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Amrik es, obviamente, América, tal como este nombre se escribe en árabe. No cabe duda de que la cultura árabe está de moda entre nosotros desde mucho antes de que Samuel Hungtinton imaginara una hipotética guerra de civilizaciones en nuestro futuro mediato. Tampoco cabe duda de que en torno a la cultura árabe se han gestado con el tiempo muchos lugares comunes y no pocos errores generalizados que parecen estar contribuyendo a que la guerra de civilizaciones que podemos imaginar en el futuro amenace con convertirse en realidad. En nuestra América, desde hace ya más de un siglo, la cultura árabe tiene, a diferencia de lo imaginado por los expertos en futurología bélica, un claro signo de paz y de integración. De origen árabe son muchos de nuestros más destacados intelectuales, empresarios, maestros, deportistas y políticos y todos ellos, en mayor o menor grado, han contribuido, junto a hombres y mujeres de muy distinto origen, a formar con sus aportes el humus nutricio de nuestras sociedades presentes y futuras.
La muestra que se expone en el Centro Cultural de la Embajada de Brasil es fotográfica. En ella aparecen rostros, lugares, objetos y presencias de indudable signo arábigo cubriendo de norte a sur y de este a oeste la amplísima geografía cultural de nuestra América. Iglesias y mezquitas, clubes y centros de recreación, el ajetreo de los negocios familiares y los necesarios momentos de ocio en los que ciudadanos de origen árabe son captados por la cámara llevando a cabo actividades tan sencillas como jugar, bailar, comer, rezar o divertirse. Al observar las fotografías, tenemos la impresión de que la cultura árabe ha penetrado e influido en la nuestra de tal manera, que ni siquiera nos damos cuenta de que todos los latinoamericanos somos, en muy alto grado, deudores de esta magnífica cultura que nos ha dado desde el trazo arquitectónico de las viejas casonas coloniales a un sinfín de palabras, recetas culinarias, ritmos musicales, instrumentos y maneras de relacionarnos o formas de entender el mundo que llegaron, en ocasiones, con los primeros europeos y africanos que llegaron desde el otro lado del Atlántico.
En sus lugares de origen, los árabes desarrollaron con el tiempo un claro concepto de lo que entendían por nación árabe, la umma árabe, a la que diferenciaron de la umma islámica. Es necesario tener en cuenta que el Islam, siendo sumamente importante en la vida de la mayoría de los árabes, no es la única religión existente en estos territorios y que en la umma árabe han convivido siempre confesiones muy diversas, entre ellas un número considerable de iglesias cristianas. Lo que define la cultura árabe son la lengua y las costumbres ancestrales, no la religión, y tan árabes son los cristianos coptos de Egipto, como los drusos de Líbano, los alauíes de Siria o los shiíes y sunníes de estos mismos países. La umma árabe se extiende en la actualidad desde el Tigris al Atlántico y, en algún momento, también el territorio de al-Andalus, en la Península Ibérica, formó parte de la misma. Desde al-Andalus, en el sur de la Península, vinieron, precisamente, mucho antes de que los primeros inmigrantes del Próximo Oriente llegaran a nuestros países con pasaportes de la Sublime Puerta (de ahí el nombre de "turcos" con el que erróneamente se les conocía), muchas costumbres, comidas y objetos que los últimos, al llegar, reconocerían como propios. Si castellanos y portugueses habían conquistado al-Andalus y lo habían cristianizado, no habían logrado, sin embargo, desterrar las formas culturales propias de sus habitantes, desde el uso de los azulejos y las fuentes en los patios de sus casas a la confección de tejidos y bordados o la culinaria que aún gratifica nuestros paladares. También vinieron esclavos africanos musulmanes que habían sido arabizados y trajeron sus costumbres y su música.
La presencia cultural árabe en nuestra América se da, pues, desde muy temprano, pero es con la llegada de los primeros inmigrantes del Próximo Oriente cuando esta presencia se acentúa y cobra carta de naturaleza. Hoy la cultura árabe está totalmente integrada a la nuestra y se ha producido un fecundísimo mestizaje. De esta presencia y de este mestizaje da cuenta Amrik, la exposición a la que nos estamos refiriendo.
La muestra que se expone en el Centro Cultural de la Embajada de Brasil es fotográfica. En ella aparecen rostros, lugares, objetos y presencias de indudable signo arábigo cubriendo de norte a sur y de este a oeste la amplísima geografía cultural de nuestra América. Iglesias y mezquitas, clubes y centros de recreación, el ajetreo de los negocios familiares y los necesarios momentos de ocio en los que ciudadanos de origen árabe son captados por la cámara llevando a cabo actividades tan sencillas como jugar, bailar, comer, rezar o divertirse. Al observar las fotografías, tenemos la impresión de que la cultura árabe ha penetrado e influido en la nuestra de tal manera, que ni siquiera nos damos cuenta de que todos los latinoamericanos somos, en muy alto grado, deudores de esta magnífica cultura que nos ha dado desde el trazo arquitectónico de las viejas casonas coloniales a un sinfín de palabras, recetas culinarias, ritmos musicales, instrumentos y maneras de relacionarnos o formas de entender el mundo que llegaron, en ocasiones, con los primeros europeos y africanos que llegaron desde el otro lado del Atlántico.
En sus lugares de origen, los árabes desarrollaron con el tiempo un claro concepto de lo que entendían por nación árabe, la umma árabe, a la que diferenciaron de la umma islámica. Es necesario tener en cuenta que el Islam, siendo sumamente importante en la vida de la mayoría de los árabes, no es la única religión existente en estos territorios y que en la umma árabe han convivido siempre confesiones muy diversas, entre ellas un número considerable de iglesias cristianas. Lo que define la cultura árabe son la lengua y las costumbres ancestrales, no la religión, y tan árabes son los cristianos coptos de Egipto, como los drusos de Líbano, los alauíes de Siria o los shiíes y sunníes de estos mismos países. La umma árabe se extiende en la actualidad desde el Tigris al Atlántico y, en algún momento, también el territorio de al-Andalus, en la Península Ibérica, formó parte de la misma. Desde al-Andalus, en el sur de la Península, vinieron, precisamente, mucho antes de que los primeros inmigrantes del Próximo Oriente llegaran a nuestros países con pasaportes de la Sublime Puerta (de ahí el nombre de "turcos" con el que erróneamente se les conocía), muchas costumbres, comidas y objetos que los últimos, al llegar, reconocerían como propios. Si castellanos y portugueses habían conquistado al-Andalus y lo habían cristianizado, no habían logrado, sin embargo, desterrar las formas culturales propias de sus habitantes, desde el uso de los azulejos y las fuentes en los patios de sus casas a la confección de tejidos y bordados o la culinaria que aún gratifica nuestros paladares. También vinieron esclavos africanos musulmanes que habían sido arabizados y trajeron sus costumbres y su música.
La presencia cultural árabe en nuestra América se da, pues, desde muy temprano, pero es con la llegada de los primeros inmigrantes del Próximo Oriente cuando esta presencia se acentúa y cobra carta de naturaleza. Hoy la cultura árabe está totalmente integrada a la nuestra y se ha producido un fecundísimo mestizaje. De esta presencia y de este mestizaje da cuenta Amrik, la exposición a la que nos estamos refiriendo.