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Mar Langa (ed.)
La poesía del siglo XX en Paraguay (Antología esencial)
La Estafeta del Viento, Colección Visor de Poesía, Madrid, España, 2014
621 pp.
Introito
La profesora Mar Langa ha editado este libro con una selección de textos de 24 poetas; casi la mitad de ellos son mujeres, algo novedoso, al menos para mí, en cualquier antología de cualquier parte del mundo. En la introducción, de más de 100 páginas, sin embargo, provee al lector, español, sobre todo, la información contextual necesaria y básica para adentrarse en el idiosincrático mundo poético paraguayo. Diría que esta info es exhaustiva, salvo en lo que respecta a la poesía en guaraní, que, por desconocimiento de la lengua, la editora ha preferido dejar fuera de este libro. Si me apuran, diría que solo considero injusta la omisión –frecuentes e insalvables son las omisiones, y las consecuentes quejas, en las antologías de toda laya– de Eloy Fariña Núñez. Por lo demás, los nombres son los de siempre, como debe ser en toda antología general. Y para el interesado en profundizar en un área o vertiente menos estándar, la bibliografía que apoya el trabajo es muy completa. Me he limitado a comentar estrictamente los poemas que fueron elegidos, claro, siendo imposible una epojé radical, un olvido total de mis lecturas anteriores, partir de una tabula rasa ideal para enfrentar a los poetas sin prejuicios. Intenté una lectura «estructuralista», sortear eso de «Paraguay es chico, nos conocemos todos, etc.», sobreponerme a mis prejuicios, no abandonar jamás el terreno de las letras, el espíritu de las palabras, atenerme al texto siempre…
El libro
Josefina Plá, Hérib Campos, Ida Talavera, los tres primeros poetas de esta antología, pueden ser agrupados bajo alguna etiqueta unificadora. Quizá Poesía del Yo (pero no del yo stirneriano, que basa su causa en la nada, yo moderno-antimoderno que se autocritica todo el tiempo), o, mejor, Poesía de la Resignación. La Plá se muestra en varios de los poemas («Soy como el mar», 1953, «Soy», 1975) de esta anto intentando definir su yo, yo soy esto, soy aquello, etc., pero en plan glorioso, autocomplaciente con la imagen que pudiera resultar de tal indagación interrogativa del sí mismo. Hérib (poeta famoso por haber muerto víctima de la mordida de un gato) roza lo kitsch en un poema («El día que me muera», inédito) en que imagina el día de su muerte y, alejándose de cualquier dasein, se ve señalado por un rayo en tal evento supremo –contradiciendo rotundamente la imagen preconcebida que teníamos de él como amigo del Pueblo, de su flirt con todos los socialismos y comunismos de su época– en veta aristocrática, Fúnebre-Aristocrática. La Talavera, en «Éxtasis» (1959), pone a su esposo fiel como mascota bípeda de sus momentos de alienación súbita, de sus promenades por los jardines de la musa, que no se inquiete, que ya vuelve a su lado, para recibir su ronroneo mimoso, que no sea celoso porque ella pase tanto tiempo con un póra. Y el primer poema, «Como todas las cosas» (1927), rescatado por un pariente, la muestra como La Sabia Resignada, para quien todo es pasto del olvido, pero enuncia tal enormidad trivial no como un Sade, con ira gozosa, satisfecho de tal sino y emprendimiento cósmico, sino como si respirara el aroma edulcorado de un patio de extramuros de barrio Trinidad en los años 20… Claro, ella no procede como Baudelaire, haciendo flores del mal, poesía eterna a partir de un mundo frágil que será pronto mero olvido, metabolizando poesía de su vida marchitándose como una rosa… El trabajo contra la entropía, descubierto por el poeta francés, les es desconocido a estos poetas, pues de repente se miran mucho el ombligo y no ven cómo hacer frente a la destrucción del tiempo, ese obrero incansable, con la belleza, con poesía estremecedora, que siga estremeciendo como lo hizo la vida, tal la enseñanza capital de Charles Baudelaire o de William Wordsworth.
Hugo Alcalá. «Cuentan que escribía versos desde los 5 años». Dios y ¡vivió casi 100 años! Solo rescato de este autor un epígrafe de Queneau que figura en el poema «Proyecto de poema L» (1970): «Une poème c’est bien peu de chose…». Poca cosa, un casi anda, ciertamente es el poema, pero cuando aparece, su milagro es apabullante.
Oscar Ferreiro, «el único surrealista del país». Tiene ese amor del modernismo por las palabras raras (Herrera y Reissig), sus versos buscan la musicalidad, sobre todo el ritmo, y efectivamente son surrealistas en el sentido de Leopoldo Panero: «no dicen nada». Pero en el poema «Medusa», sin embargo, algo se concreta en una poderosa imagen-símbolo: «Sonámbulos e insomnes / con los pies empapados / bogamos sin un sueño / hacia el abismo / con todos nuestros muertos / tumbados en el fondo de la barca / que pesada se inclina a los bandazos / en la tromba girante de las olas». Entre el soy de Plá y el bogamos de Ferreiro hay ya un abismo.
En la «Estatua» (1969), de Ester de Izaguirre, paraguaya afincada en Buenos Aires, se puede vislumbrar uno de los problemas de toda poesía. Ella dice que la estatua remite al original humano, su amante ausente, pero es un clon inmóvil y sobre todo sin su ardor y chispa, y nosotros, que leemos su poema, lo mismo podríamos decir de él, pues su poema tampoco ha ectoplasmizado al amante, doblemente furtivo.
Elvio Romero, otro poeta afincado en Buenos Aires. Ciudad castradora de lenguas, porque en sus paraguayos exiliados o migrantes desaparece (se oblitera) el guaraní, y en sus bolivianos y peruanos no brotan el aimara ni el quechua… En las antípodas de Londres, ciudad de las 200 lenguas hijas de la Commonwealth, donde nadie piensa que una lengua más es menos, como en la primera city. Romero, a pesar de su origen campesino, olvidó el guaraní. No la ideología: fue comunista, y aun hoy sus ediciones soviéticas se pueden ver en la embajada paraguaya de Buenos Aires, de la que, por cierto, murió siendo funcionario. En «Fuego primario» (1961) me hizo un retintín taladrante su leitmotiv «Si te miro desnuda»… Me alucina que el yo de la enunciación sea mujer y está desnuda.
Appleyard. Su poema «Lapacho» (1953) no es ecologismo proto-siglo XXI, apenas óleo costumbrista de un citadino asunceno. Pero al mirar un árbol tan chillón no se remonta a la mitología griega con humor (como Giménez Caballero), sino que busca su iconización profana, proto-Instagram, «embellecer» lo bello diario. Que catara vino en el árbol (de mal agüero para los guaraníes) fue un conato de inicio de una poesía delirante, alucinatoria, anacreóntica que no cuajó.
Ricardo Mazó
«Escuchando un calipso en Central Park», fechado en 1969, se hunde en el melting pot del metal y la sangre, de lo negro (caribe), lo blanco (Nueva York) y el otro (el sudaca que fue él). Es el mensaje del imperio, pero también puede ser el de la insurrección, el calipso en Central Park insinúa alcanzar el grado simbólico de una signatura, expresar el todo de una época con su mínima parte, con un detalle impalpable
Rubén Bareiro Saguier. Su «Adolescencia» (1986) queda atrapada, retratada, como una dynamis invisible que lo transmuta en jinete, en títere feliz.
Carlos Villagra Marsal. El retrato de un «Rabelero» (1955), músico hoy en extinción, portando ese protoviolín introducido en Paraguay por los jesuitas, a su vez adoptado de costumbres musulmanas, origen que el nombre evoca, nos parece sobrecargado en su búsqueda de mitologización. Echamos de menos la sencillez del sonido del instrumento en unos versos sobretrabajados y sin la cadencia que sus melodías suelen tener en las manos del indio.
Esteban Cabañas. «Estoy preso en todo este ámbito oscuro» (1965) es una enumeración que busca ser tremebunda en la adopción de su fórmula, pero en realidad una lista carcelaria (que siempre busca la quintaesencia de las cosas al sopesarlas ahora, desde la desposesión total), a la maniera de El conde de Montecristo, no debería dejar fuera la más obvia de todas: ¡la cárcel de la riqueza! Todo poema social, de denuncia social, al final debe metamorfosearse en poema metafísico. Seguir la vía iniciática de César Vallejo.
Raquel Chávez. Único caso de Poesía New Age. «Séptimo Viaje: Yvy Maraë’ÿ» (1979) es sintomático de su poesía: evasionismo a full de la realidad circundante (su padre era el presidente del partido colorado durante el stronismo) para refugiarse en un ecologismo new age cegatón (disculpen el pleonasmo), en la sabiduría de la mitología guaraní, y dándole un uso totalmente light (y distorsionado, esto siempre pasa) al tópico de la Tierra sin Mal.
Osvaldo González Real. En «Geishas» (2008) ha abandonado la tesitura de su anterior «Himno a la Nada» (en todo caso, más sartriano que zen), abrazando el esnobismo japonés que Kojève vislumbró como modelo perfecto («ningún animal puede ser snob») para seguir como ejemplo después del fin de la historia (la de la criatura posthumana –que surgirá entonces– pero sin ser totalmente animal, es decir, aún con lenguaje)... Japonizar occidente, en suma. Poesía no zen (compasión por el mundo), sino acaso kojeveiana (de rituales vacíos, ya sin la angustia de los contenidos)
Jacobo Rauskin. Profesor de esgrima en sus juveniles días porteños (cuando conoció a Leónidas Lamborghini). El one frontman de la etiqueta Poesía Rabínica. Poesía que se jacta de enunciar la sabiduría eterna que despliegan los libros de la vida. Moralismo de la lengua simple y clara, temas menores, casi poemas de ocasión. Entre lector y poeta supuestamente siempre está tendido el puente franco de la complicidad y la comprensión. Así, en «La gente» (2000) el tema es el dengue y el abandono en que vive la gente ante tal plaga. Y «La rebelde» (1999) entroniza una mujer inalcanzable para –o autónoma ante– Albino Jara (o el poder).
Elinor Puschkarevich. En «El armario» (2011), que guarda sus cartas de amor, se ve que sus poemas toman un azul desleído a la menor lectura.
Renée Ferrer. «El cajón» (1997), una playa donde la resaca del mar del pasado ha depositado sus pequeños tesoros, un assemblage de amateur, sin quererlo el artista ha salvado una carta no escrita, no enviada, una experiencia no iniciada o temida por su cumplimiento. Es el cajón de las vidas tachadas. Poesía tachada.
René Dávalos
«Poema» (1967) deja el poema del amor en la juventud, el amor al poema en la primera letra, la juventud de la vida en la muerte, ese beso mortal antes de las palabras.
Jorge Canese
Y con Kanese empezó la alegría en la poesía paraguaya (Alegrías del purgatorio es de los 90, después de que cayó Stroessner). Aunque «un país de mierda» (de Paloma blanca, paloma negra, 1982) era un escupitajo verbal cotidiano en el subcontinente… traslación curepa de la amargura del mate a la más amable y agridulce del tereré paraguayo… Pues estudió y se tituló en medicina en Buenos Aires (capital del escrache y del kambá leche, el jurú ky’a porteño lo habrá contagiado, probablemente), en los 70… Pero, como todo poeta moderno-antimoderno (esa boutade, «Seamos absolutamente modernos», de Rimbaud implica posar incluso de anti, pero, claro, nunca de reaccionario ni de conservador), Kanese pasó de la crítica sardónica de su entorno stronista o postestronista al solipsismo o incluso a la asemia encantantoria de un Serafini con sus últimos libros; un ejemplo es Venenos (2007).
Susy Delgado. «Noche Cerrada», poema del libro Ayvu membyre (Hijo de aquel verbo, 2001) es sintomático de su situación: «No sé traducir / lo que me sucede». De esa rutina esquizo de escribir en guaraní y traducirse a sí misma en castellano. ¡Y de reaparecer en esta antología como poeta en lengua española con una versión castellana de un poema guaraní! Engañando al sistema.
Nila López. Medio siglo después de los conatos de definición de una ipseidad femenina por parte de la Plá, otra poeta realiza un come back inesperado de tal tópico en su «Soy Eva» (inédito). Lo raro es que pensara aún en Eva (versión pasiva y dependiente), antes que en Lilith (más babilónica, nocturna, heroica, rebelde, heterodoxa mujer bíblica, genésica).
Joaquín Morales
En «Coda» (1984) nos da su estética: «Corta tu lengua / y ensártala en alambre de púas». «Putos de Bizancio» (2005) hace un amago de poema homoerótico (no muy frecuente en esta antología), pero termina en plan Petronio, con humor y sarcasmo de su entorno. «Te cambio una cerveza, un whisky» (2005), en cambio, es un hermoso poema de la paranoia –que los habitantes de Asunción (la Bizancio del poeta) disfrutan extendiendo como una manteca agridulce sobre todas cosas que la pueblan.
Amanda Pedrozo, sin necesitar, por suerte, definir su yo en el poema «Dilaciones II» (2002) muestra el quid de la cuestión Paraguay y el mundo, el tereré y la net, lo neolítico y los posmoderno: asume su ymaguaretismo, la usanza antigua, el entrevero cuerpo a cuerpo, contra el holograma del chat erótico, la asepsia del punto com, quiere ensuciarse y contagiarse aún, no teme a lo foráneo, defendiendo su tradición del tête à tête. La abstracción de los algoritmos no calienta como el tataypype de las infancias paraguayas…
Montserrat Álvarez
En el poema «Un sueño» (2000) nos deja ver que el mundo está dividido en dos mitades, una penumbrosa, sombría, con decorado sacado de un cuento gótico, acaso teniendo como modelo una de esas mansiones de Edgar Allan Poe; allí el tiempo es breve, pero intenso. A la otra mitad, más clara, pero no menos onírica, la reconocemos como nuestro escenario rutinario, fútil e incluso superfluo. La poesía se encarga de tan tremenda materia. De unir esos dos mundos de tanto en tanto. En la inédita «De consolatione geometricae», las dos mitades reaparecen como dos líneas paralelas que, según la fórmula euclidiana, nunca se encuentran en el infinito. Pero eso, «lo imposible», acaso se llame –pocas veces, dixit Ted Hughes– poesía.
Mar Langa Pizarro (ed.)
La poesía del siglo XX en Paraguay (Antología esencial)
La Estafeta del Viento. Colección Visor de Poesía. Editorial Visor, Madrid, 2014
621 pp.
kurubeta@gmail.com