Pesadilla en el suburbio

La música y el cine expresan y nutren a un tiempo el imaginario colectivo contemporáneo, pero en ocasiones también lo problematizan, lo cuestionan, lo enfrentan con la realidad y exponen las contradicciones que pueden existir en determinados casos entre una y otro. Así se lee en la página 3 del Suplemento Cultural de hoy, que el lector tiene en sus manos, en un texto que Julián Sorel glosa y critica en el siguiente artículo.

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LA «MODERNIDAD»: ¿QUÉ ES?

¿Qué es la «modernidad», pero no ya como categoría histórica, no ya como fenómeno sociocultural, no ya la «Modernidad» en su aspecto, por así decirlo, más «estructural» u «objetivo» (el de un modo de producción económica y organización política con sus propias manifestaciones socioculturales correlativas)?

¿Qué es la «modernidad», pero no en sentido estricto, sino como todo aquello que, sin saber qué es lo que se entiende exactamente, «se entiende» (o, mejor dicho, «se sobrentiende») cuando, sin pensarlo demasiado, en mil y un cruces de ideas, utilizamos el término?

«Este filme de los sesenta no pierde modernidad», «La modernidad de este cuadro está en ser atemporal», «Qué moderno el diseño de tu joystick», «Muy vintage para mi gusto; prefiero un jean más moderno», etcétera.

Es una noción que utilizamos de manera irreflexiva y espontánea, mas no por ello (no siempre ni necesariamente) vacía o irrelevante.

En realidad, en un sentido históricamente más realista, supongo que hay en el imaginario colectivo contenidos sobre la modernidad forjados en Occidente (me refiero a Europa, en este caso, aunque, supongo, debo incluir el norte de América) en los últimos cinco siglos. Contenidos que corresponderían, en el plano simbólico de los saberes tácitos y socialmente compartidos del «imaginario», a los cambios en la economía, la política, la cultura y la subjetividad de esos siglos: la modernidad así entendida sería un continente de creencias, ideas, etcétera, con un origen espacial y temporal reconocible. Pero la «modernidad» que recrea nuestra mente a partir de los medios de comunicación no es esa.

La «modernidad»: ¿qué es, para todo el mundo, fuera de los ámbitos académicos?

Una idea vaga, pero no por ello irreal, y colectivamente compartida, que todos entendemos sin necesidad de definirla.

¿Qué es esa «modernidad» que atraviesa lo cotidiano y cuyo significado damos por sentado, como algo obvio y tácito? ¿Sigue siendo la misma desde sus pujantes inicios hasta sus días póstumos, de «post», de postmodernidad? ¿Qué es esa «modernidad» que habita el habla y el pensamiento diarios y comunes de todas las personas desde hace ya tantas décadas?

MODERNIDAD E IMAGINARIO

Entendida así, la «modernidad» se nos aparece como un heterogéneo (no por ello incoherente) universo de ideas, hechos, objetos, proyectos, experiencias, hábitos, paisajes, valores, sistemas laborales y modos de organización social, tipos de vicios y placeres, especies características de enfermedades, miedos y conflictos, especies mutantes e inéditas de angustias y de terrores, formas de arte (y de antiarte), nuevos espacios públicos y privados, estilos estéticos visibles en mil áreas, desde la música y la literatura hasta los utensilios, constantes innovaciones tecnológicas cuya irrupción en el mercado cambia nuestras maneras de interactuar, trabajar, estudiar, divertirse, crear, pensar, sentir, vivir, etcétera, etcétera.

La «modernidad», así, en nuestro imaginario colectivo actual, en ese conjunto de saberes, ideas, imágenes y creencias implícitos –en cuanto (por lo general) no (necesariamente) son conscientes– y compartidos que solemos llamar el «imaginario colectivo», entendido en el más «trasnacional» sentido, ya que lo estamos delimitando solo por su actualidad, es, en primer término, un continente ubicuo, y a la vez subyacente o subterráneo (pues se lo tiene, pero sin reparar en que se lo tiene), de nociones de la más diversa índole sobre lo que es ser moderno y vivir en una sociedad moderna.

(Observación interparentética: el uso lato del concepto de «imaginario colectivo» en este artículo bebe de las tesis de Morin y de las de Castoriadis. Como es sabido, en los sesenta Edgar Morin designa como «imaginario colectivo» el conjunto de símbolos, conceptos y mitos de la memoria y la imaginación de los miembros de determinada sociedad, conjunto imaginario hoy alimentado por los medios de comunicación (que globalizan la información y las imágenes –y que eventualmente, aunque Moran no utiliza este término, las viralizan–) y reconocible en los bienes de consumo y las imágenes mediáticas. Cornelius Castoriadis, por su parte, llama «imaginario social» a un conjunto de representaciones encarnadas en instituciones; esta expresión suele tomarse como sinónimo de cosmovisión, aunque en la obra de Castoriadis tiene peculiar y preciso significado que, hic et nunc, no cabe exponer, y que dejo para una ocasión propicia, a fin de no fastidiar al lector con un exceso de digresiones. Dicho esto, cierro el paréntesis.)

CORROSIÓN Y PARANOIA

La música y el cine expresan y nutren a un tiempo el imaginario colectivo contemporáneo, pero en ocasiones también lo problematizan o cuestionan, lo enfrentan con la realidad y exponen las contradicciones que pueden existir en determinados casos entre una y otro. Así lo plantea, en la página 3 del Suplemento Cultural de hoy, que el lector tiene en sus manos, cierto artículo acerca de la «utopía inmobiliaria», como burlonamente la llama la autora, del suburbio norteamericano, su crisis y su decadencia.

Pues bien, yo también quiero sumarme a este tema así abierto ahora, y ciertamente tan rico y tan versátil, con un par de aportes personales.

Primero (acabo de hacerlo), con algunas precisiones terminológicas o conceptuales sobre unas cuantas nociones no necesariamente lo bastante pensadas aún para manejarlas con la deseable soltura (nociones como las de modernidad o imaginario colectivo, vide supra).

En segundo lugar, quiero plantear mi primera crítica a lo que expone la autora del artículo de la página 3. Creo que las miradas lúcidas y directas sobre la cara oscura del «American Dream», en todas sus facetas en general, y en particular en esta, la otra cara del radiante jardín del edén suburbano, no aparecen, contra lo que ella dice, en los noventa.

Pero mi crítica no es una mera discusión acerca de cuándo y dónde. Mi crítica apunta a la comprensión (o, mejor dicho, en el caso de la autora del artículo de la página 3 de hoy, a la incomprensión) de la dialéctica que estructura el fenómeno sociocultural del sueño americano como tal: la relación entre utopía y antiutopía no es ni puede ser sucesiva, sino paralela. Y en esto invoco a la lógica, que me respaldará con la evidencia de que ninguna realidad puede ser concebida ni pensada sin su opuesto.

Y finalmente, para ilustrar lo que digo, cito también yo una película: Doctor Strangelove, el tremendo filme de humor negro de Stanley Kubrick sobre la amenaza nuclear que flota encima de un planeta en guerra (fría). Esta película explora los miedos de la sociedad americana a sus supuestos o reales enemigos, tanto a los peligrosos extraños que alberga el paraíso wasp en su interior como a los potenciales agresores del exterior. Mucho antes del supuesto «despertar grunge» que la autora del artículo de la página 3 señala erróneamente, en los tempranos sesenta, para ser precisos en 1964, esta película de Kubrick ya rezuma la paranoia que se agazapa en los rincones sucios de un mundo luminoso, esa paranoia incurable que se extenderá a todo el globo y que inevitablemente traerá consigo la corrosión de toda convivencia, de toda paz y tal vez incluso, poco a poco, de toda humanidad.

juliansorel20@gmail.com

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