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FILOSOFÍA DE HOY: EL NUEVO REALISMO
A partir de la filosofía crítica de Kant, las formas de nuestras percepciones y las categorías de nuestro entendimiento limitan nuestro conocimiento, es decir, son la marca de una finitud que condiciona nuestro modo de acceder a la realidad. La finitud significa, de esta manera, la existencia de un punto de vista sin el cual el sujeto del conocimiento tendría un acceso total a lo real, sin escorzos o facetas que mediaran su aparición. La contrapartida de esto es conocida: el acceso a lo Absoluto deviene imposible, al menos por las vías del entendimiento, y todo saber, de ahora en más, será relativo a la correlación entre el pensamiento y el mundo. Como resultado, las particiones ingenuas de la realidad entre idea y cosa, sujeto y objeto, lenguaje y referente, aparecen ahora como una derivación de algo más originario: la relación misma que liga estos pares, su imposibilidad de existir por separado.
Esta primacía de la correlación, que atraviesa toda la filosofía moderna y toca con mayor fuerza nuestra actualidad, afirma que las cosas no tienen consistencia sino a partir de ser vistas, pensadas, imaginadas, deseadas o interpretadas. Atribuciones que remiten, todas, a facultades de lo humano, esa superficie trascendental sin la que, según el «pensamiento correlacional», no habría mundo; no, al menos, uno provisto de sentido.
Publicado en 2007, Après la finitude (cuya traducción al castellano, Después de la finitud, publicada por la editorial Caja Negra, está disponible desde junio de este año) es el libro donde Quentin Meillassoux declara su rebelión contra el «encierro correlacional» vigente, del que afirma que es posible salir perforándolo con las armas de la filosofía y un uso especulativo de la teoría de conjuntos de Cantor para ir al encuentro del Gran Afuera. Con Graham Harman, Ray Brassier, Iain Hamilton Grant y otros, Meillassoux ha sido asociado a la emergencia de una nueva corriente filosófica, el nuevo realismo o realismo especulativo, hecho significativo en una época en la que se decreta permanentemente la inercia final de la filosofía.
LA CONTINGENCIA COMO ABSOLUTO
El objetivo general del pensamiento de Meillassoux es, entonces, romper con el filtro antropológico de la correlación, abrir el camino hacia una enunciabilidad de lo absoluto, sin que esto implique un simple retorno a la filosofía precrítica. Para ello, se emprende una profunda revisión del sentido habitual de términos como «especulación», «absoluto», «contingencia» y «necesidad». En Después de la finitud se busca, de esta manera, demostrar la aparente paradoja de que una filosofía verdaderamente especulativa solo sea posible mediante el rechazo de cualquier postura metafísica. El problema de toda metafísica no es que persiga un absoluto y desconozca ilegítimamente la finitud del conocimiento, sino que siempre termine subordinando lo absoluto a lo que Leibniz denomina «principio de razón suficiente»: la necesidad de que un ente sea de manera necesaria, así y no de otra forma, por su simple determinación conceptual.
Si en este contexto «especulación» alude a la pretensión legítima del pensamiento a acceder a un absoluto, es preciso tener en cuenta que este último no solo no tiene nada que ver con algo de orden religioso o místico, sino que tampoco remite a la necesidad de postular un ente supremo del tipo que sea (Dios, Idea, Espíritu, Esencia, Substancia, etc.). Lo absoluto es, en principio, lo des-ligado (ab-solutus, como marca su etimología) de nosotros, de nuestro pensamiento, y, por lo tanto, hace referencia al dominio ontológico de lo que de manera enfática es.
Ahora bien, ¿cuál es la determinación de aquello que es con independencia de toda instancia humana, de aquello que se pretende situar más allá de la correlación pensamiento-realidad? Para Meillassoux, solo puede ser la contingencia. Lo absoluto no implica, por lo tanto, la posición necesaria de un ente, sino el develamiento del carácter contingente de todo lo que es («principio de factualidad», en los términos del autor). Solo la contingencia es absoluta, ella es el en-sí de todas las cosas. La estructura de lo real está atravesada por el vértigo de su sin-razón, de la posibilidad de que un ente cambie no solo bajo su régimen formal de existencia, sino de que el mismo régimen formal mute de manera total.
(De ahí la tesis extrema, pero profundamente coherente, de Meillassoux de que las leyes mismas de la naturaleza son contingentes y pueden, sin ninguna razón interna a ellas, cambiar. Esto no significa, obviamente, que vayan a hacerlo ni que carezcan de estabilidad, sino que esa estabilidad es de hecho y no de derecho –para más detalles, leer el capítulo 4, «El problema de Hume», de Después de la finitud.)
Siempre es posible relativizar la necesidad de un ente del tipo que sea, señalar su contingencia, su posibilidad de ser de otra manera o, simplemente, de no ser. Como apunta Meillassoux, toda la crítica de las ideologías depende de ese procedimiento. Todas las posturas antimetafísicas de la contemporaneidad utilizan la contingencia para des-absolutizar el pensamiento, hacer valer su carácter relativo, reconducirlo siempre a su sobre-determinación psicológica, histórica, cultural, social o lingüística. Lo que esta des-absolutización generalizada –ethos del saber que comienza con el giro crítico de Kant y alcanza su fase más banal con el «pensamiento débil» de la posmodernidad– no alcanza a ver es que la posibilidad misma de todas sus relativizaciones descansa en algo no relativizable, la contingencia como tal: ese operador de todas las relativizaciones que, sin embargo, no puede ser relativizado en tanto operador mismo.
LA ANCESTRALIDAD DEL COSMOS
Lo absoluto es lo des-ligado del hombre, el en-sí cuya determinación última no remite a ningún ente en particular, divino, humano o natural, sino únicamente a la contingencia que atraviesa todo ente. Implica aquello que exige romper la dependencia del mundo respecto de sus condiciones de aparición subjetiva. El «realismo especulativo» de Meillassoux es, así, un proyecto filosófico que propone una ruptura con el sueño fenomenológico de un correlacionismo insuperable, señalando la posibilidad de pensar un mundo sin donación, anterior y posterior a toda instancia trascendental. Es, al mismo tiempo, una crítica implacable de toda forma de pensamiento post-secular, de toda tesis que postule en la realidad un supuesto núcleo de misterio inaccesible; postulados que solo sospechan de la posibilidad de acceder racionalmente a lo absoluto para mejor regalarlo a la creencia ciega de los fundamentalismos religiosos (el «fideísmo» reinante, según las palabras del autor).
Con un sobrio estilo argumental, que no solo avanza con claridad sus posiciones, sino que realza y agudiza las posibles objeciones a ellas (para mejor rebatirlas), Meillassoux se propone pensar, desde el inicio de Después de la finitud, en qué consiste este Afuera fundamental de la correlación pensamiento-mundo. Es aquí donde surge el término ancestralidad, noción ligada a un registro cronológico que señala la existencia de un vasto segmento temporal de la existencia del mundo sin presencia humana, del mundo sin donación subjetiva, algo que para la fenomenología no sería sino una pesadilla o el simple delirio de la renovada ingenuidad realista.
Meillassoux, ante esto, sostiene que la ciencia experimental ha sido capaz de producir enunciados como: el origen del Universo se remonta a 13.700 millones de años, el origen de la formación de la Tierra a 4.500 años, el origen de la vida terrestre a 3.500 millones de años y, finalmente, el origen del hombre como Homo habilis a solo 2 millones de años. No se trata, para el pensador francés, de decir que el Gran Afuera es lo ancestral; la única determinación positiva de la realidad, de lo que es más allá de la mediación del pensamiento, es la contingencia absoluta de todo ente, su sinrazón, su posibilidad eterna de ser otra cosa que aquello que es o, incluso, de nunca haber sido. Lo que la ancestralidad impulsa y permite pensar es la existencia precisa de unos enunciados que ponen de manifiesto el hecho de una realidad límite, desligada enteramente del pensamiento humano porque es anterior en términos fácticos.
El objetivo de Meillassoux es, entonces, interpretar el verdadero alcance filosófico de estos enunciados que afirman la no coincidencia cronológica del origen del mundo y la vida humana, que sostienen la pensabilidad de algo anterior a la conciencia. En un turn decisivo, estos enunciados proponen concebir el mundo no como lo que requiere una conciencia para aparecer como provisto de sentido, sino como aquello al interior de lo cual, en un momento determinado, adviene la conciencia. Consciente de que estos argumentos son inasimilables para cualquier postura filosófica que parta de una distinción categórica entre lo empírico y lo trascendental, Meillassoux no se amilana y argumenta extensamente la imposibilidad de una separación total de ambos registros. No es pensable para él lo trascendental sin una instanciación efectiva, en suma, sin un soporte orgánico que en algún momento tuvo que advenir. La conciencia, así, más allá de su pretensión de ser otra cosa que una positividad natural (pura intencionalidad, por ejemplo), deja de ser fundamento trascendental de lo existente para volverse simple ocurrencia intramundana.
Si el filósofo francés concede que son los resultados de la ciencia experimental, a partir de sus enunciados sobre la ancestralidad del cosmos, los que le permiten pensar la salida de la correlación hombre-mundo, no deja de afirmar, sin embargo, que esto no invalida la filosofía ni decreta la necesidad de su disolución en las aguas del cientismo. Por el contrario, revela todo el porte filosófico y especulativo de la ciencia. Que lo ancestral sea un dato no solo colisiona con el sueño trascendental (crítico o fenomenológico), sino que muestra que la ciencia experimental, por ser capaz de enunciar hechos anteriores a todo sujeto de la enunciación, contiene un potencial especulativo fundamental, de orden ontológico, capaz de rehabilitar un renovado realismo que nos permita concebir el acceso al Gran Afuera del pensamiento, aquello que solo puede venir después de la finitud.
Textos de referencia
De Quentin Meillassoux:
Après la finitude (París, Éditions du Seuil, Colección L’Ordre Philosophique, prefacio de Alain Badiou, 2006, 177 pp.).
En inglés: After Finitude. An Essay On The Necessity Of Contingency (Continuum, 2008).
En español: Después de la finitud. Ensayo sobre la necesidad de la contingencia (Buenos Aires, Caja Negra, 2015, 208 pp.).
Para una lectura crítica de Meillassoux:
De Slavoj Zizek:
El capítulo titulado «Malaise de la correlation», en Moins que rien. Hegel et l’ombre du matérialisme dialectique (París, Fayard, julio de 2015, 960 pp.).
En español: Menos que nada. Hegel y la sombra del materialismo dialéctico (de próxima aparición este año, editado por Akal).
De Catherine Malabou:
Avant demain. Épigenèse et rationalité (París, Presses Universitaires de France - PUF, 2014, 336 pp.; aún no existe traducción al inglés ni al castellano).
De Isabelle Thomas-Fogiel:
Le lieu de l’universel. Impasses du réalisme dans la philosophie contemporaine (París, Éditions du Seuil, 2015, 464 pp.; tampoco se han hecho aún traducciones).
joseduartepenayo@gmail.com