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El Clan de los Ríos
Víctor Manuel de los Ríos García nació en la segunda mitad del siglo XIX en el seno de una familia peruana acomodada. Siguiendo la usanza de la época, los hijos de estas familias dedicaban parte de su tiempo al aprendizaje de la música y al conocimiento de las artes en general, pero estaba mal visto hacer del arte una profesión. Víctor, que ejecutaba varios instrumentos, decidió hacerlo, para lo cual tuvo que romper relaciones con sus padres, que no aceptaban un hijo músico.
Ya instalados en América, ávidos de propuestas artísticas de sus países de origen y con un buen pasar económico, los inmigrantes europeos hicieron del Nuevo Continente una plaza lo bastante interesante como para que importantes compañías lo recorrieran en largas giras –siempre se dijo que la bailarina rusa Ana Pavlova, la actriz francesa Sara Bernhadrt y el tenor italiano Enrico Caruso, entre otros, subieron al escenario del Teatro de Manaos–. Una de ellas, la compañía italiana de marionetas Dell’Acqua, contrató en Perú –en esa época los espectáculos contaban con orquestas en vivo para la música y los efectos especiales– a Víctor de los Ríos, entonces director de la Orquesta Sinfónica de Lima. Él y la hija del dueño de la compañía, Ida Prandi, cantante lírica y actriz, se enamoraron. Los padres de Ida no lo aprobaron, se fugaron para casarse y se instalaron en Caracas, Venezuela. Tuvieron ocho hijos; uno murió. Todos nacieron en los países donde Víctor Manuel trabajaba: el quinto, don Héctor –el padre de Edda–, en Porto Alegre, Brasil, en 1901; Fornarina, en República Dominicana; Leonor y Víctor, en Perú; Rebeca y Óscar, en Porto Alegre; e Iván, en Argentina.
En sus ratos libres, Víctor enseñó a sus hijos pequeños a ejecutar distintos instrumentos musicales. Con su numerosa familia, formaron una compañía infantil de ópera bufa, teatro y zarzuela que llegó a Asunción en la primera década del siglo XX; hay un programa que promociona a Héctor de los Ríos, «el niño de cinco años que toca la armónica con la nariz». Al parecer, la estadía fue corta pues fueron acusados de explotación infantil.
La Karr-Prandi
Ninguno de los hijos heredó las habilidades musicales del padre, sí las actorales de la madre. De adultos, formaron la compañía de alta comedia Karr-Prandi, con la que recorrieron parte del continente americano en las décadas de 1920 y 1930. Aunque todos los integrantes eran hermanos, en los programas unos utilizaban Karr y otros Prandi, para variar, como apellido artístico.
En su itinerario por diversas ciudades de Suramérica, de paso por Fray Bentos (Uruguay), don Víctor Manuel falleció repentinamente, hicieron una parada para enterrar al «viejo» y continuaron camino. Una de sus hazañas fue atravesar Colombia en caravana. Las mujeres iban en los carruajes con los decorados, y los hombres, a caballo. Paraguay fue incluido en las giras cuando Héctor de los Ríos conoció en El Salvador a Agustín Barrios, quien se los recomendó y les facilitó los contactos para llegar al país que elegirían para dejar de ser nómadas.
Llegaron en 1929. El empresario italiano Egidio D’Angellis tenía la concesión del Teatro Nacional (hoy Municipal), donde actuaron. Leonor Karr, la primera actriz de la compañía, se casó con don Egidio, se quedó en Paraguay y se retiró del teatro para siempre.
El resto de la familia continuó camino, pero el público no se acostumbró a la ausencia de la prima donna. Antes de una gira por España en la década de 1930, Ida y sus hijos decidieron pasar una temporada de descanso en Paraguay, donde Leonor estaba ya afincada. La Guerra Civil Española desbarató los planes y fueron postergando la gira hasta siempre.
Durante la Guerra del Chaco, hicieron representaciones a beneficio de la Cruz Roja y transmisiones radiales para las tropas, tres veces por semana. Hay registro de que actuaron hasta 1935. En 1936 ya estaban instalados en Asunción, y todos habían abandonado el teatro.
Don Héctor se dedicó al comercio. Se casó con Elena Morselli, paraguaya descendiente de italianos, y sus hijas, Edda e Ida, crecieron escuchando las anécdotas artísticas de la familia, que despertaron en Edda un deseo irreprimible de ser actriz.
Héctor de los Ríos
Don Héctor no pensaba volver a pisar un escenario. La obstinación y condiciones artísticas de su hija mayor lo incitaron a retomar la carrera casi un cuarto de siglo después, no como actor (aunque actuó ocasionalmente), sino como director. En esta nueva etapa se reveló como un maestro del arte dramático. Sumó importantes nombres al teatro paraguayo, con la singularidad de que hacía actuar a amigos de la familia que, como Álvaro Ayala, Patricia Abente o Alba Cavina, jamás habían pisado un escenario. Habrá alguno que aún lo recuerde como el gran formador de actores que fue, y por su malhumor característico.
La primera obra que montaron fue El conventillo de la Paloma (1959), sainete argentino en el que debutó la actriz de 17 años Edda de los Ríos, además de su hermana y sus primos Emilio, Bruno y Arturo de los Ríos (que luego se dedicaron a otra cosa). Integraron también el elenco los hermanos Héctor, Óscar e Iván; el teatro los volvía a reunir.
Edda no tardó en destacar. Nombrada Revelación artística de 1962 por el diario El País, dos años después viajó para estudiar en la Real Escuela superior de Arte Dramático de Madrid. Al tiempo que estudiaba, trabajó en televisión y teatro. Pudo desarrollar su carrera artística allá, pero esta tierra sería elegida una y otra vez por esta rama de la familia. Edda sintió que sus raíces estaban en Paraguay y decidió volver en 1967.
La compañía presentó varias obras en su ausencia; María Elena Sachero fue la actriz elegida por don Héctor para los principales roles femeninos. El baúl de los disfraces, de Jaime Salom, fue la primera que hizo Edda al volver de España, en el cine-teatro del Hotel Guaraní, en 1967. El diario de Ana Frank se estrenó en el 68. Edda, de 26 años, representó el papel de Ana Frank, por el que sería recordada por mucho tiempo.
La relación con el Teatro Municipal se volvió tensa. En una ocasión, se negaron a dar una prórroga a una temporada tan exitosa que se cerró con filas de personas ilusionadas por entrar a ver la obra. Don Héctor entonces rompió relaciones y decidió no volver a presentar nada allí.
Esta decisión abrió una nueva etapa: los movió a probar salas y espectáculos alternativos y fue el inicio de La Farándula como compañía teatral, aunque se presentaban indistintamente como compañía de teatro de don Héctor de los Ríos y como La Farándula.
Abro un paréntesis para mencionar el Taller de Educación Artística (TEA), fundado por Edda en 1973, por el que pasaron cientos de niñas y adolescentes asuncenas, y algún que otro niño. En ese espacio volcó su vocación docente.
Hicieron obras como Recordando con Ira, de John Osborne, y Los Físicos, de F. Durrenmat en el Teatro de Las Américas del CCPA, y fue la primera compañía estable que aplicó el formato café-concert en locales no pensados para el teatro, como el Club Par de Alfiles, la Casa Argentina y el Touring Automóvil Club Paraguayo, hasta que alquilaron un salón abandonado, en el segundo piso, y la terraza del edificio del Ferrocarril Central.
La Farándula
Eduardo Laterza, esposo de Edda, y Álvaro Ayala figuraban como concesionarios del flamante local. Edda era responsable de la cartelera artística, Alvarito, de la parte musical y, su esposa, Koki Dijkhuis, compartía responsabilidades administrativas. Aunque todos hacían de todo.
Equiparon el salón vacío con un escenario, luces, mesas, sillas, una barra de venta de bebidas y servicio de bocaditos fríos y calientes. A diferencia de un teatro convencional, La Farándula era un espacio en el que se podía permanecer después del espectáculo. Además, funcionaba todo el año y estaba abierto a otras compañías nacionales e internacionales. No solo hubo teatro: también espectáculos de títeres, música, poesía y hasta desfiles de moda. Durante los calurosos días de verano, se organizaban los bailables en la terraza con música en vivo.
Por insistencia de Edda, don Héctor se enfrentó al público como actor tras varios años sin subir a un escenario en A mitad de camino, de Peter Ustinov, en 1978, y volvió a hacerlo en setiembre de 1979 para festejar los 20 años de la compañía, como el capitán de bomberos de La cantante calva, de Ionesco, obra a la que sumaron El espejo quebrado, entremés para tres actores que formaba parte del repertorio de la Karr-Prandi, con la única novedad en el elenco de Edda como tercera actriz, ya que don Héctor de los Ríos y don Víctor Prandi, recordando sus épocas juveniles, siguieron en él. Los hermanos volvían a reunirse sobre las tablas sin saber que allí se despedían para siempre. Don Héctor falleció el 11 de diciembre.
La Farándula cambió la noche asuncena con su propuesta distinta y funcionó sin interrupción de 1977 a 1980, año en el que una atenta nota informó que el alquiler del salón subiría de sesenta mil a cien mil guaraníes. A la contraoferta de setenta y cinco mil, la respuesta fue que había propuestas de hasta doscientos cincuenta mil. Los números no cerraban y La Farándula cerró como espacio para siempre, después de haber contribuido al desarrollo cultural de la vida asuncena con una sala de espectáculos permanente e inclusiva por la que pasaron elencos locales y extranjeros. Después de La Farándula, ningún emprendimiento volvió a funcionar allí.
Edda protagonizó en los ochenta varias obras importantes –como Sarah Bernhart, de John Murrell–, algunas de autores nacionales contemporáneos, como Alcibiades González del Valle, Pepa Kostianovsky, Néstor Romero Valdovinos y Moncho Azuaga. En 1990, en una entrevista, le preguntaron si dejaría el teatro por la política. «Lo dejé por ahora. Aunque dicen que el asesino siempre vuelve a la escena del crimen», respondió, como augurando su vuelta, que se dio en 1999 con la comedia en tres actos Y ahora… ¿qué?, de su autoría.
Fue una de las tres obras escritas por ella que estrenó en este último periodo –en el que además incursionó en la dirección escénica de ópera al llamarla su entrañable amigo, el Dr. Juan Manuel Marcos, para asumir el desafío de formar actores (o lograr que los cantantes actuaran mientras cantaban) en el naciente elenco de ópera de la Universidad del Norte–: las otras dos fueron Kuña Rekove (2000) –versión teatral de Pintadas por sí mismas. Historia de diez vidas (1986), de Marilyn Godoy, Olga Caballero y Manuelita Escobar– y El Feldespato (2002). La Repartija, comedia de Manuel Falabella, fue la última producción de La Farándula, estrenada en 2005.
Kuña Rekove estuvo en cartel una temporada completa. Luego recorrió Paraguay y se presentó en los festivales internacionales de teatro más importantes de habla española. Le valió el premio internacional Vida de Dedicación a las Artes Escénicas 2006, otorgado en el XXI Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami, en el que además presentó la obra.
En diciembre de 2006, en la inauguración de la temporada cultural de la Facultad de Arquitectura de la UNA, fue ovacionada por estudiantes y profesores, pese a la precariedad del escenario y luces.
Esa fue su última función, sus últimos aplausos, la última ovación. Meses después, su gran amigo y compañero de teatro Alvarito Ayala tomaba la mano de Edda en el momento justo en el que dio el último suspiro.