Revolución y vanguardia: Los manifiestos, la poética del futuro

El manifiesto es la forma moderna del discurso político revolucionario y del discurso artístico vanguardista, escribe la poeta y filósofa española Montserrat Álvarez en este artículo.

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EL MANIFIESTO COMO FORMA RETÓRICA Y FENÓMENO SOCIOCULTURAL

La aparición del manifiesto como género literario cuyos antecedentes caben hoy pensar pero dotado de un carácter nuevo e inconfundible es parte de las transformaciones culturales de la Modernidad y coincide con la aparición de la política insurgente –la de las vastas revueltas y las ideas contestatarias– y del arte deliberadamente iconoclasta. El manifiesto es la forma moderna del discurso político revolucionario y del discurso artístico vanguardista. Su voz es la del desafío, y su valor se mide por su capacidad de provocar.

El manifiesto recorre toda la historia política y cultural de los dos últimos siglos, el XIX y el XX, como forma retórica y fenómeno sociocultural específicamente moderno. En España y Suramérica, ha dejado su marca en el lado más radical de las grandes corrientes literarias del pasado siglo –así, entre otros, el chileno Manifiesto Creacionista (1914), o Non Serviam, en el que Huidobro rechaza la idea del arte como mímesis y apostrofa a la «Madre Naturaleza» con un «No te serviré» («Non serviam!»), el español Manifiesto Ultraísta (1919), el colombiano Manifiesto Nadaísta (1958), etcétera.

CRONOLOGÍA SUMARIA

Dataría la primera aparición histórica del manifiesto como forma retórica de la cultura de la Modernidad con el hermoso Manifiesto Comunista de Marx y Engels (1848). Seguiría su desarrollo en los manifiestos estéticos de las vanguardias artísticas del siglo XX, empezando por el Manifiesto Futurista de Marinetti (1909) –inspirador de una de las iniciativas vanguardistas más originales del siglo pasado cuando Lewis parodió la forma del manifiesto en Blast–. Pasaría la hoja para llegar a las cumbres de lo que llamaré «el arte del manifiesto»: el dadaísmo y el surrealismo, la temeraria risa del círculo de Tzara y la solemne arrogancia del círculo de Breton. Proseguiría el viaje hasta el situacionismo de los sesenta, década en la que Debord intentará llevar algo de la tremenda fuerza literaria del Manifiesto Comunista a la poesía insurgente de sus textos y sus «intervenciones». Retrocedería unos pasos para buscar los antecedentes históricos del manifiesto. Primero sus inmediatos antecedentes ilustrados: si bien la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano no es por estilo ni por contenido un manifiesto, sí lo es el potente panfleto del revolucionario de la Francia dieciochesca Sieyès: ¿Qué es el Tercer Estado?, anterior a la Declaración y lleno del ritmo vibrante de las manifestaciones callejeras:

«1. ¿Qué es el tercer estado? –Todo.

2. ¿Qué ha sido, hasta ahora, en el orden político existente? –Nada.

3. ¿Qué quiere ser? –Algo».

EL MANIFIESTO COMO DISCURSO DE LA MODERNIDAD

La esquina más ruidosa de la historia reciente se podría leer a través de sus manifiestos. El Manifiesto de Zimmerwald (1915), contra la Primera Guerra Mundial, el Manifiesto de Kienthal (1916), contra el fascismo, el Manifiesto de los 121 que, en la Francia de los años sesenta, apoyó la Revolución argelina, el inglés Manifiesto del Primero de Mayo (1968), quizá Dogma 1995 de Lars Von Trier, manifiesto cinematográfico, y, sin duda, Anarchy in the UK, de los Sex Pistols, única versión posible de un manifiesto punk, es decir, sin forma de manifiesto ni de nada.

Los manifiestos definieron su propio estilo y su peculiar retórica, produjeron un nuevo tipo de discurso artístico y político y crearon una forma especial de relación directa del hombre con la Historia, una relación voluntaria y conscientemente dirigida al asalto del futuro. Y sin embargo son parte del pasado reciente, no de nuestro ahora. Revelaron la poesía de la rebelión política y la potencia política de la creación artística; desde el luminosamente amenazante inicio del Manifiesto Comunista («Un fantasma recorre Europa…»), fue clara su exigencia de originalidad y talento literario, y lo siguió siendo, tanto en el Manifiesto Futurista de un fascista como Marinetti («Queremos cantar el amor al peligro, a la fuerza y a la temeridad…») como en la brutal, salvaje libertad del espíritu dadaísta:

«DADÁ es nuestra intensidad: que erige las bayonetas sin consecuencia la cabeza sumatral del bebé alemán; DADÁ es la vida sin pantuflas ni paralelos; que está en contra y a favor de la unidad y decididamente contra el futuro; sabemos sensatamente que nuestros cerebros se convertirán en cojines blancuzcos, que nuestro antidogmatismo es tan exclusivista como el funcionario y que no somos libres y gritamos libertad; necesidad severa sin disciplina ni moral y escupamos sobre la humanidad».

MANIFIESTO A FAVOR DEL MANIFIESTO

Nuestros, así llamados, «manifiestos», nuestros supuestos «manifiestos» de hoy, sin querer desmerecerlos (el Manifiesto de los cien, etcétera), son herramientas (espero) promisorias en términos pragmáticos, lo cual es encomiable, pero… Pero: conjunción adversativa que, más que enlazar sintagmas, expresa lo imposible del enlace, esa verdad melancólica.

Continúo y termino el «pero». Pero son tan incapaces de locura, de auténtica belleza, de vuelo despiadado; son tan espantosa, desoladora, tediosamente sensatos; tienen tan poco de ese indómito lujo del delirio que se arroja a la acción; tienen, pues, tan poco, en suma, de verdaderos manifiestos.

No se me oculta su probable oportunidad y no niego su posible utilidad: solo señalo que no tienen parangón posible con la belleza audaz de los manifiestos, con su grandeza, con su poesía política y su política poética, con su lúcida ebriedad. Diría que son fenómenos distintos. Pero si es así, si son fenómenos distintos, entonces ya no hay en nuestro mundo, sensu stricto, manifiestos. Sea porque no hay lugar para los manifiestos, sea porque no hay espíritus capaces del inspirado arrojo, las carcajadas intrépidas, la implacable, salvaje seriedad, la genial insensatez del manifiesto. ¿Hemos terminado con los manifiestos? ¿Tan débiles somos que no es época la nuestra ya capaz de manifiestos? ¿Cómo puede la poética más propia del porvenir ser hoy cosa del pasado? Olvidar los manifiestos es olvidar el futuro.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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