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El terror es una lava incandescente con la única vocación de destruir todo atisbo de vida. Incluida la inocencia. Bruno es un niño de nueve años cuyo padre, un oficial nazi, es trasladado a las cercanías de Auschwitz. Su madre le dice que bajo ninguna circunstancia debe ir más allá del jardín. Aburrido, él desobedece y conoce a otro niño, Schmuel, detrás de una alambrada. El final es estremecedor. La novela El niño del pijama a rayas muestra las consecuencias del desprecio a la vida por parte de ese terror que destroza todo a su paso. Su autor es el escritor irlandés John Boyne (Dublín, 1971) y fue publicada en el 2006. Es muy buena su adaptación al cine dirigida en el 2008 por Mark Herman.
Renée Ferrer (Asunción, 1944), prolífica escritora en varios registros, como la poesía, la novela, el ensayo y el cuento, nos ofrece en la novela Dos rostros, un destino. Encuentro en Auschwitz-Birkenau (Asunción, Servilibro, 2019) un recorrido implacable y lúcido por ese terror que habita en la condición humana.
La autora está acostumbrada a mostrarnos a mujeres en situaciones límite. En Los nudos del silencio (1988) es la esposa de un integrante de la dictadura de Stroessner sometida que en un momento dado decide romper con esa sumisión. En La querida (2008) es una joven amante de Stroessner que en un pasaje de su vida debe tomar una decisión.
En Dos rostros, un destino son dos mujeres. Hannah es judía, Gjulisca es gitana. Ambas recluidas en Auschwitz-Birkenau. Entre las dos van construyendo puentes para sobrevivir al infierno. Son escalofriantes los pasajes donde aparece Joseph Mengele, el ángel de la muerte, o descripciones como la de la mujer que es enviada viva a un crematorio por haber robado un trozo de pan. Es entonces cuando adquiere fuerza vivencial aquello de que «la realidad es una réplica del infierno» o aquello otro de que «el amor es una manzana de un paraíso perdido».
El texto va avanzando a través de precisas descripciones de la sobrevivencia en ese campo de concentración y exterminio. Gjulisca, como gitana, es consciente del riesgo de que nadie cuente después el sufrimiento gitano. Y es entonces cuando se produce un hecho que marca a sangre la vinculación entre ambas.
Observen el sentido de estas reflexiones:
«De algo ella está segura: la única victoria es la vida… Está de vuelta. Está viva. Brinda por la vida».
«Los días son una peregrinación de sombras».
«Sobrevivió, es cierto, pero el hedor de la muerte no deja de perseguirla».
«El mayor fracaso nazi es que a pesar del infierno uno se aferra a la vida».
«Hay heridas que renacen siempre. Hay una dimensión innombrable a tanto sufrimiento».
«Este crimen fue cometido por seres humanos, conscientemente, no por hombres desprovistos de razonamiento».
Y precisamente esa noción de la razón al servicio del mal radical me llevó a recordar una de las mejores novelas que he leído en relación a los subterráneos repugnantes a los que puede llegar el ser humano en las guerras. Me refiero a El pintor de batallas (2006), del español Arturo Pérez Reverte (Cartagena, 1951). Trata de un fotógrafo que ha cubierto guerras durante veinte años. Y ya no cree en nada.
En cierto momento dos personajes dialogan:
«–¿Lobo para el hombre, como dicen los filósofos?
–No insulte a los lobos. Son asesinos honrados: matan para vivir».
Renée Ferrer nos presenta con maestría la inquietante travesía del animal humano y su capacidad destructiva. Y también la rebelión frente al terror.
Tarde soleada de otoño. Con un café. Y mi amigo caniche Tommy a mi lado. Escuchando «What a Wonderful World» en versión de Louis Amstrong. Ustedes saben que guardo muy pocas esperanzas en la redención del ser humano. Pero a veces sospecho que tal vez, quizás, por qué no, en algún recodo de este peregrinaje a ninguna parte el lado tenebroso de la condición humana pueda perder territorio en favor del costado más luminoso.
Renée Ferrer
Dos rostros, un destino. Encuentro en
Auschwitz-Birkenau
Asunción, Servilibro, 2019
carlosfmartini@gmail.com