Primer siglo de Virgil Finlay, el «Monstro Ligriv»

Fue el rey invicto y absoluto de las ilustraciones de terror y ciencia ficción del siglo XX.

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EL DÍA EN QUE EMPEZÓ EL SIGLO XX

Virgil Finlay ilustró probablemente todas las revistas pulp de la década de 1940: Amazing Stories, The Phantagraph, Thrilling Wonder Stories, Famous Fantastic Mysteries, Argosy, Super Science Stories, Fantastic Novels, Startling Stories, Fantastic Adventures, etcétera. Podía trabajar, normalmente, dieciséis horas todos y cada uno de los siete días de la semana para ganarse la vida en el cada vez más duro mercado de las revistas ilustradas de Estados Unidos. En compensación, antes de morir a los 56 años de edad, el 18 de enero de 1971, fue durante la mitad de todo un siglo, el siglo XX, el rey invicto y absoluto de las ilustraciones de terror y de ciencia ficción, antes de su muerte y de la aparición del gran ilustrador del último tercio de ese pasado siglo, Frazetta.

Virgil Finlay nació en Rochester, Nueva York, un día de verano de 1914, el 23 de julio, cuando el Imperio Austro-Húngaro enviaba a Serbia el ultimátum cuya respuesta desataría cinco días después la guerra que terminó con todo el mundo conocido hasta entonces y que dio comienzo al salvaje, alocado, brillante, asesino, incomparable siglo XX. Luego de ser campeón de atletismo en el colegio, se dedicó a escribir poemas y a dibujar. Dibujar se volvería su placer, su vicio, su pasión, su alegría, su droga, su destino. Su método preferido y el que marcó su estilo para el público era el scratchboard: cubría el papel con una capa de arcilla blanca y luego una de tinta negra, o viceversa, y raspaba con algo punzante la tinta o la arcilla para revelar la capa inferior. Finlay fue uno de los pioneros en utilizar esta técnica para ilustrar las fantásticas historias de una modernidad pujante que resucitaba ancestrales angustias ante lo desconocido y devoraba fantasías futuristas en las páginas desenfadadas de las revistas pulp, y la apariencia xilográfica, como de antiguos grabados en madera, que el scratchboard daba a sus ilustraciones debió prestar a muchas de las solitarias noches de más de un ávido lector de pulp fictions el atractivo adicional de una fuerza visual impactante, como de expresionismo alemán, potenciada por sus trucos técnicos para dar a sus dibujos, con sombreado y punteado, riqueza de texturas y de volúmenes, consistencia, espesor, profundidad. Pronto se hizo famoso por su destreza para ilustrar las más locas invenciones de toda clase de relatos fantásticos, y, gracias a su trabajo en las célebres Amazing Stories y Weird Tales, revistas pulp de ciencia ficción y de terror, respectivamente, confirmó su vocación.

LUVEH KERAPF Y EL MONSTRO LIGRIV: A WEIRD TALE

Uno de los autores que publicaban relatos de terror en revistas pulp quedó tan impresionado con las primeras ilustraciones de Finlay aparecidas en Weird Tales que le envió una carta y hasta le escribió un poema; ese autor de cuentos de terror –en su caso, concretamente, de «horror cósmico» (aunque él prefería considerarse el inventor del «cuento materialista de terror»)– era nuestro viejo y buen amigo «el solitario de Providence», Howard Phillips Lovecraft. Virgil Finlay, por su parte, a través de los encargos de Weird Tales, se convirtió en el primer dibujante que ilustró las narraciones de Lovecraft; hizo visible para el público en impresos de gran tirada su infame universo en nerviosas imágenes, y lo siguió haciendo en esta y en otras famosas revistas de la época. Al poco tiempo, Finlay, como cabía esperar, recibió el negro bautizo de un marcante siniestro al entrar al Círculo de Lovecraft –en el que el propio Howard Phillips cobraba la horrible forma sin contornos dignos de tal nombre del aberrante faraón Luveh Kerapf, Sumo Sacerdote de Ech-Pi-El (transcripción fonética, como ya habrá notado el lector, de sus iniciales, H. P. L.), y el gran escritor Frank Belknap Long mutaba en la anomalía conocida como Belknapius, y Clark Ashton Smith se volvía algo llamado Klarkash-Ton que más vale no saber qué era, y August Derleth se revelaba como el corrupto y sicalíptico Conde d’Erlette, y Robert Bloch (de cuya novela Psicosis Hitchcock hizo la genial trampa cinematográfica hoy célebre) se convertía en la inmundicia denominada Bho-Blok, por citar algunas de las atroces involuciones de los integrantes de esa sórdida y negra fraternidad–. Así, llegado el momento, el ilustre ilustrador (si se me excusa el palmario juego de palabras) Virgil Finlay pasó a ser la viscosa entidad conocida como el «Monstro Ligriv» (un anagrama, como el lector ya habrá notado: Virgil escrito al revés).

PALABRAS PARA LO INDECIBLE, DIBUJOS PARA LO IMPENSABLE

Un fragmento del poema que Lovecraft dedicó a Finlay después de ver sus dibujos, cuando todavía no era ni la abominación llamada Monstro Ligriv, ni su amigo y miembro de su Círculo, dice:

Yet here upon a page frightened glance

Finds monstruous forms no human eye should see;

Hints of those blasphemies whose countenance

Spreads death and madness through infinity

(«Mas aquí, sobre la página, un vistazo aterrado / halla formas que ningún ojo humano debe ver, / esbozos de blasfemias cuya faz expande / muerte y locura a través del infinito». La traducción es mía).

Virgil Finlay vio las visiones de Lovecraft al leer sus escritos, vio cosas sin nombre, locas y deformes, que bailan y se agitan mórbidamente a la muerta luz leprosa de la luna de doble cuerno, y su minucioso y prolífico trabajo dio a un público ávido de emoción y fantasía imágenes para concretar el miedo, ver lo invisible, palpar lo inconcebible, colosales sombras amorfas de inmundicias primigenias, personas cuyos rostros no tienen lo bastante de humano para llevar tal nombre, enormes fuerzas sin alma que desgarran las estrellas. Cuando Lovecraft murió, en 1937, Finlay le dedicó su último saludo, su tributo de dibujante, un retrato del amigo y escritor que fue publicado en la revista Amateur Correspondant. Pueden verlo en la parte superior de esta página. El Monstro Ligriv dibujó a Luveh Kerapf como a su difunto amigo le hubiera gustado quedar fijado para la posteridad: como Howard Phillips Lovecraft, un caballero dieciochesco, vestido como un lord inglés, grave y serio, ciertamente, como no puede menos de estarlo quien conoce los horrores insondables del espacio y del tiempo, mas, en lo posible, compuesto y dueño de sí. Admirablemente correcto y cortés, en realidad, si tenemos en cuenta la legión grotesca y nauseabunda de reptantes abominaciones dementes cuyas sombras se acercan cada vez más, agitándose ciega y salvajemente, en convulsiones borrosas, a sus espaldas.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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