Paráfrasis de una vieja canción

Ha llegado diciembre, y con él la mayor celebración mariana de Paraguay, la peregrinación anual a Caacupé.

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«Ya la caravana de los promeseros / asciende las lomas de Caacupé…» Diciembre ha llegado: hasta del silencio que anida en el hueco de las campanas se adueñan los ecos de la canción «Virgencita de Caacupé», ese himno espiritual de Paraguay con letra y música de don Federico Riera, y el pueblo comienza a prepararse para ir al santuario de la Virgen serrana.

Hurgando en la historia en procura de entender este fenómeno, encontramos que la palabra «peregrino» proviene del latín, de «per» (a través de) y «agrum» (campo): designaba, para la legislación romana, al que, atravesando el campo, llegaba a Roma en busca de socorro, de justicia, de matar el hambre, o por el motivo que fuera.

Pero los registros del masivo peregrinar a Caacupé exceden los archivos oficiales del historiador y las explicaciones meramente racionales, y tal vez sea mejor que siga en el misterio, porque así esa imagen, que representa para la gente a su madre celestial, se vuelve más entrañable en el corazón de cada peregrino, más de nuestra estirpe, más de nuestra sangre, más ligada a las cuestiones que nos afligen.

«Oh Virgencita de los milagros, / tú, que eres buena, oye mis ruegos: / vengo a pedirte que tus perdones / lleguen a mí…» Cuántas devociones de quienes en caravana llegan con su alegría, su dolor y su fe, jóvenes agobiados por incertidumbres, estudiantes agradecidos por anhelos cumplidos, madres afligidas por quebrantos, ancianos acuciados por enfermedades. Todos, sin excepción, tras subir las lomas, superando el calor, la sed y el cansancio, luego de horas o tal vez días, al alcanzar el santuario se persignan y, de rodillas, hablan con su madre, por no saber expresar sus sentimientos en otras lenguas, en guaraní; dejando las oraciones tradicionales, articulan su propio salmo, el ñembo’e íntimo que les dictan sus corazones. Así le cuentan a su Virgencita sus cotidianas luchas por la supervivencia, sus esperanzas de mejoras en el hogar, su quebrantada salud, sus proyectos, su falta de empleo digno, sus expectativas, y luego, nobles y sanos de conciencia, con humildad se reconocen en falta y con sinceridad le piden los perdones.

Un forastero se preguntaría: ¿por qué tanto fervor hacia esta Virgen? Sin duda, porque se identifican con ella, porque creen que es de su tierra. «Un día quisieron llevarte muy lejos / y con un milagro dijiste tove», dice la canción, y en esos versos el pueblo siente que, como sus hijos, ella se aferra al suelo que la vio nacer y que no desea abandonar para enfrentar mundos extraños bajo cielos lejanos.

Pero la necesidad existe, como existe el Paraguay del éxodo, del destierro, de la diáspora. Y la Virgen ve cada día a sus hijos obligados a abandonar su terruño, peregrinos, porque las autoridades, olvidando la política del bien común, despilfarran el dinero del pueblo en sus lujos e impiden que la gente encuentre en su valle, en su chacra, los recursos para llevar una vida digna, saludable y decorosa.

Es verdad que el hombre, como especie, siempre peregrinó, siempre marchó hacia algo que llenara sus expectativas de tierra, trabajo, pan, salud, seguridad... Así, los israelitas peregrinaron durante cuarenta años en el desierto en pos de la Tierra Prometida, y los mbya guaraní incansablemente buscaron la Tierra Sin Mal. Pero la Virgen serrana sabe que para nuestra cultura la perfección de la vida se logra solo en el lugar propio, que solo es buena la vida en la tierra que reconoce al hombre que la trabaja premiándolo con buenas cosechas y volviendo así propicio el mundo para la dicha, para las alegres y concurridas fiestas, para beber juntos la chicha, para juntos cantar, danzar y rezar.

Cuántos compatriotas peregrinarán este mes de diciembre lejos de su país. Cuántos otros, este mes de diciembre, peregrinarán también hacia las lomas de Caacupé, pedirán con su ñembo’e no tener que dejar su tierra y, con salmos en los labios, suplicarán por un Paraguay distinto. «Oh Virgencita de los milagros, / tú, que eres buena, oye sus ruegos…».

catalobogado@gmail.com

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