“Para que la mirada de la arquitectura vuele a la altura de valles y montes”

Bajo el título de “Ceremonias”, la arquitecta Gizella Alvarenga Codas desarrolla un trabajo sobre el uso del espacio social en las festividades de San Pedro y San Pablo en una comunidad campesina de Itaguazú, Cordillera de los Altos. Su investigación, presentada como tesis de grado en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Asunción, fue reconocida con la segunda mención internacional en la XVIII Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito.

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“La arquitectura necesaria, la ciudad necesaria” fue el lema de dicha bienal, realizada en noviembre de 2012 y en la cual se desarrolló el concurso de teoría, historia y crítica de la arquitectura, el urbanismo y el paisaje. El jurado —integrado por los arquitectos Patricia Rodríguez (Cuba), Jorge Ramos (Argentina) y Antonio Narváez (Ecuador)— destacó del trabajo de Alvarenga Codas “el valor testimonial, la puesta en valor del sitio y el rescate de la evidencia a través de la ritualización de la vida cotidiana de la cultura ancestral”.

La autora señala en esta entrevista que el objetivo de estudiar las prácticas rituales en su relación con el espacio social pretende darle un impulso a la arquitectura para que “vuele a la altura de valles y montes”. Asimismo, explica que el trabajo va en búsqueda de nuevas fuentes a fin de construir una arquitectura humanizada y, en tal sentido, dirige la mirada al sentido del rito como un texto temporal y espacial.

—¿Qué busca una arquitecta cuando decide estudiar rituales religiosos?

—La obra comenzó como una tesis de grado con la tutoría del antropólogo Guillermo Sequera. El afán fue de contribuir al avance de la arquitectura paraguaya, eliminando así la figura del arquitecto de casas al estilo Miami Beach, para pasar de la disciplina arquitectónica dura, rígida y pocas veces humanizada, a servir a soluciones de problemas de habitabilidad de los ciudadanos comunes.

—¿Cómo se cruzan en la investigación la arquitectura y la antropología?

—Cuando decidí llamar a esta investigación “Ceremonias”, fue con la idea de profundizar las figuras de quienes convocan a participar de estos rituales; quienes, coincidentes con la coreografía cosmogónica del imaginario colectivo, deciden mostrar a la comunidad sus prácticas ritualizadas, repetidas en tiempos anuales, para lograr mantener a la comunidad viva en sus memorias.

Para pensar y analizar la arquitectura definitivamente, debe reflexionarse profundamente a partir de lo que pervive en las comunidades culturales, en la creación y reproducción de sus espacios ritualizados. Es por esto que también en el ámbito académico de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte de la UNA, en la materia donde desde hace más de cinco años asumo como auxiliar, con Mito Sequera decidimos continuar el trabajo colectivo junto con los demás profesores, para hacer que la mirada de la arquitectura vuele a la altura de valles y montes.

En este espacio de trabajo contamos con grandes arquitectos de prestigio internacional, como Solano Benítez y Javier Corvalán, entre otros. Desde el inicio propusimos como grupo abordar el pensamiento crítico e investigativo de la materia.

—En las celebraciones que describís, las escenas representan a los kamba y guaicurúes en función del papel que cumplían, pero ahora retratados en ausencia. ¿Qué lugar ocuparon en el origen de estos ritos el “indio” y el “negro”, y cuál es su rol actual?

—La primera vez que en el ámbito académico tuve la oportunidad de exponer las razones que generaron esta investigación de alto contenido cualitativo, me enfrenté al verdadero atraso mental y ultraconservador de la casa académica. Eso hizo que mi búsqueda se fortalezca en la medida de la profundización de la lectura de los documentos y fuentes de primera mano, con las que se realizó esta labor investigativa. Así fui descubriendo que dos personajes de gran significación aparecen en diversos momentos, en los cuales se posicionan como personajes periféricos, y en otros protagonizan las escenas centrales.

Kamba y guaicurúes han sido las comunidades originarias de los territorios de la Cordillera. Por un lado, el grupo afro fue distribuido en diversos pueblos y, por el otro, los indígenas guaicurúes que iban bajando desde el Norte Oriental defendiendo sus tierras de los ataques paulistas. En un relato compacto de la historia, se puede señalar que pudieron haberse trasladado de territorio con aquel primer Altos, fundado más al Norte, como se indica en una de las cartografías del libro, documento hecho con base en cartografías del arquitecto argentino Ramón Gutiérrez (quien fue el autor de uno de los libros que mejor describe hechos arquitectónicos ligados a breves reseñas históricas, que data de 1982).

Hoy, estos son personajes míticos que fundan el relato de los primeros ocupantes, donde se exalta la libertad de los kamba representada en personajes enmascarados sumada a la estética guaicurú, que tras el rapto de las mujeres, avivan el fuego central con entrantes y salientes del centro unificador de la noche, dando lugar a una coreografía mitificada que actualiza a la comunidad los hechos que marcaron los fundamentos del año.

—En el libro se aprecian muchas prácticas de inspiración indígena pero con nombres cristianos. ¿Cómo opera el desplazamiento de la simbología indígena hasta llegar cristianizada en esta población campesina?

—La colonización ha catequizado a los pueblos originarios, es decir, desembocó en la conquista de la religiosidad. Así, logró identificar las imágenes de los santos al calendario de los rituales agrícolas.

Los indomables que habitaban esas tierras no se dejaron reducir y siguieron haciendo los rituales a los que habitualmente estaban acostumbrados. Y lo siguieron haciendo, así como cuentan tantas historias de afuera también, en las que el colonizador hizo coincidir calendario agrícola con calendario colonizador, para poder paliar aquella irreductibilidad no coincidente en un principio. La fiesta del fuego, del solsticio de invierno, entonces pasa a ser la de San Juan, o San Pedro y San Pablo en comunidades más bien agrícolas. La del solsticio de verano coincide con la Navidad cristiana. Considero que en el sector de la Cordillera se dio el fenómeno de localización de comunidades indígenas y de negros, donde se hacían estos rituales de origen agrícola, que hoy asumen ciertos personajes como son los kamba y guaicurú, quienes probablemente hayan sido los primeros partícipes de estas ceremonias.

—En los fundamentos de la investigación apuntás que el objetivo es examinar la producción de los espacios y su vinculación con el ejercicio y práctica social del ritual. ¿Cuáles son los hallazgos y apariciones manifestados en esta búsqueda?

—El valor más intenso que he encontrado en las prácticas de socialización espacial representadas en rituales dentro de la comunidad de Itaguazú es la puesta en escena de los fundamentos de identidad colectiva local. Ante todo, las cualidades sensibles del espacio campesino, a flor de piel, en las entrevistas profundas y acercamientos casuales ordinarios y extraordinarios a los pobladores, las hicieron distinguir como comunidad. Lo provocativo fue pensar ¿cómo asegurar este bien patrimonial inmaterial obtenido? Mi respuesta fue el sistema de documentación, ordenación y puesta en página de los hechos e historias que basan su existencia en ejes transversales que desfiguran toda disciplina académica. Esto ha sido fruto de la metodología de aproximación investigativa para reflexionar sobre el Paraguay, buscando siempre la oportunidad de ser los generadores de la integración regional latinoamericana y caribeña.

Epígrafe de foto de los guaicurú: Fotografía de Irina Rivero que retrata a los guaicurú en las festividades de San Pedro y San Pablo, Altos, 2008.

Editor: Alcibiades González Delvalle - alcibiades@abc.com.py

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