Cargando...
Y las relaciones entre el rock y la literatura han sido, desde el comienzo, muy frecuentes. Los ejemplos, por sí solos, podrían llenar varias páginas, pero basten unos cuantos, al azar, para traer a la mente lo diversos que han sido y que son entre sí. Tenemos, en el ámbito del rock en español, a Los Fabulosos Cadillacs, que dedicaron un tema a Sábato, llamado «Sábato», en su disco Fabulosos Calaveras, de 1997, con letra y música de Flabio Cianciarulo, inspiradas en el libro Sobre héroes y tumbas del escritor argentino. Tenemos la imponente y desoladora canción «Killing an Arab», de The Cure, basada en la enigmática novela El Extranjero, de Albert Camus. Tenemos «Scentless Apprentice», canción de Kurt Cobain inspirada (nunca mejor dicho) en El Perfume, de Patrick Suskind. Tenemos «La Balada de Tom Joad», del gran Woody Guthrie, lector del novelista John Steinbeck, o, procedente de la misma fuente literaria, pero más conocido, el disco The Ghost of Tom Joad, de Bruce Springsteen, de 1995, con canciones que recuerdan las dificultades que atraviesan los personajes de Steinbeck (en la novela –sobre la cual existe una película de 1940 dirigida por John Ford– son dificultades propias de la crisis económica en los Estados Unidos de los años treinta del siglo pasado) en Viñas de ira, pero situadas por Springsteen en la década de los noventa. O la pieza instrumental «Moby Dick», de Led Zeppelin, donde ninguna voz nombra la terrible ballena blanca de la novela de Melville, pero cuyo sonido hace sentir que se acerca algo grande y pesado. O, por mencionar algo ya muy sabido, el nombre de The Doors, tomado de The Doors of Perception, de Aldous Huxley, que tituló así su libro por el verso del extraordinario poeta William Blake. U otro nombre de banda, en este caso The Velvet Underground, alusión, según tengo entendido, a la perversa novela de 1870 La Venus de las pieles, de Leopold von Sacher-Masoch. O la canción «The End of The Night», escrita por un Jim Morrison inspirado por la lectura de Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline. O los nombres de Ezra Pound y T. S. Eliot en la letra de «Desolación Row», la canción de Bob Dylan. O los retratos de Poe, Herbert George Wells, Aldous Huxley, Karl Marx, Lewis Carroll, George Bernard Shaw, Oscar Wilde y Dylan Thomas detrás del grupo, como parte del imaginario público de un concierto que acaba de terminar (su público deseado, ideal, tal vez, supongo), en la tapa del álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles, de 1967. O Animals, de Pink Floyd, álbum que en 1977 recrea las voces de los personajes del libro Rebelión en la granja, o, en inglés, Animal Farm, de George Orwell, en cinco canciones que suman unos cuarenta y cinco minutos en total. O Diamond Dogs, de David Bowie que, en 1976, contó a su manera la historia de la antiutopía orwelliana 1984 en temas como «Candidate», «Big Brother» o «We Are The Dead», títulos en los que el lector de Orwell reconoce varias partes de la trama de la novela de Orwell de antemano. O el álbum debut de Alan Parsons Project, ese extraordinario experimento sobre la obra de Poe llamado Tales of Mystery and Imagination, de 1976, álbum debut que iniciará toda una carrera de discos conceptuales basados en obras literarias, como, por citar otro, The Time Machine, un trabajo sobre la obra homónima de H. G. Wells que Alan Parsons lanzaría años después. O «White Rabbit», de Jefferson Airplane, sobre las fantasías literarias de Lewis Carroll. O el tema «Tom Sawyer», del trío canadiense Rush, acerca del celebérrimo personaje de Mark Twain. O la mención que hace Gustavo Cerati del cuento «El jardín de los senderos que se bifurcan» de su compatriota Jorge Luis Borges en el tema «Aquí y ahora». O la hermosa canción «Whiskey Bar», de The Doors, cuya letra es un poema de Bertold Bretch, si bien el tema de The Doors es en realidad un cover de la composición original de Kurt Weill. Una canción que, dicho sea de paso, me recuerdo cantando a voz en cuello mientras recorremos a largas zancadas las heladas calles de Berlín bajo una nevada una noche de noviembre de 2008 con un gran amigo mexicano y un escritor chileno, vaya uno a saber por qué. O la canción «Atrocity Exhibition», de Joy Division, cuyo título es el mismo de la obra del gran John Ballard, The Atrocity Exhibition, obra que, curiosamente, Ian Curtis, gran y vicioso lector, en este caso no había leído aún al componer ese tema. Sí había leído, se dice, su título antes de escribir la letra. Pero solo el título. O, volviendo un momento a Poe, The Raven, disco que el recientemente fallecido (en este mismo 2013) Lou Reed dedicó a la obra de Edgar Allan Poe en el 2003 y que, además de canciones, incluyó diálogos tomados de los cuentos de este (curiosamente, y dicho sea de paso, muy popular) escritor interpretados por actores como Willem Dafoe, entre otros (por cierto, David Bowie canta con Lou Reed la canción «Hop Frog», basada en el espléndido y sobrecogedor relato de Poe acerca del bufón que al término de una serie de humillaciones se venga del modo más cruento del rey), e impresionantes efectos de sonido (cadenas que se agitan con violencia, intempestivos truenos, portazos brutales, ruidos salvajes de derrumbe). En el texto que acompaña la edición en cedé de The Raven, Lou Reed relacionó el rock y la literatura con las siguientes palabras:
«Poe es [...] un escritor más a tono con el latido del corazón de nuestro siglo XXI de lo que jamás lo estuvo con el del suyo. Obsesiones, paranoia y actos de autodestrucción hoy nos rodean [...]. He releído y reescrito a Poe para volver a hacer las mismas preguntas. ¿Quién soy? ¿Por qué me atrae hacer lo que no debo? [...] ¿Por qué hacemos lo que no debemos? ¿Por qué amamos lo que no podemos tener? ¿Por qué nos apasiona lo que está mal? ¿Qué queremos decir con “mal”?»