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«No se puede concebir el siglo XIX sin el puro, ni tampoco el siglo XX sin el cigarrillo» (Guillermo Cabrera Infante, Puro humo).
«A partir de cierto momento mi historia se confunde con la de mis cigarrillos» (Julio Ramón Ribeyro, Sólo para fumadores).
En la literatura se ha fumado tanto, sobre todo desde el siglo XX, que toda selección de textos ilustrativos sería arbitraria por incompleta; sin embargo, recordemos, pese a ello, esa escena de un famoso relato de Paul Auster en la que el protagonista explica, en un estanco del Bronx, cómo pesar el humo del tabaco con un método que atribuye a sir Walter Raleigh:
«–Pesar el humo. Reconozco que es extraño. Casi como pesar el alma de una persona. Pero sir Walter era un tipo listo. Primero cogió un cigarro nuevo, lo puso en una balanza y lo pesó. Luego lo encendió y se lo fumó, echando cuidadosamente la ceniza en el platillo de la balanza. Cuando lo terminó, puso la colilla junto con la ceniza y pesó todo esto. Luego esa cifra del peso original de un cigarro entero. La diferencia era el peso del humo»
(Paul Auster, Smoke, Barcelona, Alfaguara, 1993, p.31).
Pero si el tabaco es desde hace tiempo parte de la vida intelectual y literaria –imaginar a Ribeyro, Camus, Wilde, Mark Twain, Cabrera Infante, De Beauvoir, Onetti, Svevo o Kerouac sin un cigarrillo en la mano es tan arduo como imaginar a Marx o a Derrida sin humo–, fumar literatura sí es nuevo. Circulan por Asunción desde hace varios meses poemarios de autores actuales en los que cada poema está impreso en una página armada o liada, un cigarrillo relleno con ideas en vez de tabaco, listo para arder. Reunidos los poemas-cigarrillos en paquetes, cada cajetilla es un libro dispuesto a entrar en el bolsillo para cuando nos apetezca salir a fumar un poema o a leer un pucho.
Hacer de las letras humo –gesto coherente con el humo producido por las letras– es ahora en Asunción polémico juego complementado por otro no menos polémico, el de hacer contrabando del contrabando –el sello editor del arquitecto Lukas Fúster, que crea y distribuye los libros-caja de poemas-puchos, se llama traviesamente Poemas Para Fumar / Cartes Not Dead. Es la «otra cara», anarquista y clandestina, oscura y underground, de la empresa cartista Tabesa, «gran patrocinadora, desde luego, de la cultura local», sonríen los agitadores y miembros del consejo editor del sello dueño de este «blend» único de tabaco y tinta Lukas Fúster y Cristino Bogado–.
Seguir el rito de golpearla un par de veces antes de abrir una caja de ideas depende de cada uno; ya abierta, a los restos del olor a tabaco y nicotina se suman los del papel y la tinta. Con estos libros-objeto, los editores del sello Poemas Para Fumar han tomado un icono del diseño industrial, le han robado su sentido y lo han convertido en pop art y en broma literaria. Y, a juzgar por el catálogo de sus incendiarios autores, no es aventurado predecir, lector, que varios de estos libros te dejarán sin aire. Algunos nombres del incorrecto staff son los de Xavierlón Cazal, Cristino Bogado, Carlos Bazzano, Nico Martínez, Rodrigo Lira, Montserrat Álvarez, el chamán Puhlu de los chamacoco, Edgar Pou, Douglas Diegues y el propio diseñador del formato incendiario, Lukas Fúster, con sus rap.
En medio de la variedad de formatos que hoy nos ofrece la industria editorial, el antiguo e inexplicable placer (¿instintivo?) de llevar dispositivos del tamaño de la mano y que quepan en el bolsillo permanece en el iPod, el celular, la caja de mentas o cigarrillos y aun a veces (he visto un par de casos) el mazo de naipes. Al mismo tiempo, entre la revolución digital y las prohibiciones de fumar en sitios públicos, se entona el réquiem del libro impreso y del tabaquismo. Estos libros inflamables rescatan con humor y humo de su pronóstico fatal a esos dos viejos compañeros de la vida intelectual moderna, el texto en papel y el cigarrillo. A fin de cuentas, todo el siglo pasado fumar estuvo asociado a los placeres literarios de leer y escribir. Casi todos los escritores del siglo XX fumaban. Los que aún lo hacemos en nuestra era de prohibiciones en las pausas para ello concedidas sabemos mantener conversaciones que duran un cigarrillo. Pausas en la rutina funcional que bien pueden ser también las de la poesía.
Placer mal visto, no es raro que necesite fuego, breve llamarada, mínimo incendio, y los poemas inflamables que circulan en las noches asuncenas se dejan reducir, una vez leídos, por los motivos que uno elija, o sin motivo, a cenizas. Cabe, pues, llevar fósforos o encendedor, o pedirlos. Tanto como, si queremos jugar con el cortés desafío de las prohibiciones, poner nuestro paquete de poemas para fumar sobre la mesa en un restaurante, o sacarlo del bolsillo en un aula, y soportar con secreto placer las nerviosas miradas de inminente censura:
–Tome uno.
–¡Claro que no!
–Ah, ¿usted no lee? Disculpe.
Pues, obviamente, el potencial performático del proyecto combustible, en nuestra era de prohibiciones y censura social de todo vicio, invita a la apropiación. Por otra parte, los poemas para fumar –que con rigor etimológico el editor y poeta-rapero Lukas Fúster llama productos de edición digital (cada página es arrollada, o cada cigarrillo es armado, con los dedos)– se suman a la tradición de los libros que sacrifican la extensión al encanto fetichista del diseño o del tamaño: miniaturas que pendían del cuello con una cadenita en el siglo XIX o del bolsillo con un llavero en el siglo XX, etcétera: amuletos que uno lleva consigo a todas partes (el «vademécum», del latín «va conmigo»). Con esta original propuesta de selectas lecturas de fuego potencialmente adictivas –para lectores y también para miembros de las exigentes tribus de los bibliófilos, los coleccionistas y los pirómanos– probablemente estemos ante el futuro de la literatura compacta made in Paraguay.
¿Se venden solo por caja o también «en suelto»? ¿Y por gruesa? Descúbrelo. Busca libros ardientes del sello Poemas Para Fumar en Pinozá Libros & Arte (Morquio 432 esquina Antequera) o, las noches que haya actividades, en Fortín Toledo 472 entre Boquerón y Dr. Manuel Pérez. O pídelos por delivery a los números 0982 977002 (Lukas) y 0981 288124 (Cristino).
El fin de semana pasado, entre las sombras nocturnas de una reunión semiprivada, un amigo nos invitó un cigarrillo que tenía un mensaje oculto en su interior: era un pase a un nuevo circuito lúdico y literario que la mayoría aún no conoce.
Y tú, lector, ¿ya fumaste tu primer poema?
juliansorel20@gmail.com