«Que se sustenten de mosquitos»

La política de Fernando VI, orientada a reforzar las relaciones amistosas entre las coronas de España y Portugal, requería superar las divergencias en cuanto a los límites de ambos Estados en sus dominios de ultramar. Para ello se firmó en 1750 un Tratado de Límites que tuvo consecuencias imprevistas en esta parte del mundo.

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La evacuación de los siete pueblos de las reducciones que iban a pasar al dominio de Portugal en virtud de los nuevos límites trazados de acuerdo al tratado de 1750 firmado entre las coronas portuguesa y española se convirtió en uno de los puntos centrales. No se trataba ya de convencer a los indígenas de que abandonasen las tierras que habían ocupado ellos y sus ancestros por casi siglo y medio, sino de establecer en cuánto tiempo se haría la mudanza. Los sitios posibles para asentar los nuevos pueblos quedaban a distancias muy grandes, entre ciento cincuenta y doscientas leguas, distancias que tenían que recorrer caminando y las más de las veces a campo traviesa, donde no existían caminos.

Al marqués de Valdelirios, quien comandaba la delegación enviada por el rey de España, se le planteó la cuestión del tiempo pidiéndole que en lugar de seis meses, como planteaban los portugueses, fueran tres años. Al recibir la carta en la que se le pedía esta ampliación del plazo, el marqués se mostró vacilante, ya que le parecía mucho tiempo. Juan de Escandón, en su relatorio de 1755, relata el momento en el que Valdelirios expresó sus dudas. «A lo que le respondió uno de sus compañeros –dice el relatorio– allí presente: Señor marqués, pues yo me alegrara que la mudanza se pudiera hacer en diez años y no se extendió mucho si las cosas se habían de hacer al ordinario paso del indio» (1).

«Mas cuando se había ya casi quedado en que el tiempo cómodo para la mudanza no podía ser menos que el de tres años, le llegó al dicho señor marqués carta del comisario portugués desde Castillos, citándole para las primeras conferencias que allí habían de tener en orden a la pronta ejecución del real convenio. Y el portugués la quería tan pronta, que entre otras cosas decía que al respecto de que llegaba ya el tiempo en que los indios solían hacer sus sementeras, y que en el tratado se les concedía tiempo para que pudiesen coger los frutos pendientes, para que no hubiese frutos pendientes que coger aquel año, no se les permitiese a los indios que sembrasen en ninguno de los siete pueblos, para que así no fuese necesario aguardarles a que recogiesen, antes de mudarse, los tales frutos pendientes. ¡Gran pensamiento por cierto! ¡Muy racional y muy prudente! A lo menos muy conforme al ansia con que el dicho portugués deseaba verse cuanto antes de los dichos pueblos y en posesión de sus tierras» (2).

«Según esta prevención del comisario portugués al nuestro, pretendía el portugués que la entrega se efectuase y acabase dentro de cuatro o cinco meses, o antes de ellos; pues no necesitaban de más tiempo los indios, aunque sembrasen para recoger sus sementeras, o frutos pendientes. Como estaba tan lejos de Buenos Aires, el que daba este gran arbitrio así para abreviar la mudanza, como para que los indios no tuviesen qué comer ni parte de aquel año, ni el siguiente, ni por el camino ni en llegando al término, no se le pudo pedir otro arbitrio semejante, para que los indios sin comer en todo este tiempo se sustentasen. Mas puesto que él no lo sugería, sería como muy obvio a cualquiera, cual lo es que se sustentasen del aire, o sino de los mosquitos de los desiertos a donde se les echaba, o sino el otro más fácil, cual era el que pereciesen y muriesen todos de hambre, que eso no le importaba a nadie. No obstante, una tan poco racional proposición y arbitrio tan nada conforme al tratado de los piadosos reyes católicos y fidelísimos, no le disonó tanto a nuestro comisario real, ni le pareció tan irracional ni tampoco tan disforme al real tratado que juzgase debía oponerse o contradecir desde luego a un tal proyecto, ni aún siquiera moderarlo, olvidado ya según parece los tres años que se inclinaba poco antes a conceder por tiempo cómodo para la mudanza. Y era el caso que según se decía traía instrucción de una corte de diferir en cuanto pudiese y no disgustar en nada al comisario portugués» (3).

A pesar de que el marqués de Valdelirios había hablado de las instrucciones que traía de Madrid y del encargo muy especial de no disgustar ni contradecir a los portugueses, muy pronto su actitud frente a los representantes de Lisboa hizo que la gente considerara que se mostraba servil con ellos sin que hiciera respetar, en ningún momento, el rango de su cargo. «Lo cierto es que en varios lances que después se ofrecieron, se hizo muy creíble que traía tal instrucción, o a lo menos, parecía que el portugués era el que mandaba, y el comisario de España el que obedecía. Y así el portugués citaba ahora para estas conferencias en Castillos, y después para otra en la isla de Martín García, y cuando y adonde él quería, iba luego el dicho comisario de España (sin que el portugués se dignara nunca de pasar a verlo a Buenos Aires) y ahora acaba de ir a Río Grande» (4).

«Mas sea de esto lo que fuere, lo que hace a mi narración es que, habiéndole el dicho comisario de España dicho al nuestro esta pretensión y arbitrio del de Portugal, se partió luego a verse con él en Castillos, dejándole al padre comisario por despedida una carta en que le decía que abreviase el padre su viaje que estaba para hacer a las misiones, que tuviese entendido que él iba a Castillos con resolución de decirle al comisario portugués que de nuestra parte no había embarazo alguno para que la mudanza fuese pronta (mejor dijera atropellada o precipitada) como el dicho portugués pretendía; y esto supuesto se le diese a los indios toda prisa a que evacuasen cuanto antes sus pueblos y tierras: y sin aguardar más, ni respuesta a esta carta, ni réplica a lo que decía en ella, se embarcó para Montevideo y de allí pasó a Castillos llevándose consigo a un jesuita para que fuese capellán de la primera tropa de demarcadores que desde Castillos con otra de portugueses habían de pasar inmediatamente hasta el Uruguay por el Ibicui abajo por en medio de las estancias y tierras de los indios dejando desde entonces señales con las marcas que ya se habían traído de Lisboa, los dominios de una y otra corona. Que con toda esta prisa iba, corría o volaba el negocio; para que a este paso fuese también o volase la precipitada mudanza de los indios con el ejemplo que les daban los portugueses y españoles. Bien que entre toda esta fuga no se olvidó el comisario de España de consignarle al capellán jesuita que para aquella expedición llevaba un peso por cada día de los que sirviese al rey nuestro señor en aquel ministerio; el cual salario desde luego lo renunció la provincia, siendo para ella el sueldo más apreciable el servir a su rey» (5).

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibid.

3. Ibid.

4. Ibid.

5. Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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