Saber de memoria /Derivar el nombre

«Hay muchas maneras de devolver a un desaparecido, es lo que se puede desentrañar de la película: No solo desenterrándolo, ni rescatándolo de los encierros donde huele a pasado. Se puede, también, hacerlo volver operando una restauración poética», escribe el autor de este artículo sobre Ejercicios de Memoria, la película de Paz Encina recientemente proyectada en Asunción

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Conociste una forma de aprendizaje vinculada a la naturaleza. Saber de flores e historias era, que esos que mejor conocían compartían, orgullosos a veces: hermanos mayores del monte, vamos a decir. Y vos también hasta: guiar al grupo de amigos por un sendero descubierto en un paseo solitario, o exponer ante sus ojos cosos que ellos no habían visto, todavía. Hasta que un empuje forzoso les llevó hacia las calles de barrios o hacia las ciudades —esos otros montes— donde también descubrieron…, pero para siempre ya se quedó el primer recuerdo. Cómo revivir. Cómo hacer para volver a experimentar el tiempo, y la felicidad que estaba, que ya no está.

En Ejercicios de Memoria de Paz Encina hay algo de esa felicidad pequeña y la experiencia de desviarla en el tiempo: posponer el destino o forzar una inversión.

El filme presenta la belleza ensartada en líneas y en contornos. Se parte de una anécdota que se sabe de memoria: porque esta acompañó la historia familiar, que es el círculo en el que está inscripta la primera historia personal, el primer anillo. Luego, la película da cuenta de un cruce de líneas, y de vaivenes.

La primera voz es una voz ida, pero no una voz envejecida, sino rejuvenecida. La juventud prestada por una nena que recita la historia que la autora sabe de memoria. Ahí está el hueco de entrada: más que una clave de lectura, una fórmula. Primero, ponerse a sí misma como hueco, para entrar en la pantalla. Ponerse en palabra. Mostrar el flanco de sensibilidad afectado —el propio—, para contar la historia —ajena—. Ponerse en otra, pues. Este ejercicio ambiguo, restaurador y profanador del tiempo, que ejecuta Paz Encina, se vuelve modélico.

Y luego viene la imagen, en la misma línea: así como la voz de Paz se vuelve niña para contar la historia que se sabe de memoria, ella, que trata de construir una biografía de ausente con los retazos de vida del desaparecido, opera un vaivén a través de la imagen. Porque la película es una simulación, en el sentido de ese género periodístico y documentalista que también se conoce como reconstrucción, esta presta voces, cuerpos e imágenes para componer un anecdotario y trascenderlo: y en esta trascendencia está implicada la propia inmersión. Hay actuaciones en escenas compuestas, y sobre todo atmósferas. La biografía personal de la autora –esa que nos mostró el vaivén de voz y los retazos de ambientes con olor a tiempo– está ensartada en la biografía del desaparecido. Son círculos concéntricos. Con esto, Paz Encina nos dice: la historia de uno es nuestra.

Otra vez la voz. Después, en diferido, la imagen. La simulación no se detiene en las historias narradas en off, esos fragmentos nebulosos del discurso testimonial. No. La simulación es también de las felicidades idílicas. Hay caballos; hay nenes sobre sus lomos, bañándose; rodando medio dentro, medio fuera del agua: nunca imagen más bella, más feliz; jamás.

Hay vaivenes: una casa pacífica, llena de utensilios pacíficos, pero vacía de gente. Sólo queda la música y la voz, como un eco. Otra casa, luego, derruida, descompuesta ahora, tomada por la vegetación en un momento de ruina y suspensión funcional; puro paisaje para el descubrimiento de los niños. Ellos, que exploran, comen guayabas, vienen a caballo adolescentes, jóvenes, adultos, vuelven niños. Una niña con vestidito y con sandalias blancas, mientras que la voz que discurre es una creciente. La idea de cruzar un río de un lado al otro, trasponer la frontera para luego volver también es una constante en la película.

Solés decir: hay en el cine de Paraguay un expediente que recurre a los paisajes subterráneos para articular sus tramas, en las que la fuga del encierro soporífero sólo parece ser el túnel, la fosa, y, en el fondo, el tesoro esquivo. Sin embargo, en Ejercicios de memoria, para huir del hueco del entierro, del pesimismo subterráneo que domina los paisajes paraguayos, y los tiempos de la tristeza, se edifica en la altura de las felicidades vívidas.

Hace falta tiempo, pensás. Tiempo para saborear las imágenes. Para escuchar los registros de voz y yuxtaponer las fotos montadas sobre el discurso. Ahora sí. Ahí está: Ejercicios de memoria es una película para recordar. Tan diferente se recuerda la información que las anécdotas cuentan en su reportaje radial, y tan otra las imágenes que elige tu memoria como síntesis. Hay muchas maneras de devolver a un desaparecido, es lo que se puede desentrañar de la película: No solo desenterrándolo, ni rescatándolo de los encierros donde huele a pasado. Se puede, también, hacerlo volver operando una restauración poética:

Un niño nada inmerso, entre redes de pescar. Un niño sale a la superficie. Vuelve a sumergirse. Es un niño-río. Hay que correr a su encuentro. Hay que bañarse en sus aguas.

Año: 2016

Duración: 70 min.

País: Paraguay

Directora: Paz Encina

Guión: Paz Encina

Fotografía: Matías Mesa

Productora: Silencio Cine

Género: Documental

Con: Elba Elisa Benítez de Goiburú, Rogelio Goiburú Benítez, Rolando Agustín Goiburú Benítez, Patricia Jazmín Goiburú Benítez

guyrapu@gmail.com

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