Reinventar la ciencia ficción

Tiene algo de Blade Runner, algo de Akira y algo de Matrix, escribe el filólogo y especialista en cómic Rubén Varillas sobre la serie que Frederik Peeters, uno de los talentos más versátiles e indiscutibles del cómic contemporáneo, acaba de concluir. Desde España, en exclusiva para los lectores del Suplemento Cultural.

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LA CONSCIENCIA SINTÉTICA

No hay un género en la historia de la ficción artística que mejor haya explicado y representado los miedos del ser humano que la ciencia ficción. Popular hasta el pulp en muchos momentos del siglo XX, en la ciencia ficción encontramos condensada la esencia (y consecuencia) de los actos de Darwin, Pasteur, Curie, Einstein, Freud, Hitler, Jobs o Gates. Los siglos XX y XXI se explican desde el futuro, en un viaje espacial y un encuentro en la tercera fase.

Tiene algo de Blade Runner, algo de Akira y algo de Matrix, pero no es como ninguna de ellas, o, lo que es aún mejor, crea un universo único con unas reglas y coordenadas propias que permiten al lector bucear en la desbordante imaginación de su autor. Así es Aama, la serie que Frederik Peeters, uno de los talentos más versátiles e indiscutibles del cómic contemporáneo, acaba de concluir:

«–Mis sueños son diferentes a los suyos.

–¿Tan seguro está usted de eso? ¿Qué está buscando? ¿La calma? ¿El placer? ¿Sentirse realizado? ¿La belleza? ¿Y si todo eso estuviera contemplado en el programa? ¿No cree que su hija sea una buena persona? ¡Piense que será como el ojo del huracán!

–¡No dejaré que se adueñe de mi hija!

–No se trata de adueñarse o no... ¡Se trata de salvarla!»

De lo particular a lo universal. Del amor, incondicional y plagado de dificultades, de un padre por su hija, al destino último de la humanidad, colmena frenética de individuos insignificantes.

Un día, un hombre llamado Verloc (aunque él, amnésico, no recuerde su propio nombre) se despierta tumbado sobre una colina polvorienta, en un planeta extraño y desértico. A su lado hay un mono gigante con piernas humanas. No es una alucinación. Verloc tiene un diario, gracias al cual comienza a reconstruir su pasado más inmediato en una suerte de largo flashback explicativo, que se ve completado ocasionalmente con los esporádicos y sucintos parlamentos de su gorila acompañante, Churchill. Así conocemos el lastimoso vagabundeo y la decadencia existencial de Verloc por la misma decadente ciudad en la que un día fue feliz. Gracias a su diario, se recuerda a sí mismo, abandonado por su mujer y por su hija, como un despojo humano, hasta que el destino caprichoso le prepara el reencuentro con su hermano, al que no había visto desde hacía años y que lo embarca en una aventura planetaria impredecible y reveladora. A partir de su despertar amnésico, las peripecias de Verloc y su simiesco acompañante evolucionarán hacia una búsqueda de respuestas sobre su identidad perdida y su situación presente. Y con todo esto apenas les hemos referido algunos detalles introductorios del primer volumen.

Los ingredientes de Aama pierden coherencia si se arrancan de su marco ficcional, aunque en la historia fantástica de Peeters, como ya hemos mencionado anteriormente, reconocemos elementos de obras maestras recientes de la ciencia ficción.

FUTURO Y DISTOPÍA

De Blade Runner encontramos en Aama esas ciudades-hormiguero que habitamos los insectos. Pozos oscuros iluminados por neones publicitarios, cuyos múltiples niveles y módulos arquitectónicos se levantan impersonales bajo una persistente lluvia ácida. Zócalos de un capitalismo decadente y cruel que se construyen con trazos de las ciudades modulares verticales de François Schuiten o Moebius (¿Blade Runner unido a Moebius? ¡Cómo no!) y con la regla desordenada y polvorienta de los bazares marroquíes, turcos o jordanos. Regateo y supervivencia, truco y treta. Ese es el escenario de Aama. El urbano, claro. El planetario, el alienígena y espacial, es el de un planeta-desierto que podría ser Marte, pero que de pronto se convierte en un frondoso Solaris. El planeta vivo, la otredad (que diría Zizek); aunque en este caso exista una explicación de lo desconocido, una mano creadora que, de nuevo, se mueve dirigida por un capitalismo cruel y la megalomanía descontrolada de las grandes corporaciones; la evolución a toda costa. Así es, los escenarios de Aama son una metáfora fértil y autodestructiva de este mundo nuestro que se deshace.

Ciudades distópicas, páramos agrestes y frondosas espesuras son los escenarios en los que se desarrolla una trama de acción que nunca pierde de vista ese elemento lírico y ensoñado (cuasi abstracto) que ya encontrábamos en las novelas de Ray Bradbury o Stanislaw Lem.

MIEDO Y DESTRUCCIÓN

De Akira, Peeters recoge una idea, un concepto que, viniendo de dónde venía, durante mucho tiempo pareció invadir la narración ficcional futurista occidental, y que enlaza con nuestro párrafo anterior: el miedo a nosotros mismos, el terror a que nuestros actos se descontrolen o vuelvan en nuestra contra una realidad que creemos sometida. Todo ello encerrado en la desasosegante paradoja del infante omnímodo y destructivo: la inocente crueldad de un niño (es por eso que nos dan tanto miedo los artefactos cinematográficos de Donner, Kubrik y Polanski). En la era de la Postmodernidad, el Dios anciano, cruel y veleidoso del Génesis se ha vuelto un niño. Sigue siendo omnipotente e implacable, pero con las canas y la barba ha perdido la experiencia, y ha «desescrito» reglas y mandamientos. El niño-dios como tabula rasa, sujeto a lo impredecible, a lo aprehendido sobre la marcha.

Hay otra metáfora en Akira que se presenta actualizada en Aama: la energía nuclear que nos habrá de destruir, y que en su misma amenaza encierra su control, se reformula en otro miedo antiguo que cada vez es menos ficción, el de la Red como organismo inteligente y autosuficiente. No hay mayor miedo y sufrimiento para un padre que la pérdida del hijo; llevado al plano biológico y simbólico de la adolescencia, cuando los hijos se vuelven autónomos, los padres dejan de ser el modelo y pierden su rol directivo. Llevado a la narración ficcional, desde el doctor Frankenstein, el ser humano no ha dejado de temer a sus propias creaciones, a la posibilidad de que se desvinculen de su hacedor, adquieran vida propia y se rebelen contra él (factores todos ellos consustanciales al hecho de estar vivo). La muerte del padre a manos del hijo. En literatura, Pirandello, Unamuno y Calvino, entre otros, transformaron este miedo en recurso metapoético. Los autores de la ciencia ficción, el misterio y el terror han explorado otras vías argumentales menos retóricas y mucho más fantasiosas.

Llegamos a Matrix, o lo que es lo mismo, llegamos a... Peeters explora el camino de la ciencia ficción para conducirnos por un mundo artificial exuberante que evoluciona de forma insospechada a partir de un proyecto científico, y se revuelve contra sus creadores hasta el punto de ofrecerse a sí mismo como una alternativa viable para un cambio de paradigma global y teleológico. Aama es vida artificial en constante regeneración, es un nuevo big bang que se expande por los canales biológicos, psicológicos y tecnológicos resultantes de la evolución humana, con la finalidad de suplantarnos y ocupar nuestro espacio. Adiós papá, adiós mamá.

LA DEPURACIÓN ESTILÍSTICA DE PEETERS

Pero Aama solo sería una idea sofisticada, otra idea más, si Frederik Peeters no fuera un dibujante tan virtuoso y dotado como para darle una forma plástica deslumbrante a su ya de por sí exuberante universo ficcional. En ocasiones el dibujo de un cómic no hace honor a su guion, o a la inversa. Leemos una historia y la seguimos con interés, pero no nos abandona la sensación de que la química no es completa. Con Aama sucede todo lo contrario. Con su ilustración naturalista de línea suelta, modulada y ligeramente expresionista, Peeters transmite tal seguridad en sí mismo que su capacidad como dibujante parece no tener límites. Su dibujo es generoso y atrevido hasta la osadía; en Aama no hay soluciones gráficas de conveniencia ni atajos visuales; en sus páginas no hay una sola idea / concepto / escollo que su autor parezca evitar por medio de recursos convencionales o elipsis gráficas de emergencia. El apartado visual de esta «novela gráfica» (publicada en entregas, llámenlas álbumes) es complejísimo en su ejecución y exigente hasta lo obsesivo en su concepción. Mediante su dibujo, Peeters consigue dar forma física a operaciones psíquicas y procesos biotecnológicos; consigue plasmar gráficamente fenómenos más o menos abstractos, que combinan lo alucinatorio, lo óptico y lo paranormal, de un modo tan convincente que cuando el lector concluye su recorrido por las páginas de Aama, se ve obligado a darse ese instante necesario para recobrar el curso de la normalidad y salir de la ficción sobrenatural en vez de dejarse llevar por la sinestesia.

Concluida la serie con su cuarto episodio, se puede decir ya que el cómic de Peeters se leerá en el futuro como una de esas obras totales en las que la forma y el contenido se imbrican de tal modo que cada una hace referencia a la otra y la explica. Finalmente, resultará que el cómic Aama, como la entidad orgánica que protagoniza sus páginas, adquirirá la vida propia de una obra maestra que construye su propio lenguaje y coordenadas y que termina convirtiéndose ella misma en referente futuro de cómics venideros, no solo de ciencia-ficción. Páginas vivas y trascendentes.

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