Prefacio

Del Prefacio escrito por M. Taussig para la versión en inglés (The Curse of Nemur, University of Pittsburgh Press, 2008), incluido en la recién presentada edición argentina de La maldición de Nemur (Universidad Nacional de General Sarmiento, 2014)

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Quien quiera saber de colores y plumas, desde una óptica indígena, debe leer este libro. El mismo rinde un servicio a la literatura, a la crítica de arte, al estudio comparado de las religiones, al chamanismo, a la práctica de la antropología y, sobre todo, incita a repensar el rol de los pueblos indígenas en la configuración de la conciencia de América. Es un documento precioso; una extensión, si se quiere, del refinamiento y la singularidad del pensamiento que aborda. Es valioso, tanto por el modo en que se desarrolla como por el contenido que ofrece: una antropología de la antropología, por decirlo de algún modo.

Abriéndose camino a través de relatos sobre el mito central de la cultura ishir, Ticio Escobar avanza en la descripción del arte plumario, la pintura corporal y el ritual, que hacen parte del denso y elaborado chamanismo de los ishir del Gran Chaco paraguayo. Si bien exótico, el tema es, en este caso, fiel a la realidad representada. Es también único. Conozco pocos escritos sobre arte plumario y pintura corporal en la literatura etnográfica, integrados de modo tan riguroso y bello al mito, al ritual y a la teoría estética indígena. Con respecto a esta última, Escobar es uno de los primeros en aportar al lector tan estupendo y copioso material sobre el uso del color. Solo por eso este libro merecía ya ser traducido. El capítulo final ofrece una serie de documentos aleatorios incluidos con el propósito de explicar cómo y por qué nació este libro, así como la historia reciente y las actuales condiciones de vida del pueblo ishir. Es un testimonio perturbador, especialmente en lo que respecta al rol del ejército paraguayo en la guerra del Chaco en los años 30 del siglo pasado, y al papel que cumple desde hace varias décadas la Misión Nuevas Tribus, con sede en los Estados Unidos.

[…]

Este libro puede ser comparado con otros dos que conozco y constituir con ellos una constelación en la antropología sudamericana de pueblos indígenas cuyas sociedades no tienen estado o jefe: las interesantes y maravillosas etnografías de Tierra del Fuego, de Martin Gusinde, que datan de los años 20, y Crónica de los Indios Guayakí (del Paraguay), de Pierre Clastres, recientemente publicado [en inglés] con enorme éxito. En términos de contenido y originalidad de estilo, el trabajo de Ticio Escobar ofrece semejanzas y diferencias con estas dos obras clásicas.

Pero no es solo la delicada atención al detalle lo que distingue este libro. Antes bien, lo que confiere espíritu y vitalidad a esta obra es la relación del autor con la escritura y con el trabajo de campo que media entre el mundo del hombre blanco y el de los indígenas. En este sentido, el libro es la clara antítesis de lo exótico. Enfatiza la prosa cuando, combinado con el exotismo de las plumas y el color, alcanza una «iluminación profana»; y también la enfatiza cuando describe su propio «trabajo plumario», es decir, sus propios medios de producción. Es posible percibir el interés del autor, cómo este desarrolla, paso a paso, el previo trabajo de campo y luego los sucesivos meandros por los que discurren sus descubrimientos y epifanías. Este libro tiene, incluso, algo de novela detectivesca.

De modo completamente distendido y espontáneo, se sienten los ensayos preliminares, la mirada curiosa, las acrobacias del pensamiento, así como la versátil relación humana y personal que este antropólogo-crítico de arte-ciudadano, políticamente sensible, sostiene con los indígenas que habitan el mismo país que él. Un país llamado Paraguay, mediterráneo, aislado, cuna de innumerables dictadores –de ahí la famosa novela de Roa Bastos, Yo, el Supremo– y nazis fugitivos, como Joseph Mengele.

Este libro escapa a toda definición por su forma de presentación no ortodoxa e incluso informal, deudora del modo más amable y menos pretencioso de lo que se ha dado en llamar «posmodernismo». Tomemos, por caso, la introducción de Escobar: una larga lista de indígenas: amigos e informantes –quizá «ponentes» o «narradores» constituyan términos más apropiados–, una lista que ocupa varias páginas. Veamos el uso de diferentes personas narrativas para relatar la misma historia o el mismo evento, a fin de presentar al lector diferentes puntos de vista. Escobar va exponiendo su «teoría» en distintos lugares del libro, como lo hace en el capítulo sobre el ritual: intercala extractos de su diario de campo; más tarde, un breve comentario; prosigue con apuntes sobre lo descrito o con fragmentos de una carta a Roa Bastos que explican los orígenes del libro (subyace en estos la fascinación por el arte plumario que el autor del libro había visto en una galería en Brasil); registra un vocabulario, reproduce entrevistas grabadas y organizadas como guiones de teatro o alegatos judiciales, y así sucesivamente. El lector siempre sabe dónde está, aunque nunca se oye la misma voz. Como en todos los trabajos de campo, se introduce un toque efervescente de caos que dispersa la narración; esto hace del libro una obra ágil y atractiva. Las voces serenas de los informantes atraviesan el texto no menos que a cada uno de ellos. Los dibujos resultan sorprendentes.

[…]

En sus reflexiones sobre el chamanismo, el autor explora las formas en que el sueño, el canto y la pintura corporal operan para potenciar conjuntamente el vuelo chamánico; cómo estas prácticas intervienen en las crisis meteorológicas, en la magia y en la enfermedad. Prácticas de fundamental importancia, creo, para sacudir las ideas occidentales del arte

Escobar no es, seguramente, el primero en tropezar con este lugar del sueño en el canto, y de ambos, el canto y el sueño, en su despliegue de visiones y «arte» para obrar mágicamente sobre el mundo. Gusinde también está pleno de esto, como de igual forma lo está la etnografía aborigen de América del Norte y la indígena de Australia. Pero Escobar no tiene parangón. Tiene mucho material maravilloso y lo expone en todo su espesor, pero nunca, nunca sucumbe al nebuloso dominio del misticismo New Age.

Aunque no está escrito por un antropólogo «profesional», sino por alguien fascinado por el arte, este libro tiene mucho que enseñar a la antropología como crítica de la civilización occidental. Su manera de entender el ritual es intelectualmente cautivante, por su decidida postura no-funcionalista. De hecho, una de las razones para publicar este libro sería mostrar a los públicos de América del Norte y Europa lo que produce un intelectual local en Sudamérica, sin el caparazón de un doctorado y toda su armadura. Es refrescante, por decir lo menos.

Este libro difiere de la mayor parte de las etnografías por su enfoque en el arte. Esto no es sorprendente, dadas las actividades del autor como curador y crítico, junto a su compromiso político, como abogado, en la defensa de los pueblos indígenas en el Paraguay. Lo que quizá sí sorprende es esta mezcla, similar a la de Geoffrey Bardon, que estudió leyes durante tres años en Australia y llegó a ser profesor de arte en una escuela racialmente segregada para personas indígenas en Papunya, en el desierto rojo de Australia central, en 1971. Estuvo allí apenas dos años, lo suficiente –antes de su crisis nerviosa ocasionada por el extremo racismo imperante– para disparar el surgimiento de la extraordinariamente exitosa escena de arte aborigen, que cambiaría la concepción que la Australia blanca tenía de sí misma. Bardon cayó en la cuenta de que el arte que los ancianos le mostraban en sus dibujos trazados en la arena era el mismo de la pintura corporal para la ceremonia. Su presencia los tradujo en un arte visual bidimensional sobre papel, madera y cartón; entonces algo profundo se quebró en la identidad y la imaginación australianas; tanto que el horizonte político cambió de la noche a la mañana en favor de los derechos indígenas. Escobar se atiene al cuerpo, a sus diseños pintados y sus colores, a sus plumas, ya la ceremonia. Esta obra de arte no ha sido traducida a ningún medio más que a este maravilloso libro. ¿Adónde nos conducirá? Hay que leerlo y entregarse a su fluir.

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