Rigoletto: los excesos del poder

En agosto, la Ópera de la Universidad del Norte presentó Rigoletto, de Giuseppe Verdi, en el Teatro de Convenciones del Banco Central del Paraguay.

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El mandamás se divierte... perversamente. Veja, humilla, blasfema. Impera la autocracia. Y la corrupción es ley. El poderoso cuenta con un servil adlátere, un jorobado que aplaude sus excesos. Se burla de las víctimas de su jefe. Es el bufón de la corte.

En medio de los abusos, la ambición desmedida del corrupto hiere a su aliado más cercano. Deshonra a la hija del jorobado, que tampoco es de fiar. Una historia conocida.

La historia y sus protagonistas

Para Víctor Hugo (1802-1885), el poderoso es ni más ni menos que el rey Francisco I de Francia (1494-1547), en su obra Le Roi s’amuse (El rey se divierte, 1832).

Mecenas de Leonardo da Vinci, conocido como el Padre y Restaurador de las Letras, el Rey Caballero y el Rey Guerrero, el monarca había posicionado a su país como potencia económica. Pero Francisco I también se hizo fama de libertino y donjuán. Ello bastó para que Víctor Hugo lo presentara como un completo corrupto, depravado e inmoral

Giuseppe Verdi (1813-1901) presenta, en cambio, como el corrupto al Duque de Mantua, y no a Francisco I, en su ópera Rigoletto (1851), con libreto de Francisco María Piave (1810-1876).

Esta metamorfosis obedece a una buena razón. Por atacar a Francisco I, la censura había sido implacable con la obra de Hugo en Francia y en la Europa de la Restauración posterior a las guerras napoleónicas.

Por otra parte, el Ducado de Mantua ni siquiera existía ya. Consecuentemente, a nadie molestaría la ficción de Verdi.

La otra estrategia verdiana para no ofender consistió en desplazar el protagonismo de la obra hacia el bufón. Así, la ópera tomó su nombre: Rigoletto (divertido, en francés), y no aquel con lo había bautizado Víctor Hugo, Triboulet (hostigar, del latín tribulare).

Verdi fue un inquebrantable luchador por la libertad y las causas justas. El célebre coro de su ópera Nabucco «Va, pensiero» («Vé, pensamiento»), que expresa la nostalgia de la tierra natal que sienten en Babilonia los exiliados hebreos –«Oh mia patria sì bella e perduta!» (¡Oh patria mía, tan bella y perdida!)–, fue adoptado como himno de los patriotas que perseguían la soberanía italiana ante el dominio austríaco.

Tras triunfar contra Austria, en 1861 Italia eligió a Verdi como diputado y luego como senador.

La historia en la escena paraguaya

Juan Manuel Marcos es decano de la Facultad de Postgrado de UniNorte. De esa Facultad dependen la Dirección de Extensión Cultural y sus compañías artísticas. Marcos, el director artístico Gordon Campbell y cientos de artistas de la institución, en lograda labor de equipo, llevaron a escena la ópera de Verdi.

Nuestra prima donna paraguaya, Sara Benítez, interpretó el exigente papel de Gilda, la hija de Rigoletto. Demostró que cada día canta mejor. ¡Quién sabe qué le tiene reservado el porvenir a su excepcional calidad de soprano lírica!

El tenor uruguayo Nazaret Aufe hizo gala de su extraordinaria destreza vocal como el Duque de Mantua. De más está decir que descolló con la célebre aria «La donna è mobile» (La mujer es voluble), arrancando aplausos espontáneos y estrepitosos.

El rol protagónico, Rigoletto, fue encarnado por el barítono argentino Ernesto Bauer, de portentosa voz, colmada de armónicos. A sus atributos sonoros, sumó la rica composición de su personaje. Dejó perplejo al público, que lo ovacionó.

No alcanzaría este espacio para calificativos a la altura de los merecimientos de los demás cantantes líricos. Solo diremos que, desde su lugar, cada quien embelleció decorosamente la monumental producción escénica.

Igual que el magnífico Ballet de UniNorte, dirigido por Yllasmín González (Cuba), el Coro de Benito Román se lució en lo vocal y en lo actoral, bajo la dirección escénica de Juan Ángel Monzón y de Francesca Bellucci (Italia), discípula de Franco Zeffirelli, que llevó las más celebradas óperas al cine.

Genialidades como las poses uniformadas del Coro dotaron de especial fuerza dramática al mensaje. La orquesta, conducida por Gordon Campbell (Estados Unidos), el maestro de los matices, con maravillosa expresividad nos transportó a través de la trágica historia.

El impecable vestuario de Natasha Larreinagabe, la sintética pero elocuente escenografía de Artec Studio, la iluminación de Alberto Castillo y el majestuoso despliegue de producción brindaron el apoyo más funcional a este nuevo éxito de UniNorte, que viene premiando al público desde los albores del nuevo milenio.

La contribución de Rigoletto

Esta temporada de Rigoletto no puede menos que servir de ejemplo para una sociedad ávida de experiencias vivificantes que nos permitan ser cada vez mejores y más felices. Y, como si ello fuera poco, este acontecimiento cultural tuvo lugar en agosto, víspera de primavera, precisamente cuando la sociedad paraguaya se lanzó a las calles para exigir la destitución de los corruptos y la definitiva clausura de los abusos del poder.

primerpremiopy@gmail.com

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