, soldado, cargue ese fusil y vaya adelante a reconocer el camino. El monstruo verde lo empujó desde la ventana porque la bailarina lo miraba mucho. Toda historia humana siempre tiene algún ingrediente de envidia y de celos. Por eso el soldadito de plomo agarra con fuerza el fusil y aunque se ablandan las paredes de papel por el agua de las tuberías y ve a las ratas murmurando, no se inmuta, si le sacan el coraje, ¿qué le queda? No. Más vale seguir a la muerte de pie…
–Cabo, vaya adelante, rastree a ver qué encuentra. Espero su señal.
Sí, es la gran aventura de servir a la patria, servir a la patria, servir a la patria, y entonces las paredes empiezan a deshacerse, el barquito se desploma y aunque lo marcan las ratas y sabe cuál será su final se mantiene en pie, fusil al hombro, nadie me verá sin mi fusil.
Esteban joven es novato y ya sabe lo de morirse de miedo, sentirse solo, arreglate como puedas, y entre los matorrales ve moverse un grupo de hojas. Es el enemigo, se esconde mejor, se arrastra ¿y el arma? ¿Cómo les aviso? Todo junto, pasos de los bolivianos cerca, ¡ndéra!, ¿y el arma? Y el barquito que ya se desdobla y las ratas que ya se acercan para agarrarlo, cuando los pasos se detienen, ve las botas ahí, justo a centímetros de su nariz… y el mundo se detiene, un leve chasquido, las ratas; un leve chasquido, la granada de mano. Nunca pensó que pudiera volar contra su voluntad, los demás todos al ataque, el enfrentamiento del pelotón, solamente que él no hacía nada más que mirar dónde estaba la pierna y la pierna no estaba.
Esteban viejo busca al Esteban niño en la lluvia de ahora, en el turbio charco de agua, y recuerda entonces que un pez traga al soldadito y el soldadito vuelve a las manos del niño. Y comprende que no es la magia ni la fantasía lo que salva al soldadito, sino el círculo de la vida, la cotidiana forma de ser.
Echa una bocanada de humo, y aunque hace rato que terminó la guerra, y ya nadie le da remedios para el refriado, aunque está solo, viejo y enfermo, junta un papel del suelo y arma un barquito. Un homenaje para su infancia, y la seguridad de que el viaje hacia adelante es nomás un viaje para volver a sí mismo, desde cualquier ángulo.
irinarafols@hotmail.com