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Es un creador muy grato, enclavado en una generación que ha bebido en la cultura popular, sobre todo literaria y musical (formó parte del grupo de rock Sabaoth), antes de lanzarse a la difícil tarea de escribir buenas novelas. Nacido en 1976, ya nos sorprendió con su libro de cuentos Nobis (2007) y rubricó su excelente adaptación al mundo narrativo con la novela El fondo de nadie (2010), en la que conformó un estilo propio para trazar un discurso sui generis de la novela negra que penetra en las oscuridades profundas del ser humano.
Nos llega una nueva novela suya: Plegaria de penumbras. Se trata de una inquietante historia cuya escritura el autor comenzó en el año 2000. En ella, lo enigmático se alterna con la reflexión sobre los oscuros designios de la humanidad. En su interior aparecen en paralelo tres estructuras: la noticia periodística de los sucesos, los borradores de narraciones históricas paraguayas, y las aventuras y desventuras alrededor del sacerdote Venancio Genes y otros extraños personajes, dentro de las que se enmarcan las vidas de Belén, Cecilia o Lorenzo Mieres. Entre ellas hay un nexo espacial, el barrio asunceno de Las Mercedes, donde se suceden generalmente las historias de las narraciones de Ramírez Biedermann. Pero también hay otro nexo argumental: el portaplanos rosado con los borradores e ilustraciones que acentúan el enigma planteado. Se van sucediendo muertes, como la de Lorenzo Mieres; insanias extrañas, enigmas como el de Belén, y conversaciones insólitas, sobre todo las de los sacerdotes.
El lector se planteará qué enigma nos está dibujando el autor. Resulta ser de amplio espectro entre los personajes. Bajo una apariencia de seres normales, se esconden los peores instintos. La penumbra se cierne sobre un mundo oculto en el que chocan la ciencia y lo sobrenatural: la reflexión y el fanatismo. Diríamos que el ambiente neogótico permite descubrir la bajeza humana, adornado por las excelencias de la novela popular de terror. Pero en realidad, la insania del protagonista es una manifestación del destino de las creencias llevadas al límite. Entre la oscuridad, el discurso penetra en la historia paraguaya, cuyos cimientos quedan removidos por el planteamiento de la ficción. La interpretación de los textos de OLeary realizada por el ficticio Henri Climent es una puesta en cuestión de la herencia del discurso sobre el pasado del Paraguay. En realidad, Ramírez Biedermann está atacando los dogmas superlativos: tanto los religiosos como los históricos.
Para ello, nos propone un rompecabezas entre el testimonio de informes históricos, textos periodísticos y esbozos de textos, seguidos por largos diálogos de los personajes. Todo para desvelar el contenido del portaplanos rosado: una serie de ilustraciones fantasiosas y terroríficas. Los movimientos secuencias van encaminados hacia el deseo de redención por parte de los personajes; redención que no encuentran salvo cuando atraviesan la barrera de la razón. La llevada al máximo extremo provocará el horror: pestes, asesinatos, muertes, destrucción
Ramírez Biedermann ha labrado en su novelística un estilo propio, heredado de Faulkner, Borges o Julio Cortázar, pero aderezado con una clara influencia de la mejor novela negra estadounidense. En primer lugar, porque ubica sus narraciones en el barrio asunceno Las Mercedes, ese barrio del que se dice que fue poblado por emigrantes italianos que huían del régimen de Mussolini. El barrio del club Libertad, donde ya se desarrollaban los cuentos de Nobis y la acción de El fondo de nadie, por ser el lugar conocido por el autor. Allí, Venancio, Belén y Cecilia muestran un bodegón tenebroso para advertirnos de la locura de nuestra existencia. Ha instalado un universo real en el plano de los acontecimientos que van más allá de lo creíble. El autor nos está enseñando que bajo una vida llena de luz, en realidad, se esconde la sombra, la penumbra, el misterio que no sabemos si será sobrenatural o producto de la desmedida imaginación tenebrosa.
En segundo lugar, porque el autor formalmente continúa su línea de ofrecer monólogos disfrazados de diálogos por medio de los silencios puntuados de un interlocutor. Sin embargo, estos soliloquios acaban rotos por la intervención del personaje que ha guardado silencio cuando intervenía el interlocutor que soportaba el peso del discurso. Una buena manera de lograr una mayor narratividad. Es la transformación pura de un discurso en primera persona por el diálogo entre el silencio y el lenguaje. Ambos se retroalimentan para ofrecernos el panorama de las sucesivas justificaciones de los hechos y del pensamiento. Así, Ramírez Biedermann se mantiene fiel al estilo de su novela anterior, reclamando el haberlo hecho propio.
¿Acaso la guerra de la Triple Alianza no fue una exaltación de la locura? ¿Acaso no fue una manera más de mostrar la presencia del mal en nuestras vidas, como lo fueron las plagas que menguaron la población? ¿O simplemente estas plagas son, de por sí, una manera de contrarrestar el dominio del discurso histórico heredado? De la misma forma, las demoníacas posesiones y provocaciones de rupturas del orden natural quizá sean una manera de situar en un mismo plano al discurso histórico y a los discursos irracionales.
Una interesante novela que conviene leer, a pesar de que el ambiente se engulla cualquier acción narrada. En ocasiones parece excesiva tiniebla sobre el mundo, pero la realidad es que el autor consigue afincar en el lector la penetración en su discurso sobre el mal en la naturaleza humana y la concepción de la historia como esa demencia incalculada a la que se refiriera incluso Roa Bastos en El Fiscal. Plegaria de penumbras quizá no sea tan atractiva para el lector como El fondo de nadie, pero lleva más allá a un autor muy satisfactorio para las letras actuales capaz de lograr una novela redonda como esta.
Nos llega una nueva novela suya: Plegaria de penumbras. Se trata de una inquietante historia cuya escritura el autor comenzó en el año 2000. En ella, lo enigmático se alterna con la reflexión sobre los oscuros designios de la humanidad. En su interior aparecen en paralelo tres estructuras: la noticia periodística de los sucesos, los borradores de narraciones históricas paraguayas, y las aventuras y desventuras alrededor del sacerdote Venancio Genes y otros extraños personajes, dentro de las que se enmarcan las vidas de Belén, Cecilia o Lorenzo Mieres. Entre ellas hay un nexo espacial, el barrio asunceno de Las Mercedes, donde se suceden generalmente las historias de las narraciones de Ramírez Biedermann. Pero también hay otro nexo argumental: el portaplanos rosado con los borradores e ilustraciones que acentúan el enigma planteado. Se van sucediendo muertes, como la de Lorenzo Mieres; insanias extrañas, enigmas como el de Belén, y conversaciones insólitas, sobre todo las de los sacerdotes.
El lector se planteará qué enigma nos está dibujando el autor. Resulta ser de amplio espectro entre los personajes. Bajo una apariencia de seres normales, se esconden los peores instintos. La penumbra se cierne sobre un mundo oculto en el que chocan la ciencia y lo sobrenatural: la reflexión y el fanatismo. Diríamos que el ambiente neogótico permite descubrir la bajeza humana, adornado por las excelencias de la novela popular de terror. Pero en realidad, la insania del protagonista es una manifestación del destino de las creencias llevadas al límite. Entre la oscuridad, el discurso penetra en la historia paraguaya, cuyos cimientos quedan removidos por el planteamiento de la ficción. La interpretación de los textos de OLeary realizada por el ficticio Henri Climent es una puesta en cuestión de la herencia del discurso sobre el pasado del Paraguay. En realidad, Ramírez Biedermann está atacando los dogmas superlativos: tanto los religiosos como los históricos.
Para ello, nos propone un rompecabezas entre el testimonio de informes históricos, textos periodísticos y esbozos de textos, seguidos por largos diálogos de los personajes. Todo para desvelar el contenido del portaplanos rosado: una serie de ilustraciones fantasiosas y terroríficas. Los movimientos secuencias van encaminados hacia el deseo de redención por parte de los personajes; redención que no encuentran salvo cuando atraviesan la barrera de la razón. La llevada al máximo extremo provocará el horror: pestes, asesinatos, muertes, destrucción
Ramírez Biedermann ha labrado en su novelística un estilo propio, heredado de Faulkner, Borges o Julio Cortázar, pero aderezado con una clara influencia de la mejor novela negra estadounidense. En primer lugar, porque ubica sus narraciones en el barrio asunceno Las Mercedes, ese barrio del que se dice que fue poblado por emigrantes italianos que huían del régimen de Mussolini. El barrio del club Libertad, donde ya se desarrollaban los cuentos de Nobis y la acción de El fondo de nadie, por ser el lugar conocido por el autor. Allí, Venancio, Belén y Cecilia muestran un bodegón tenebroso para advertirnos de la locura de nuestra existencia. Ha instalado un universo real en el plano de los acontecimientos que van más allá de lo creíble. El autor nos está enseñando que bajo una vida llena de luz, en realidad, se esconde la sombra, la penumbra, el misterio que no sabemos si será sobrenatural o producto de la desmedida imaginación tenebrosa.
En segundo lugar, porque el autor formalmente continúa su línea de ofrecer monólogos disfrazados de diálogos por medio de los silencios puntuados de un interlocutor. Sin embargo, estos soliloquios acaban rotos por la intervención del personaje que ha guardado silencio cuando intervenía el interlocutor que soportaba el peso del discurso. Una buena manera de lograr una mayor narratividad. Es la transformación pura de un discurso en primera persona por el diálogo entre el silencio y el lenguaje. Ambos se retroalimentan para ofrecernos el panorama de las sucesivas justificaciones de los hechos y del pensamiento. Así, Ramírez Biedermann se mantiene fiel al estilo de su novela anterior, reclamando el haberlo hecho propio.
¿Acaso la guerra de la Triple Alianza no fue una exaltación de la locura? ¿Acaso no fue una manera más de mostrar la presencia del mal en nuestras vidas, como lo fueron las plagas que menguaron la población? ¿O simplemente estas plagas son, de por sí, una manera de contrarrestar el dominio del discurso histórico heredado? De la misma forma, las demoníacas posesiones y provocaciones de rupturas del orden natural quizá sean una manera de situar en un mismo plano al discurso histórico y a los discursos irracionales.
Una interesante novela que conviene leer, a pesar de que el ambiente se engulla cualquier acción narrada. En ocasiones parece excesiva tiniebla sobre el mundo, pero la realidad es que el autor consigue afincar en el lector la penetración en su discurso sobre el mal en la naturaleza humana y la concepción de la historia como esa demencia incalculada a la que se refiriera incluso Roa Bastos en El Fiscal. Plegaria de penumbras quizá no sea tan atractiva para el lector como El fondo de nadie, pero lleva más allá a un autor muy satisfactorio para las letras actuales capaz de lograr una novela redonda como esta.