Recuerdos del colegio "San José" al celebrar cien años de actividades

“El factor más importante para la actuación durante toda la vida es, sin duda, la educación. Esta educación es la que posibilitará durante todo el transcurso de la vida la actuación de la persona, cualquiera sea la especialidad o profesión que se tenga. Esa base, la llamada educación adecuada y completa, es fundamental”.

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Por Félix Darío Guerrero Pavez (*)


Autor de lo citado es el distinguido ex diplomático del Paraguay, don Luis María Ramírez Boettner, quien tuvo una brillante trayectoria en esas actividades, llegando a desempeñar cargos de la más alta relevancia en sus 66 años de vida internacional.

Con tan significativas palabras, él da inicio a sus Memorias, en las que relata sus experiencias, tanto como miembro del Ministerio de Relaciones Exteriores de este país del cual fue su canciller, así como de sus vivencias mientras formó parte de los directivos de mayor jerarquía de Naciones Unidas.

Lo expresado por el doctor Ramírez Boettner lo comparto plenamente ya que, sin lugar a dudas, que “el factor más importante para la actuación de toda la vida es la educación”.


Cuarenta y nueve años atrás
Hace ya largos 49 años, en Paraguay, recibí una excelente educación la que ha sido fundamental en mi vida. Esto se debió a que en los primeros meses del año 1955, mi querido y recordado padre, Félix Guerrero Salcedo, por ese entonces, teniente coronel del Ejército de Chile, tuvo el honor de ser designado Adicto Militar en esta nación hermana, cargo que desempeñó hasta mediados de 1957.
Eso hizo que nuestra familia se trasladara a vivir a Asunción. Aquí, entonces, continué mis estudios, dejando el colegio de los Padres Franceses de Santiago, el mismo plantel donde estudió el ex ministro Ramírez Boettner, cuando su padre fue embajador de Paraguay ante La Moneda.

En esas circunstancias, junto a mis hermanos Jaime y Luis Enrique fui matriculado en el colegio “San José”, el cual cumple cien años de fructífera existencia en el ámbito de la educación de Paraguay.

Los tres, el 9 de junio de aquel año, ingresamos como sus nuevos alumnos. Es decir, recién se acaban de cumplir esos 49 años ya indicados de haber vivido tan feliz experiencia. Lo acontecido aquel día lo tengo muy fresco en mi memoria.


El recibimiento en el “San José”
Recuerdo que tan pronto cruzamos la puerta principal de este prestigioso centro de enseñanza fuimos recibidos por su rector, el reverendo padre César Alonso de las Heras, quien vestido con una impecable sotana blanca y llevando una cruz colgada en su pecho y sus lentes de marco de color café nos esperaba, a eso de las 8 de la mañana, en el acceso principal que lleva hasta el edificio donde están las salas de clases.
El padre Alonso nos dio una bienvenida excepcional. Nos abrazó con calidez y en una breve y cordial conversación nos entregó un mensaje que nos permitió tener pronto mucha confianza en cuanto a lo que sería nuestra permanencia en el “San José”.

Fue, a la vez, un estímulo muy importante para superar nuestro lógico nerviosismo y nuestra natural inquietud por adivinar cómo nos acogerían todos los alumnos en nuestra condición de extranjeros.

Luego de ese encuentro nos dirigimos con él hacia el interior del colegio. Caminamos a paso muy lento unos 40 metros y tras subir una escala, de unos pocos peldaños, que terminaba en el cruce de dos pasillos, nos presentó a un sacerdote de grueso físico, de hablar con un acento francés, muy enérgico, de regular estatura, más bien de tez morena, cabello un tanto crespo, de nariz corta y aguileña y de lentes pequeños y redondos. No era otro que el padre León Condou quien también fue muy cordial con nosotros.


Una actitud desconcertante
Conversamos un buen rato en ese lugar, a la espera que finalizara el llamado “estudio” que precedía el inicio de las clases en cada uno de los cursos. De pronto sonó el timbre y paulatinamente fueron saliendo de una amplia sala numerosos alumnos formados en dos filas.
Algunos se acercaban a nosotros y besaban o tocaban nuestras corbatas azules, mientras formulaban sabrosos comentarios. Otros, en cambio, se abstenían de hacerlo y más bien seguían su camino sin prestarnos mayor atención.

Ante esta sorpresiva reacción nosotros estábamos desconcertados y no sabíamos por qué tantas reverencias, besos y parabienes por llevar esa prenda de ese color. Más tarde lo supimos.

Ustedes mejor que yo deducirán los motivos por los cuales se registraba esa actitud frente a nosotros por la que no daré una explicación del caso.
Después vino la integración a nuestros respectivos cursos. A mí me correspondió el tercer año de bachillerato, encontrándome allí con un núcleo de jóvenes paraguayos que se prodigaron en darme una inolvidable recepción y su más absoluto respaldo para realizar mis estudios sin inconvenientes.


Mis compañeros de curso
Formaban parte de ese curso, entre otros, Angel Arréllaga, Luis María Acuña Loizaga, Osvaldo Pablo Ruggero, Ramiro Vargas Peña, Juan Bautista Wasmosy Monti, César Franco Manzoni, Armindo Riquelme, Javier González Pérez, Luis María Zubizarreta, Carlos Esculies Dos Santos, Ricardo Zacur, Agustín González, Oscar Vaesken, Juan Carlos Gross Brown, Víctor Fracchia, Juan Heisecke, Horacio Abente, Francisco Rolón, Juan Colombo, Hugo Saguier, Carlos Meyer, Jorge Bernardes, Alberto Porta (italiano), Jorge Arias, Rubén Darío Avila, Oscar Harrison, Tomás Montiel, Gustavo Saguier, Enrique Paulosky, Emilio Vargas, Enrique Viré, José Stepanovich, Osvaldo Real, José Ferreira, Mario Lauro, Adolfo Brusquetti, José Casamada, Federico Farías, y varios otros paraguayos.
Muchos de estos compañeros hoy ejercen distintas profesiones y son muy exitosos médicos, ingenieros, arquitectos, odontólogos, abogados y escribanos. Otros desempeñan sus actividades cotidianas en la agricultura, el comercio, la banca y las finanzas y la industria del Paraguay con resultados muy halagadores, lo que habla con elocuencia de la magnífica formación que nos diera cuando jóvenes el colegio “San José”.

Todos ellos hicieron posible una muy grata estada mía en el colegio. Eso fue una demostración muy nítida del formidable ambiente que estaba compartiendo. Simplemente extraordinario en el más amplio sentido de la palabra.
Unos me aportaron sus conocimientos en álgebra, asignatura que se impartía en Chile solamente en la Universidad, otros en latín, idioma que yo tampoco conocía, a excepción de las oraciones de la Santa Misa, oficio que aún se celebraba en esa lengua, otros en geometría, y así sucesivamente.

A todos ellos vaya mi sincero recuerdo y mi más profunda amistad, y para quienes están junto a Dios en los cielos, como es el caso de Juan Carlos Gross Brown y Jorge Arias, los cuales están participando de este centenario mucho más felices que nosotros, elevo un Padre Nuestro y les pido que nos iluminen en nuestro transitar por esta vida terrenal. Para el “Negro” y el “Gordo” va mi sentido homenaje y mis ruegos por su eterno descanso.

En los cursos inmediatamente anteriores al mío estaban, entre otros, José Cameroni y José Félix Fernández Estigarribia; y el sexto de bachillerato lo integraban alumnos tales como Carlos Faccetti, Guillermo Macorito, Juan Manuel Morales y Juan Carlos Wasmosy. Más atrás, con mi hermano Jaime, recuerdo a sus compañeros Galiano, Lima, Soler y Fiore. Transcurridos tantos años, a los que no mencioné por sus nombres y sí por sus apellidos les pido su comprensión ya que mi memoria no responde a mis requerimientos como lo esperaba cuando voy escribiendo este artículo.


Mis profesores
Excepcional fue también el recibimiento que me dieron mis profesores y la comprensión que tuvieron conmigo al darme el tiempo necesario y todas las facilidades para ponerme al día en las diferentes materias que conformaban el programa de estudios.

Al referirme a ellos va mi emocionado recuerdo, en esta oportunidad tan significativa que vive el colegio “San José”, hacia el pai Condou, el pai Pérez, el pai Lahuardat, el pai Loustau y el pai Peubot, los que junto a otros maestros están desde los cielos vibrando con el centenario del colegio.

En sus nombres sintetizo el quehacer de otros destacados educadores de los cuales recibí muy sabias enseñanzas que contribuyeron de modo muy importante en mi formación valórica espiritual y humanista y, obviamente, como persona.
En Paraguay, y específicamente en el colegio “San José”, tuve una educación del mejor nivel, la que ha sido fundamental en mi vida. La misma la he complementado con la que recibiera en mi país, tanto antes como después de haber estudiado en dicho plantel, con resultados que me han permitido alcanzar logros que me llenan de satisfacción, en lo personal.

La educación que me entregaron mis profesores en el “San José”, a la edad de 15 y 16 años, no sólo fue óptima, sino mucho más que eso, y verdaderamente no encuentro los términos más apropiados para calificarla. Fue adecuada y completa y, por lo tanto, muy fundamental para mí.

Las enseñanzas y los conocimientos que me dieron en sus aulas los llevo muy dentro en mi corazón, y han sido valiosas herramientas para mi actuación profesional.


Un privilegiado
Me siento un privilegiado al haber sido alumno de ese colegio y, ciertamente, que doy gracias a Dios por haber iluminado a mis padres, Olga y Félix, para elegirlo como el mejor lugar para continuar mi educación.

En verdad, la mano de Nuestro Señor estuvo muy presente al momento que ellos debieron analizar las distintas alternativas que se les presentaban para continuar con mi educación.
Cuando el “San José” está celebrando su centenario con alegría, me uno a todos sus profesores, sacerdotes y laicos, a sus alumnos y ex alumnos para compartir con mucha felicidad tan relevante aniversario, y les hago llegar a través de este escrito un saludo muy fraterno, formulando al mismo tiempo, mis mejores deseos por su creciente importancia en el plano educacional del Paraguay.


Situaciones pintorescas
No puedo dejar de recordar situaciones muy pintorescas que me correspondieron vivir como eran esos verdaderos “dolores de cabeza” que les dábamos a los sacerdotes cuando se nos ocurría, de pronto, realizar unos sonoros “pamperos” en la sala de estudios, los que a veces eran breves, o bien, se prolongaban por varios segundos, causando la legítima irritación y molestia de quien estaba a cargo de la supervisión del alumnado a la hora del estudio.

Cómo no recordar además, lo difícil que era para mí rendir un examen oral en la asignatura de geografía. Dado que los mismos eran públicos, todo el curso se preparaba para escucharme, especialmente cuando debía pronunciar nombres tales como Acaray, Ypoá, Curuguatay, Curupayty, Tebicuary, Piribebuy, Capiibary, Ybyraró, Ybyturuzú, Ybytimí y varios más del idioma guaraní.

Obviamente que mi dificultad estaba en la letra “y”, que sólo los paraguayos la utilizan correctamente, constituyendo ésta para los extranjeros el mayor obstáculo para referirse a esos lugares correctamente.

Por cierto, que mi mala pronunciación de aquellas provocaba la risa generalizada de mis compañeros, lo que llevaba al profesor a levantarse de su asiento para anotar a los que estaban causando desorden en la clase.
Pero no eran ellos los autores de ese acto de indisciplina, sino que el culpable era yo que, con mi rostro enrojecido de rubor, trataba de expresar lo mejor posible esas palabras, lo que me resulta imposible lograrlo hasta el día de hoy.


Al incorporarme a mi curso, poco a poco, fui enriqueciendo mi vocabulario con los términos que se usaban en aquellos días, y los que tuve que aprender para que mis compañeros me entendieran. Fue así como me enseñaron que “perramus” significaba impermeable; que “birome” era lápiz de pasta para escribir; que “championes” eran las zapatillas de gimnasia; que tomar “agua de la canilla” era beber agua de la llave y así muchas más que sería muy largo enumerarlas.


Los desfiles
Cómo no recordar también los desfiles que se efectuaban para el 14 y 15 de mayo y 15 de agosto, a través de la avenida Mariscal Francisco Solano López y en los cuales pude participar vistiendo camisa y pantalón blanco, zapatos negros, calcetines blancos, boina vasca de color azul oscuro y corbata celeste. Para sorpresa de muchos, aún guardo las insignias del colegio que debíamos llevar en el lado izquierdo de nuestro pecho.
Esas ocasiones me dieron la posibilidad de cantar, junto a mis compañeros y mucho entusiasmo las estrofas del himno “Patria Querida”, una de las cuales dice: “Silente el cielo azul, tus selvas con su voz encantan nuestras vidas cual favor de Dios”. En verdad, el silente cielo azul del Paraguay y la voz de sus selvas encantan nuestras vidas cual favor de Dios. ¡Cuánta razón tuvo el autor de esta marcha al plasmar en estas frases sus tan claros pensamientos sobre esta República! El coro de ella es aún más elocuente en su mensaje al decir: “Patria Querida, somos tu esperanza, somos la flor del bello porvenir...” y que termina diciendo: “Si por desgracia el clarín de las batallas nos llama un día a cumplir el gran deber serán allá nuestros pechos las murallas que detendrán las afrentas a tu ser. Libre serás, oh Patria amada, mientras tengamos el rubí de nuestra sangre derramada, triunfante allá, allá en Curupayty, el lema del valor que siempre ha de seguir la raza paraguaya es ¡Vencer o Morir!”
Repetir la letra de este marcial himno es algo que me remece interior y exteriormente, porque me siento un paraguayo de corazón y un hijo adoptivo de Paraguay, y ello no es exageración, ya que quienes me conocen y saben del profundo amor que tengo por esa noble y generosa tierra.


Una caIda... sin consecuencias
Cómo, también, no recordar aquel episodio del que fue actor principal uno de los hijos del entonces Jefe de Estado, y que motivó que circulara velozmente un rumor de carácter político, que corrió por todos los rincones del colegio como si fuera aceite que se derramara desde su envase por encima de una superficie lisa.

El joven se tropezó mientras jugaba con unos compañeros y luego sufrió una violenta caída al piso, debido a que unas baldosas del patio de los superiores, colocadas junto a un frondoso árbol que había allí, estaban levantadas levemente, como consecuencia del crecimiento de las raíces de dicho árbol, provocando un desnivel muy notorio del que ese alumno, al estar corriendo, no se percató bien y se fue violentamente al suelo.
Entonces, quienes lo vieron caer comenzaron a comentar en voz alta: ¡Cayó Stroessner! ¡Cayó Stroessner! Si hubo hasta aplausos de algunos que no estaban cerca del lugar de ese hecho y que escucharon este mensaje, sin saber con exactitud el origen de este.

Efectivamente que había caído Stroessner, pero no era el Primer Mandatario, sino que su hijo Gustavo, que había tenido ese percance, mientras se desplazaba detrás de la pelota, junto con algunos compañeros.


Un fanático y catOlico delirante
Cómo no recordar, por otra parte, el fanatismo de mi amigo Ricardo Zacur por el Club Cerro Porteño y sus comentarios de los días lunes sobre el triunfo o la derrota de este equipo en el campeonato de la Liga Paraguaya de Fútbol.
Cómo, del mismo modo, no recordar sus ruegos para que yo comulgara en la Santa Misa y después le regalara el pan y el chocolate que se repartía entre quienes habíamos estado en ayunas para recibir el Cuerpo de Cristo. Por cierto que él también comulgaba, lo que lo llevaba a consumir lo suyo y lo ajeno. Evidentemente que su físico no demostraba ser un joven que carecía de una buena alimentación. Muy por el contrario.

Podría contar muchas otras anécdotas, pero no es la ocasión de hacerlo y las reservaré para más adelante.

Sólo me resta pedirle a Dios y a la Virgen de Caacupé que la nueva etapa que inicia el colegio “San José” sea tan próspera en la formación integral de mis hermanos paraguayos como lo ha sido hasta ahora.


Una figura emblemática
Que la excelencia académica de sus educadores continúe brillando con luz propia, y que ella tenga como símbolo máximo la figura del reverendo padre César Alonso de las Heras, quien es testigo presencial del trabajo cumplido por una gran legión de maestros que han imitado su esfuerzo y dedicación hacia sus educandos y han formado, de manera muy exitosa, a miles de jóvenes del Paraguay y de otras naciones que tienen grabado en su corazón, como es el caso mío, el nombre del prestigioso colegio “San José”.

¡Cuánta razón tiene el doctor Ramírez Boettner al decir en su libro que “el factor más importante para la actuación durante toda la vida es, sin duda, la educación”. No cabe duda que esa es la principal preocupación del colegio “San José”. Entregar una buena y completa educación a sus alumnos. Y ello lo lleva a cabo muy eficientemente. De eso doy testimonio a quien quiera oírme. ¡Feliz aniversario querido colegio! Un abrazo con especial afecto, desde Santiago de Chile, para todos sus profesores, alumnos y ex alumnos y, muy en especial, para el pai Alonso.


* Periodista, miembro del colegio de la Orden de Chile y ex alumno del colegio “San José”.

Santiago de Chile, junio de 2004.
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