Sobre Falsete, de Éver Román

Desde su presentación asuncena una noche del pasado marzo, esta es la segunda reseña que se publica acerca del último libro de Éver Román: Falsete (Arandurã, 2016). Inevitable parece, ante hecho tan inusual, hincarle con fuerza el diente, amigos lectores.

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Falsete es el último libro de Éver Román, escritor paraguayo radicado en la Argentina. Ya con Osobuco (Pánico el Pánico, 2011), Román nos dejaba en claro que el camino escogido era diferente a lo que podríamos llamar una escritura tradicional en nuestro ámbito. Y el pasado mes de marzo, de la mano de la editorial Arandurã, Falsete vino a reafirmar eso planteado con Osobuco: que el de Román es un camino poco transitado en la literatura paraguaya y que su aparición oxigena un espacio rancio y viciado. En los cinco relatos de Falsete se puede ver una Asunción reconocible en sus coordenadas, pero extraña en el aire que hace transitar en su espacio la prosa de Román. Especialmente en dos relatos que para mí son los más logrados y representativos en este libro y de la escritura de este autor: «Falsete», que da el título, y «La Venus de Mantenimiento».

En todos los relatos, y en especial en estos dos, pareciera que el narrador mirara el cosmos asunceno con un filtro óptico que solo deja pasar los tonos de una ciudad tragicómica, de rutinas tediosas y absurdas, con un fondo nostálgico. El relato «Falsete» –dedicado al poeta Carlos Bazzano– es un monólogo cuyo protagonista, justamente llamado Bazzano, escribe una carta a su amigo, que también, justamente, se llama Román, en la que cuenta las peripecias del grupo, al que pertenecía Román, para organizar un evento con el fin de recaudar dinero para publicar una revista cultural. Todo va sucediendo como un despliegue de imposibles y frustraciones en el sopor de los personajes que no pueden hacer sino beber y beber, para volver a beber y beber.

Hay en la escritura de Román esa facilidad, como en el escritor rumano Mircea Cartarescu, de partir de un hecho por demás cotidiano, como por ejemplo la vida en las instituciones públicas, o un partido de fútbol, y convertirlo casi en una fotografía animada del fotógrafo checo Jan Saudek, que cobra más fuerza al describir la forma de los cuerpos femeninos. Puede ser grotesco y poético. Real y mágico. Oscuro, triste, tristísimo. Hermoso y sublime a la vez, sublime, en ese sentido más cercano a las ideas de Edmund Burke, pero un poco más alejado de lo terrible; hay una perfecta mezcla de imágenes y sensaciones en blanco y negro, coloreadas cuidadosamente a mano, en cada página de Falsete, particularmente en «La Venus de Mantenimiento», relato que juega con el estereotipo del funcionario público, en este caso municipal, con sus costumbres y lento cambio de cuerpo y de ánimo en una atmósfera que cuaja perfectamente lo cotidiano y lo onírico. «La Venus» es también el relato favorito de los lectores según las redes sociales.

En Falsete se puede ir sin sobresaltos hasta que algún párrafo te da una bofetada; o tu colectivo pasa sobre un gran bache y te despierta, o te atrapa y te mete en otro sueño; un sueño que conocés muy bien. Puede ser tu día a día, tedioso, insoportable, melancólico, reflexivo; o puede ser tu universo paralelo, erótico y violento, lleno de posibilidades desopilantes o situaciones sexuales y demenciales. Quizás no sea lugar para el sexo convencional, como por ejemplo en «Chupetines», el cuarto relato.

En las escenas sexuales, se prescinde de la intencionalidad del erotismo de manera que el acto sexual es como comer un gran tazón de pororó mirando una película un domingo cualquiera. Lo grotesco y absurdo de Falsete deriva de esta impasible descripción del acto sexual, acto que se repite y se replica en cualquier momento y en cualquier lugar, lo que también parece un oculto tributo al gran escritor uruguayo Mario Levrero.

Que Arandurã apueste últimamente por este tipo de literatura, en mi opinión, es un paso grande que sin duda dará lugar a más aire fresco en la literatura paraguaya. Les dejo unos bocados:

«La suela de su mocasín se ablandó contra la vereda y la mochila se le pegó a la espalda como una garrapata. Fatigados transeúntes le precedían los pasos y doblaban en cualquier esquina, desapareciendo. El estertor de los coches temblaba y se alargaba como la última nota de un réquiem. Las casas parecían haber sido clausuradas por algún decreto municipal, bajo pena de multa, pues sus ventanas y puertas se pegaban a los marcos con obstinación» («Chupetines»).

«La gente dice: parecemos estúpidos porque el calor nos adormece. ¡Es mentira! ¡Parecemos estúpidos porque somos estúpidos! El calor para nosotros no es más que la excusa perfecta para justificar nuestra perenne mirada vacuna. Que me mata el calor; que no quiero hacer ningún movimiento porque hace calor. Que no puedo pensar porque hace calor. Excusas. El sol, como le ocurre a la gente del Caribe, nos carga de energía. Somos baterías sobrecargadas, deberíamos andar explotando todo el tiempo, ¿te das cuenta? Energía solar es lo que nos sobra... Pero somos baterías inservibles. Como esas baterías de coches viejos que se dejan de usar en los talleres. “Alguna vez nos va a servir esa batería”, dicen los mecánicos. Pero nunca llega ese alguna vez. ¿Te das cuenta? Estamos sometidos al alguna vez; el alguna vez nos sodomiza. Yo no quiero vivir como una vaca en un matadero. Estoy llena de sol, ¿te das cuenta? Si me conectan un camión de dos ejes lo podría arrancar y hacer funcionar por cinco mil kilómetros, por 30 mil kilómetros, por 190 mil kilómetros... hasta que estalle» («La Venus de Mantenimiento»).

claudia.pistilli@gmail.com

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