Peter Punk, el espectro infantil

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¿Leopoldo?

Acabo de saber de tu muerte, y mi cabeza ha disparado un torrente de recuerdos que creía olvidados. En cascada, en barrena, como la pena de saber que no habrá más versos tuyos. Qué desperdicio.

Descubrí tu poesía muy tarde, gracias a ese disco doble que Carlos Ann organizó junto a Bunbury, Enrique Ponce y Bruno Galindo. Mordí el anzuelo sin pensarlo dos veces, y me sumergí en versos que seguramente no olvidé nunca. Entre ellos, uno se incrustó especialmente, y me hizo soñar con una imagen: Lo dice la calavera que hay entre mis manos. Le siguieron el Desencanto, Teoría, Narciso, Contra España y otros tantos.

¿Sigues ahí, o te cansaste de sentimentalismos?

No sé si recuerdas cuando nos conocimos. Un día con Panero. Iba a ir de vacaciones a Tenerife, y pensé que era la ocasión perfecta para intentar retratarte. Te llamé desde Madrid. Encantado, me contestaste, llámame cuando estés aquí. Tendrías que haberme visto por las tiendas de ortopedia y medicina buscando una calavera mínimamente creíble. Tendrías que haber visto las caras de los de seguridad en el aeropuerto al pasar el control, explicando el porqué de aquello en mi mochila. Seguro, para ti solo era una visita más, pero para mí fue muy distinto. Mi segundo retrato, la oportunidad de fotografiar a Panero. El enfant terrible, el mito, el monstruo. Esas cosas marcan. Como el vínculo extraño que se crea entre tatuador y tatuado.

Finalmente, quedamos en la Avenida Principal de Las Palmas. Al llegar, un sol de justicia. La calle, desierta. Pensé que me habías dado plantón, pero intuí un vagabundo dormido en un banco a lo lejos. Allí estabas, junto a una bolsa repleta de libros.

A partir de ahí, la experiencia Panero. Los nervios. La conversación forzada. Las citas a media voz. En la comida, pedías Coca Colas sin descanso, y por supuesto hicimos la visita de rigor al estanco, del que saliste con un cartón de negro que fumabas sin parar. Y me mostraste tus rincones. La cafetería de la universidad. La camarera a la que piropeabas salvajemente. Aquella librería que tenía una sillita con tu nombre, justo frente a tus libros. La dulcería donde me hiciste probar un chupito de leche. Las Palmas de Leopoldo, en visita guiada. Como un niño que te lleva de la mano a su habitación para enseñarte sus juguetes.

¿Y las fotos? Me abrumó tu pasividad como paciencia. Tu indiferencia ante la cámara. Desafiante, casi insultante. No se puede dirigir a Panero. Solo te expliqué lo que buscaba, y tú lo entendiste perfectamente. Gracias por aceptar que te haga fotos. A mí esto me hace mucha gracia, decías. Al final, de nuevo lo inesperado. Thomas, gracias por las fotos, me gustaría hacerme una contigo.

¿Leopoldo, se cortó la conexión?

Me habría gustado preguntarte tantas cosas, pero siempre es difícil hablar contigo. Salirse de los senderos conocidos. Pensé que lo agradecerías, pero quizá te sentías perdido. ¿Por eso solo te explayabas hablando de lo mismo? Tu madre, tus hermanos, Jaime Chávarri, el Nobel que se resistía, la CIA… Pero recuerdo un momento en aquella cafetería. Las manos sobre la cabeza, el cigarro humeante. El ojo vivo, la boca entreabierta. Solo fue un flash, ¿un espejismo? Conectamos un instante. La neura descansa y Leopoldo se asoma. ¿Qué pasa, Thomas? Me repetías en un tono cada vez más dulce. Durante unos minutos, dialogamos. Sobre la heroína, que siempre usaste como metáfora del veneno, la locura y sus consecuencias. La soledad. Por más que intentamos esquivarla, siempre vuelve, inextirpable.

La despedida, asomados al abismo del mundo. Tú, cansado y gamberro. ¿Te acuerdas, orinando en la parada de autobús ante la mirada incrédula de los turistas? Aquello era puro punk. Tú reías, y yo oía la risa de un niño que sabe que está haciendo una travesura. Lo vi claro, ante mí se alzaba Peter Punk, el espectro infantil salido de tu poema.

De vuelta a la zona de confort, respiré aliviado. Soy el hombre que sobrevivió a Leopoldo María Panero. Las fotografías latían tremendas, con la fuerza sobrenatural de la lucidez extrema. Volvimos a coincidir varias veces después. Siempre te encargabas de hacerme saber que venías, que querías usar las fotos para tus libros. No está mal para un loco.

Y hoy, vuelvo a saber de ti. Te has ido un poco más lejos. Pero entiendo que nada ha terminado. Tus versos seguirán surcando nuestras mejillas, arañando certezas. Y deseo que en este viaje no te sientas tan solo, y que cese la tortura que leí en tu rostro. Que por fin duerma el monstruo y vuelva el recuerdo de aquel hombre vanidoso que quiso conocer el misterio del mundo. Después de todo lo que ha llovido, un poco de paz.

Como el relincho que da fin a la caza.

Thomas Canet (Berlín, 1975), fotógrafo, ha capturado varias de las imágenes más intensas de la música actual y del “wild side” contemporáneo (como las del poeta esquizofrénico Leopoldo María Panero). Vive en Madrid, no cree que se pueda aprender a apretar el botón de la cámara en el momento exacto, porque eso se llama instinto y “Mala suerte: se tiene o no se tiene”, y su galería virtual está en el sitio www.thomascanet.com

(En exclusiva desde Madrid para el Suplemento Cultural de ABC Color)

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