Posdata

Un agudo, decisivo análisis del escritor e historiador Guido Rodríguez Alcalá.

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Hasta el siglo XIX, lo habitual era poner la fecha al final de una carta. Como a la fecha también se le dice data, a lo escrito debajo se le decía posdata. Esto resulta evidente para quien ha leído cartas de aquellos tiempos, y debe tomarlo en cuenta cualquier falsificador avezado. Sin embargo, en los documentos falsos dejados en la Academia de la Historia hace como veinte años, las fechas van en la parte superior del papel y no en la de abajo, que no ha sido la mayor fechoría.

Debo aclarar que fecha no significa solamente el día, sino también el lugar en que se escribe algo, y por eso las de los documentos presuntos están totalmente desubicadas, no solamente en el papel, sino también en el tiempo y en el espacio. Debo aclarar también que este comentario se refiere al artículo publicado en El Suplemento Cultural el pasado domingo 21 con el título de «Acerca de los documentos apócrifos obrantes en la Academia de la Historia», y se propone ser su posdata, en sentido figurado: dar por concluida una discusión que nunca debió haber comenzado.

Sobre las fechas de los papeles comentados, para volver al punto y decirlo con un ejemplo, es muy elocuente la del 9 de julio de 1867. Esta, supuestamente, es la de la carta enviada por el emperador del Brasil, Pedro II, desde el «Palacio de Miraflores». Quienes hemos seguido los acontecimientos políticos de Venezuela, sabemos que el Palacio de Miraflores está en Caracas y no en Río de Janeiro, donde vivía Pedro II. La carta, enviada desde donde no podía ser a quien no podía ser, va dirigida al general Patricio Escobar, que solo ascendió a general el 16 de abril de 1874, según consta en el Registro Oficial, e incluso en Internet. Quien escribió la carta, obviamente, trataba de dejar bien a Patricio Escobar, un militar muy valiente, sin ninguna duda; lo que no entiendo es por qué trató de general al mariscal López, que ya tenía el rango superior. ¿Habrá sido porque todos los rangos militares y civiles del escribiente están errados? Así no vale ese revisionismo histórico, que encima nos quiere hacer creer que un paraguayo mató al mariscal López. ¿Habrá sido finlandés el Emperador de Brasil? ¿Habrá sido chino Bartolomé Mitre? No podemos descartar de plano esas posibilidades, siempre que nos lo prueben debidamente.

Sin pruebas, no podemos creer que el Palacio de Miraflores de Río de Janeiro hubiera sido un conventillo, como sugieren esas cartas póstumas (escritas después de la muerte). En Miraflores, según los «documentos inéditos», también residía el duque de Miraflores Pimienta Bueno, que no era ni duque ni Pimienta, y también el vizconde de Taunay, a quien el «general» Patricio Escobar le envió una emotiva epístola en septiembre de 1869.

Mientras los documentos inéditos no sean documentos, seguiré pensando que Escobar sabía que Taunay no estaba entonces en Miraflores sino en el Paraguay, después de haber participado (Taunay) en la batalla de Acosta Ñu, que hasta el momento (salvo revisionismo) fue en agosto de 1869. Aun aceptando que Dom Pedro II le cediera al vizconde una pieza con baño propio en Miraflores, el inquilino jamás hubiera podido llegar a Miraflores (si Miraflores era) en tres semanas. Tengo mis serias dudas de que López le permitiera a Escobar mensajearse con el enemigo, pero estoy seguro de que Escobar no lo hizo. ¿Por qué? Porque no pudo haber escrito en un papel fabricado un siglo después. En realidad, más de un siglo: según el estudio pericial, esos textos fantásticos de 1870 se escribieron entre 1980 y 1990. Es cierto que algunos de aquellos personajes históricos estaban muy avanzados para su tiempo, pero tanto no podían adelantarse.

Y esto nos lleva a lo siguiente, esta no es una cuestión de hombres sino de papeles: no se trata de juzgar lo que hicieron Solano López, Patricio Escobar y otras celebridades, sino de juzgar lo que no pudieron haber hecho, por una imposibilidad material. Por otra parte, dentro de lo posible, debe descartarse lo demasiado improbable. ¿Hoy podemos enviarle una carta al presidente Donald Trump tratándolo de «mi querido Trump»? ¿Y al del Brasil «mi querido Bolsonaro»? No. Mucho menos se hubiera podido, hace ciento cincuenta años, escribir una nota oficial a «mi querido Escobar», como las que le mandaba el presidente argentino Sarmiento a nuestro compatriota. No digo que no hubiera sido posible, sino que no resulta creíble.

Lo increíble, y vuelvo a la pericia, es que Escobar y sus contemporáneos hubieran podido utilizar papel, tinta y pluma fuente de la segunda mitad del siglo XX. Además de increíble, está probado que no lo hicieron, y me refiero al estudio pericial efectuado por la señora Lourdes Almada Frutos, quien hizo su excelente trabajo en 2012, tiempo después del «descubrimiento» de los documentos en noviembre de 2011. Ese estudio debió haber puesto punto final a una polémica sin sentido: aun siendo espiritistas, debemos distinguir entre la realidad sobrenatural y la correspondencia oficial; es bueno creer en el más allá, pero las cuestiones históricas versan sobre el más acá, donde no cuentan los argumentos sobrenaturales.

La señora Lourdes, grafóloga y perita judicial, ha estudiado en importantes centros de formación, como la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universidad de Rosario. Por su trayectoria y su competencia, se le encomendó el estudio de los cuestionados papeles; su conclusión fue que se trataba de una burda falsificación. Esto lo dijo ella en un congreso celebrado en Corrientes entre el 8 y el 11 de noviembre de 2012 con el nombre de IV Encuentro Internacional de Historia de las Operaciones Bélicas durante la Guerra de la Triple Alianza; el título de su disertación fue «Patricio Escobar: Polémica y falsificación histórica» (sobre el punto existe información en Internet). El trabajo lo efectuó en forma conjunta con el profesor Fabián Chamorro, miembro de la Academia de la Historia y del centro Manduara, quien se encargó de darle contexto histórico al estudio científico de los papeles y de la escritura. Es un estudio muy extenso, lo que imposibilita publicarlo en forma más extensa, y quizás más comprensible, pero, como una imagen vale más que muchas palabras, se reproducen algunos de sus gráficos, que contrastan las firmas auténticas y las firmas falsas analizadas. El análisis científico de los papeles y de su escritura, sumado a las incongruencias de los textos, hubiera debido ser motivo suficiente para rendirse a la evidencia. En vez de eso, se recurre a las acusaciones personales para descalificar a quienes impugnan los absurdos «documentos». Julián Marías dijo que la descalificación es característica de la mediocridad; me permito agregar que también lo es de la mala fe.

guidoprodriguez@gmail.com

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