Pelota de goma, nunca ndojeráiva

En pleno auge global de la literatura sobre fútbol (solo el último mundial ha dejado docenas de antologías de tema futbolístico desde Buenos Aires hasta Barcelona y desde México hasta Lima), Pelota Jara. Cuentos de fútbol es el título, lanzado este año en Asunción, que reseña, con su impecable autonomía de criterio, Cristino Bogado.

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El fútbol no es mencionado en El banquete platónico, ni en La Eneida de Virgilio ni en la General Estoria de Alfonso X el Sabio ni en Gargantua y Pantagruel de Rabelais ni en la Teodicea de Leibniz ni en la Constitución americana ni en la Enciclopedia de Hegel ni (dios sea loado) en el Das Kapital de Marx, ni, ya llegados al siglo XX en un Ser y tiempo o menos, en ninguno de los monumentos del modernismo literario (Á la recherche…, Ulises, El hombre sin cualidades, Gravity’s Rainbow, etc.). Sin embargo, cada vez con más insistencia, se ha instalado un mitologema relacionado con el fútbol y la literatura. Un mitologema plebeyo, diría Nietzsche, pues sabemos del amor noble y puro por el básquet de un Samuel Beckett, por el ajedrez en los casos de Nabokov y Arrabal, por el go en el de Perec. (Bueno, de fútbol sí trata Godard en Weekend, cuando nos deja oír la transmisión de un partido a través de una radio. Nombran en el juego a Di Stéfano –claro, el crack argento-español del Real Madrid había sido secuestrado por una banda terrorista en Caracas, tema que se desarrolla a lo largo de la peli, protagonizada entre otros por una banda rockera-terrorista–.)

Bueno, tal tópico mediatizado ha llegado –como tantas modas efímeras y deleznables originadas allá lejos, donde, se supone, habita lo bueno, bello y verdadero: el Primer Mundo agathónico– a Paraguay, y hoy. En ese trance invasivo, nos toca hacer la lectura de un libro que nos ha dejado la resaca del mundial Brasil 2014. Se trata de Pelota Jára.

Nuestra lectura sigue el siguiente orden aleatorio:

«Cuando me entierren no se olviden de mi balón», de Miguel Méndez. Es una hagiografía del Saltarín Rojo, el mayor goleador histórico del fútbol argento (con 293 tantos, puntaje aún hoy día no superado). Esperamos otro cuento a partir de la ficcionalización del tal balón inhumado, tótem del crack paraguayo.

«Fuera de juego», de Pedro Lezcano. Un informe de la desaparición de un campesino futbolista.

«Diciembre 2001», de Mauricio Gutvay. Es un plagueo por la infelicidad de no poder jugar fútbol en el down town con happy end de un pibe de 9 años (durante el evento económico argento conocido como «Corralito», acaecido en la fecha que anuncia el título del cuento). Aparece acá el fútbol como resistencia impensada al encierro arquitectónico teorizado por Foucault.

«Cuarto tiempo», de Julio de Torres. El fútbol, sensu stricto, tiene dos tiempos, pero la rutina barrial le suele añadir dos tiempos más, el del chupi pospartido y el cuarto tiempo del levante y cogida de una fan. Felipe Torcida, crack barrial más obsesionado con el score sexual que con el peloteril, es un donjuán pelotero, un burlador burlado.

«De potrero y gambeta», de Christian Rojas. Una especie de filosofía (barata y autocomplaciente) del zurdo. Sostiene la extraña superstición de que los zurdos son los mejores en el fútbol. Esto se refuta fácil citando a Pelé (el mayor ganador de la historia del fútbol, con tres copas del mundo), Cruyff, Kroos… ¡todos jugadores diestros!

«Atraco fútbol», de Blas Brítez, con dibujo de Robert Báez.

Un cuentero, cronista oficioso de las triquiñuelas de una pandilla luqueña, rememora una experiencia hardcore sucedida en 1990. En una suerte de iniciación a la vida malandra, una pandilla, formada por compañeros de colegio, hinchas de fútbol local y vecinos de Loma Merlo, idea un atraco a la recaudación obtenida de la taquilla del partido por cuartos de final de aquel año de la Copa Libertadores entre Cerro Porteño y Olimpia. Con Brítez, el firmante de la historia, ya nos encontramos con un narrador de buen pie, a diferencia de lo que pasaba con los otros reseñados hasta aquí. Maneja la narración con la conectividad sin fin del tiqui-taca, abre un espacio casi escheriano en la variedad de detalles que destacan de la vida de unos adolescentes de una ciudad del conurbano asunceno, da vueltas y revueltas hasta redondear bien redonda la historia salpicándola de cientos de interesantes y frescos recuerdos de un pasado juvenil sin sucumbir a la idealización o la lágrima, pero falla a la hora de la esencia de la narración: el gol de la mentira. Como decía Aristóteles, la historia cuenta la verdad de los hechos, y la poesía se encarga de aquello que pudo haber ocurrido. Nuestro cuentero opta por la solución fácil, rehuir la poesía, apegándose a los hechos fehacientes, comprobables hojeando un periódico incluso: Olimpia gana 3 a 0, y el atraco, más que una iniciación, parece un final de ciclo, de la amistad, la vida tribal, etc. ¿Qué le costaba ser fiel a la bola de la literatura, la mentira? Es más, nadie lo hubiera podido desmentir; como lo remarca el narrador diegético, ninguno de los miembros de la pandilla lo podría hacer: ¡todos, o estaban ya ahora muertos, o en la cárcel! La lección que nos han dejado escritos como Vidas imaginarias (Marcel Schwob) es que la literatura brota entre los huecos de la realidad. Haciendo una epojé de los hechos históricos. La redención de este fresco suburbano del pasado juvenil de una pandilla de coetáneos luqueños se hubiera alcanzado más con la mentira que con el realismo tout court.

Los otros cuentos son: «Lección de fútbol», de Marcos Pico Rentería (va de fútbol entre oficinistas, tiene la infaltable figura paterna); «El verde», de Eliana González Ugarte (fútbol femenino); «Versículo 5 Corinthians 0», de Bogado Lins (¡chiste apocalíptico perpetrado sádicamente, por un dios fan de Palmeiras, contra el Corinthians!); «El gol más hermoso del mundo», de Rodrigo Alcorta (ante la inminencia del penal, el hijo recuerda al padre, y el balón saluda al cielo); y «El último dios del fútbol», de Adán Amarilla (un rayo mata a un jugador y desde entonces se impone un tabú sobre el fútbol).

El libro tiene tantas ilustraciones como cuentos, once. Hay que decir que el bajo nivel de la antología no se debe, me parece, a la obligación monotemática de escribir sobre fútbol, que no se trata en este caso de ningún modo de una limitación (a la manera de las restricciones al escribir que se autoimponían los oulipianos para abrir nuevas sendas creativas), sino, pura y simplemente, a carencias –por bisoñería, suponemos– a la hora de narrar una historia. Por eso he decidido titular mi reseña Pelota de goma, pues uno la imagina concebida en horas terciarias, seguramente cuando en el pospartido arden los fuegos fatuos del entusiasmo birrero y vitivinícola. (Escribir borracho, pero corregir sobrio. Hemingway dixit.)

El prólogo lo escribe el profesor valenciano Vicente Peiró, especialista en literatura paraguaya.

Y hay una especie de posfacio a cargo de (un póstumo) Roa Bastos. Yo hubiera preferido, si se necesitaba la legitimación de una disciplina deportiva, incluir un cuento o poema de Carlos Diarte, jugador (zaraguayo) de fútbol archiconocido por su afición a escribir.

La edición es de Revista Y (coordinada por Sebastián Ocampos), publicación que forma parte de un emprendimiento del Centro Cultural de España «Juan de Salazar» (CCEJS), y es del año 2014.

Ya empieza la supercopa europea entre el Real Madrid y el Sevilla mientras termino estas líneas. Y el libro verde se me cae de las manos, imposibilitándome seguir con su lectura (es que practican una narrativa un poco avara, colgada de los palos). Y es más kaigue seguirlo al ver ya en la cancha dar sus primeros pasos, con su elegancia de siempre, a Toni Kroos.

kurubeta@gmail.com

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