Revisando la novela de José Eduardo Alcázar

José Eduardo Alcázar nos sorprendió allá por 1998 con una novela original, llamativa, impulsiva y bien construida titulada El goto. Se trataba de una novela futurista, con un tratamiento iconoclasta, hasta buen punto cinematográfica, sobre todo por la fantasía, como demuestran sus reminiscencias a la ciudad oscura del porvenir de la película Blade Runner. Pero en ella destacó la ironía acerca de la hipocresía de las celebridades del mundo iberoamericano, subrayada por una excelente parodia del caudillismo sudamericano.

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Su siguiente novela fue Pórpix termina (2002). Subtitulada “Sonata para una sola voz. Modulación y tiempo, a placer”, es una narración entre lo kafkiano y lo experimental sobre la autodefensa de su inocencia por parte de un condenado. Su voz permanente ofrece una visión caótica del mundo, con ironía, y entre el desenfado y la reflexión. Desde una cárcel cuyo espacio físico se convierte en espacio psicológico, el ciudadano H. (¿recuerdo de K.?), un inmigrante latino, cuenta a una grabadora su vida desde su papel de condenado a muerte por triple homicidio a causa de un robo. En este libro, Alcázar da más vigor a la expresión oral aun siguiendo su peculiar estilo de la novela anterior. La palabra mestiza vuelve a señalarnos un mundo repleto de lecturas y contralecturas, tanto literarias como de la realidad.

De esa forma, nos llegó su tercera novela, Una sensación térmica de otoño (2006). Una narración singular, en un ambiente tórrido y asfixiante, en el que Jorge P., otro personaje kafkiano, despierta un día y resulta ser prisionero de una cámara de televisión que le obliga a contar a toda la audiencia su vida. Va a ser protagonista de un reality-show, porque parece no quedarle más remedio. A pesar de una resistencia inicial, accede y se resigna a su suerte. Una novela, como se aprecia, que pone en entredicho la vida actual, donde importan poco las personas con tal de obtener réditos inmediatos, y donde la imagen domina al individuo hasta hacerle perder su identidad. Como se observa, el estado de la sociedad actual es una gran preocupación del autor, además del lenguaje, aquí más depurado sin perder la oralidad.

Y llegamos a su cuarta novela Te quiero, gata (2009). Alcázar camina hacia la delincuencia. Todo comienza con el asesinato de un exsenador argentino en el Brasil. La novela parece que va a ser una trama policial y política. Pero no es así: además de la aventura delincuencial, estamos ante toda una reflexión sobre la creación literaria y la propia escritura. En San Pablo vive Mateo Gaspari, casa y con dos hijos. Mientras idea la novela con la que cree que conseguirá su consagración como escritor, se gana la vida como periodista e investiga este aparente suicidio del que se descubre ser un asesinato casi al inicio de la narración. Sin embargo, no es el único argumento que el autor va a desplegar a lo largo de la novela.

La investigación periodística del asesinato, con un maravilloso personaje, Facundo, jefe de redacción que va guiando los hallazgos y su publicación con cuentagotas, se paraliza con la vida personal de Mateo. Y asimismo, esa vida personal posee tres brazos: el individual, el familiar y el literario. Mateo ha de hacer convivir estos tres planos con la trama que une la novela, su verdadero leitmotiv. Pero pronto se subordinarán unos a otros en una estructura en paralelo: ha de investigar mientras el médico le informa que padece una enfermedad mortal y a lo sumo le queda un año de vida, con lo cual la investigación se convierte en un martirio por una parte, pero un alivio por otra puesto que ya no tiene nada que perder. Su familia, lo más preciado, acaba refugiándose de manera preventiva. Maya, la esposa, sufre los rigores de un amor presente pero a su vez frustrado, o al menos interrumpido, por los acontecimientos. El título deja la novela como un testimonio, como la última voluntad de Mateo cuando se somete al destino de su audacia investigadora. Pero siempre quedará el acto literario: el acto de la creación con las palabras, nada separada de la profesión periodística, aunque sin la libertad que la creación ofrece. Mateo narra en primera persona desde Helsinki y las islas Hébridas sobre el amor y sobre la creación. Le resulta imposible dominarla. Toda la habilidad de su discurso periodístico, su capacidad para ajustarse a las condiciones de Facundo, le resulta una entelequia en ocasiones cuando ha de revelar una historia literaria.

Sin embargo, Alcázar resuelve el conflicto con un manejo en paralelo de distintas estrategias textuales. Al intimismo de la novela que está escribiendo, Mateo opone el pensamiento objetivo de sus pensamientos y, sobre todo, los diálogos, construidos con un aire cinematográfico que recuerda en ocasiones a la mejor novela negra clásica estadounidense de Hammett o Chandler, sobre todo en algunas frases ingeniosas o en el humor irónico. El narrador se pregunta por dónde empezar (capítulo 2), porque los sucesos reales son parte de un recuerdo, no son historia. La historia real es la novela de amor escrita. Es una forma con la que Alcázar demuestra que el amor es el cobijo íntimo frente a una sociedad descarnada. Que la literatura es más real que la vida, porque permite ensoñar nuevas vidas alejadas de la maltrecha vida. Mateo emprende finalmente un viaje orfeico mientras sabe que cualquier día ha de morir por su enfermedad, pero desea quedar como un héroe ante la sociedad y la familia descubriendo los móviles del asesinato. Parte a Asunción y Buenos Aires a la búsqueda de lo ocurrido al exsenador porque sabe y hay pruebas de que detrás se esconde un asunto muy serio, que al final resulta ser tráfico de armas.

No revelaremos apenas nada más sobre el argumento. A pesar de ser una novela de hace un trienio, seguro que habrá algún lector de esta reseña que no la haya leído, con lo cual no quisiera eliminar el interés que pueda habérsele despertado hacia su lectura. Y quien la haya leído, ya entiende lo que cuento sin tener la necesidad de revelar más secretos que los puramente intrínsecos a la univocidad de Mateo, que ha sido capaz de reunir sus cuatro registros lingüísticos sin más descuadre en coherencia que el del estilo de cada uno, fundamentado en la mayor intensidad o menor de los grados de subjetivismo y objetivismo. Un discurso único sostenido por la tensión argumental, focalizado en una única voz pero desdoblada, aunque sin recurrir a fórmulas experimentales o monologales como la segunda persona, con una estructura en paralelo bien armonizada. Con aspectos aparentemente secundarios pero muy interesantes como la reflexión entre el registro periodístico y el literario: ¿acaso un periodista no es un escritor? ¿O un escritor no está sometido también a unas reglas comerciales, de igual forma que el periodista se ha de someter a los cánones de su empresa?
Reflexiones sobre la creación, sobre la invención, que, sin embargo, no oscurecen ni hacen olvidar que estamos ante una novela negra, con ramificaciones políticas. Mateo vaga por las sombras del hampa para descubrir qué se esconde tras la muerte del exsenador. Y finalmente, encuentra lo inesperado, que en el fondo era más esperado de lo que creía.

Deseo recordar con esta reseña a un autor, José Eduardo Alcázar, que está entre los lugares preferenciales de la literatura paraguaya. También debería estarlo en la hispanoamericana, pero eso es el eterno lloro de siempre. Y no tenemos que ser plañideras, sino celebrar que Paraguay tenga autores como él siempre dispuestos a darnos narraciones que son una bendición para quienes tenemos la oportunidad de leerlas. Si en otros países no quieren leerlas por no publicarlas, es su problema. No el de los paraguayos, cuyo problema debe ser salvar del olvido a sus grandes creaciones. Como las de Alcázar. Es lo que pretendíamos con estas palabras.

Editor: Alcibiades González Delvalle - alcibiades@abc.com.py

jvpeiro@ono.com

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