Papa don’t preach

Dejando a un lado la feliz coincidencia de que, siendo Paraguay, con un noventa por ciento de católicos en las encuestas, una excepción a la actual caída planetaria de la fe católica, el actual papa sienta un también excepcional afecto precisamente por Paraguay, del «trending topic» del pasado «finde» subrayo: uno, el talento de Bergoglio, su simpatía irresistible, su destreza arrolladora; dos, la unánime falta de lucidez de todos –los jipis y la chetos, los niños y los viejos, los fachos y la zurda, los progre y los conserva–; y tres, la inteligencia, el brillo de este gol vaticano.

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UNO: El talento de Bergoglio

Desde la primera de sus sistemáticas rupturas «espontáneas» –aquel «Buona sera» que, como ha señalado en alguna entrevista Umberto Eco, puso fin a una liturgia milenaria– del protocolo, ha convencido a todos de que es traslúcido y de que trae cambios. Grandes cambios. Y se los ha metido a todos en el bolsillo. Hasta su famoso «exabrupto», apuesta más riesgosa (le valió algún denuesto), refuerza la impresión de su transparencia; al decir: «Matar en nombre de Dios es una aberración. Pero tampoco se puede provocar ni insultar la fe de los demás. Y si alguien dice una mala palabra en contra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo», parece tan cercano y tan fiable como tu socio de tragos. Crucial en una fase de profundo desprestigio de la Iglesia, el mensaje es: «Soy una persona normal, como vos»; ergo: «Te reflejo, identifícate conmigo (y con la Iglesia) con confianza total, porque soy un tipazo»; mensaje, obviamente, no explícito ni dirigido a la conciencia, texto sin palabras que el público lee automáticamente, sin saberlo.

Bergoglio es un capo en este juego. Ahora, ¿qué cambios –qué grandes cambios– realmente trae? Se ha vestido de rebeldía y se ha adornado de modernidad y absuelve tus pecados por el Tuiter. ¿Y después? Ha dicho que el calentamiento global es real y que las estrategias para revertir el cambio climático son «urgentes e imperiosas». ¡Guau! ¿Quién que no sea un marciano, un fósil o un republicano estadounidense lo ignora? ¿A quién no le conviene decirlo? ¿Y, sobre todo, decirlo sin apuntar a nada ni a nadie en concreto, más que a los ricos y a los países ricos, como siempre? ¡La Iglesia ha vivido de apuntar a los ricos –en, y solo en, su discurso (valga la aclaración, por si esto lo estuviera leyendo algún niño menor de cinco años un poco lento)– desde hace milenios! Dedicar una encíclica al problema medioambiental no solo no es comprometedor, sino que es lo contrario: ¡es oportuno, es «trendy»! ¿Acaso la chetada no va en bici y cultiva verduras orgánicas y «desapego» desde fines del siglo pasado? Y que la relación entre naciones en desarrollo y países industrializados y entre pobres y ricos es desigual y «estructuralmente perversa», y que el deterioro planetario es efecto de un «consumismo inmoral», no solo no es un discurso innovador, ni revolucionario, ni de izquierdas, sino que lo diría hasta mi abuela. De «izquierdas» es el «estilo»: el gesto, el aire, el talante, el tono, la actitud, el simulacro. La postura contestataria y crítica se vacía de sustancia y de sentido para convertirse en «progre», sucedáneo político equivalente a esa bisutería banal que en lo artístico se designa como «kitsch».

Que la ultraderecha estadounidense lleve su impresionante naiveté y su anacronismo de caverna hasta el extremo candor de «acusarlo» de «marxista» por algo tan light como la Evangelli Gaudium no hace marxista al papa, pero sí lo acerca a una figura atractiva para el imaginario heroico de la clase media progre que sueña con el Che hollywoodense mientras esnifa el tufo thoreauniano del Christopher McCandless de Into the Wild, «acusación» que el así involuntariamente idealizado –por sus tontos enemigos útiles– papa se sacudió en su momento: «La ideología marxista está equivocada, pero conocí a muchos marxistas buenas personas y no me ofendo» (diario Página 12, 16 de diciembre del 2013). ¡Claro que no! Los ofendidos aquí son los marxistas.

No es marxista: por ende, cabe inferir que, cuando descalifica las ideologías (que «tienen una relación incompleta o enferma o mala con el pueblo», dijo en el León Coundou), no habla del concepto que define el filósofo alemán. Entonces, ¿de qué habla? Dan pistas sus otras declaraciones, en las que nunca hay dueños ni esclavos, oprimidos ni opresores, sino un abstracto «todos» (que deben «trabajar juntos por el bien de todos», ¡Eureka!), y en las que tolerancia significa neutralidad.

Pero no se puede luchar por nada ni defender a nadie siendo neutral. Siendo neutral solo se puede neutralizar. Ignorar los antagonismos reales en un discurso en el que caben todos. Y en el que cabe todo. Excepto la verdad.

DOS: La falta de lucidez unánime

Pero la verdad no es multitudinaria, no suele desatar aplausos y no es simpática. Mientras que este es un papa simpático, «de los perros», canchero, progre. Hay una extraña adoración universal por este papa que no ha hecho nada salvo montar una estupenda puesta en escena para refrescar la dañada imagen de la Iglesia con campechanía y mateadas y chistes y supuestas «audacias» (como decir «a los jóvenes» que «hagan lío»), «audacias» que son tales más en la facha que en el (vago, delicuescente, amorfo) sentido. Que pasa por innovador porque dice cosas como: «No teman dejar todo en la cancha, jueguen limpio, no coimeen al referí», etcétera, construcciones lingüísticas que sugieren, como forma (el contenido es viejísimo –son puros tópicos, de hecho–) valores tan imprecisos como cotizados, del tipo de la «autenticidad» y la «apertura». Y que son parte del «estilo» personal con que Bergoglio adula la vanidad de la masa reflejando su imagen, sin distancias imponentes, en sí mismo, y con el que parece decir a cada seducido miembro de la mayoría: «Tenemos la misma onda; ergo, vos también sos genial», mientras se toman un mate. Publicita su doctrina –«Soy bueno, mi Iglesia es buena»– con el «vos a vos» y tácticamente abdica de la ostentación de un poder que sabe debilitado. Como sabe que, si no juega bien sus cartas, el edificio se cae. Grande, pa(pa). Papa rocks. Narcisismo de rebaño derretido por la caricia de un pastor con piel –o sotana «animal print»– de borrego. Más aún que las clases populares, el pasado «finde» la clase media progre habrá sentido que pasó tres días de amor y paz en Vati-Woodstock, el Woodstock vaticano: «El feeling de Pancho con Py rezando en guaraní, no sé cómo te explico, ar», «Me siento bendecidx», #TeBancoPancho...

Pero además de ser hashtag y post en mil exhibiciones engreídas y autocomplacientes, a Pancho se le atribuyen ideas nuevas. ¿Cuáles? En la Rerum Novarum, escrita en 1891 por León XIII, ya está Francisco. Los que lo llaman reformador deberían leerla. Se lo toma por luchador social. ¿Cómo? «Los comunistas nos han robado la bandera de los pobres. La bandera de los pobres es cristiana», dice en una entrevista en Il Messaggero del 29 de junio del 2014. ¿Necesito decir por qué esta frase es miserable? Gentes con preocupaciones sociales y voceros de reivindicaciones populares culpan al gobierno de la notoria ignorancia papal de la situación paraguaya. ¿En serio creen que para conocerla se necesita al gobierno? ¿Qué si se sintiera tan «afectivamente ligado» a este país la ignoraría? ¿No ven que no dice nada concreto sobre Paraguay porque jamás, ni oralmente ni por escrito, ni en Paraguay ni en Kryptón, ha dicho nada concreto sobre nada? No, no lo ven. Están demasiado ocupados disfrutando de «pertenecer» a la grey y demasiado borrachos de narcisismo masivo. No, claro que no lo ven. Y eso ya no es culpa del papa.

TRES: La inteligencia del Vaticano

Ratzinger era ingenuo y no lo hizo bien, pero el último cónclave no pudo elegir mejor. Y es un papa latinoamericano, como la mayoría de los fieles; este es ahora el «target», «target» que pide un papa que renueve la gastada imagen de su Iglesia. Ojo: solo la imagen. En unas declaraciones que circulan en internet, señala el malpensante e irascible escritor, cineasta y premio Rómulo Gallegos de novela colombiano Fernando Vallejos: «[Bergoglio] ironizó: “¡Es mejor no tener hijos! ¡Es mejor! Así puedes ir de vacaciones a conocer el mundo, puedes tener una casa en el campo, estás tranquilo. Pero quizá sea mejor tener un perrito, dos gatos y el amor va a los gatos y al perrito […]”. ¿Qué carajos –inquiere Vallejos– tiene Bergoglio contra los gatos y los perros y contra quienes viven solos o sin hijos, con pericos o con peces, si él, por elección de una doctrina y un dios de ficción (eso sí, muy poderosos), ha decidido vestir semejante a la mujer y ser estéril?».

Por otra parte, en una entrevista al papa en El País del 29 de julio del 2013, leo:

«P. Usted no ha hablado todavía sobre el aborto ni sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. […] ¿Por qué no ha hablado sobre eso?

R. La Iglesia se ha expresado ya perfectamente sobre eso, no era necesario volver sobre eso, como tampoco hablé sobre la estafa, la mentira u otras cosas sobre las cuales la Iglesia tiene una doctrina clara. No era necesario hablar de eso, sino de las cosas positivas que abren camino a los chicos. Además, los jóvenes saben perfectamente cuál es la postura de la Iglesia.

P. ¿Pero cuál es su postura en esos temas?

R. La de la Iglesia, soy hijo de la Iglesia.

P. Cuando se ha reunido con los jóvenes argentinos, les ha dicho que a veces se siente enjaulado. ¿A qué se refería exactamente?

R. ¿Usted sabe la de veces que he tenido ganas de pasear por las calles de Roma? Porque a mí me gusta andar por las calles…»

Y la entrevista sigue, con el papa tirando onda, rompiendo el protocolo y haciendo chistes. Después de haber puesto «eso» (la homosexualidad, el aborto, el matrimonio gay) en el mismo plano que «la estafa, la mentira» y «otras cosas sobre las cuales la Iglesia tiene una doctrina clara». Bergoglio ha venido a un país que acaba de ser noticia internacional por el terrible caso de una pequeña niña de diez años, violada, a la que se ha impedido interrumpir su embarazo. A los organismos internacionales que intentaron defenderla, monseñor Valenzuela –nombrado arzobispo por Bergoglio, el papa pop– los acusó de inmiscuirse con «los valores esenciales» de Paraguay; Antonio Barrios, ministro de Salud, se escudó en la religión para dar por cerrado el caso. ¿También de esto dirán que no se ha enterado el papa? ¿Hasta dónde pueden llegar mintiéndose y mintiendo? Monseñor Valenzuela solo sigue al papa, que en el 2013 profirió que «cada niño condenado al aborto tiene el rostro de Jesús». Después de la bofetada a la pequeña, que mancha y avergüenza a la sociedad paraguaya ante el mundo entero, repite el papa el viejo canto de Hitler a las matronas germanas, la serenata de Franco a la mujer española, «esposa y madre», etcétera, etcétera («la mujer paraguaya es heroica, merece el Nobel, blablablá»): otro halago a la vanidad del rebaño. Otra mentira. Otra trampa.

En la que caen los que se lo merecen.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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