Ortiz Guerrero, actor: célebre desconocido

¡Qué poco se sabe de Ortiz Guerrero!, nos dice el escritor Catalo Bogado en este artículo que expone su poco conocida faceta de actor, reivindica vigorosamente al poeta obrero, al poeta revolucionario y al poeta legitimador del idioma guaraní, y reclama una aproximación a su vida y a su obra más allá de los tópicos de la historia oficial.

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Es el poeta más querido del Paraguay. No hay ciudad que no tenga una calle, una plaza, un colegio o al menos una comisión vecinal con su doble apellido. Este agosto hará 103 años de la publicación de sus poemas «Loca», «Ofrendaria» y «Aromas» en la revista Letras, poemas que hasta hoy se recitan frecuentemente con profunda emoción en eventos sociales y culturales. Ortiz Guerrero siempre está vigente, pero ¡qué poco se conoce de su vida y de sus obras…! 

Son contados lo que saben quién fue realmente este poeta obrero. Maliciosamente, la Historia Oficial lo metió en el hueco del Romanticismo, soslayando que fue uno de los poetas más adelantados del posmodernismo americano, que fue cronológicamente el primer escritor en América que incursionó en la poesía concreta, que fue el autor que dio categoría universal a la poética en guaraní y que, en gran medida, se le debe la creación del género musical conocido como guarania. Los textos oficiales se han limitado a contarnos que robaba velas del cementerio para alumbrar sus noches de invierno, que debido a su enfermedad vivía encerrado en su «imprentita»… 

Sin embargo, hoy, a la luz de los documentos, sabemos que tenía amigos a montones y que su casa fue un parnaso, el sitio ineludible para las tertulias de los artistas de todas las disciplinas. Según José Asunción Flores, allí se discutía sobre arte, política, filosofía y sobre el valor de la filantropía... Manú, como le decían sus amigos, mantenía contacto epistolar con colegas de casi todos los países del continente, y en su imprenta, Zuruku’a, se imprimían libros, revistas, partituras musicales, junto con los recibos de las empresas y casas comerciales más importantes de país. Además de su casa-imprenta, poseía una casa quinta en Tayasuape, San Lorenzo, con su «laguna Espejito», en la que criaba nutrias.

Realmente, los textos oficiales nos han contado muy poco acerca de su militancia cívica, de su evolución poética y de su quehacer social. El año pasado, hurgando en los periódicos de su época (29 de abril de 1915, página 7 de El Liberal y página 11 de El Nacional), encontramos una de las más asombrosas noticias sobre sus múltiples actividades en el ambiente cultural: Manuel Ortiz Guerrero, actor de teatro.

Unos breves apartados, dedicados a las actividades culturales, de estos diarios informaban sobre las actividades a realizarse en el Teatro Nacional. Los anuncios tenían como preámbulo: «Homenaje a los caídos de Chicago», organizado por la Agrupación «Rafael Barret». Y la obra: «1º de mayo, drama social de un solo acto del dramaturgo P. Gove», con el siguiente reparto: Prólogo: Señor R. Rigamazi, Joven Campesina: Señorita R. Boethner, Vieja Dama: Señorita G. Medina, Joven Señor: Manuel Ortiz Guerrero, Granjero: Señor A. Marín, Viejo Campesino: Marzan, Marinero: J. A. Medina, y, como obrero: Juan. A. Vinader (este último, tío abuelo del recordado amigo Jorge Garbett y de la amiga Elizabeth Vinader).

Manú había llegado de Villarrica a Asunción en 1914. ¿Cómo era Ortiz Guerrero en aquellos años? Su amigo, y antes compañero de estudios en el Colegio Nacional de la Capital, don Arturo Alsina, lo recuerda así: «Con su morral de ensueño a cuestas, apareció un claro día en nuestro viejo Colegio. Transparentando a través de su humilde aspecto de estudiante campesino la prestancia reveladora de auténtica aristocracia espiritual, que no habría de ser desmentida jamás, ni en hechos ni en palabras, se ganó de inmediato el interés y la simpatía de aquella sociedad juvenil, alegre y esperanzada. Amplia la frente, cuya comba daba una sensación de claridad; ensortijados los cabellos de la romántica melena; verdes, grandes y brillantes los ojos; sonriente la boca de labios carnosos. La voz, de acento cálido y armonioso, parecía elevarse de lo hondo de un alma iluminada… Al mismo tiempo que publica sus primeros versos, se da a conocer en cenáculos y asambleas. Su voz melódica imprime a las palabras una grata tonalidad, un hondo sentido potencial y las aligera y las ahonda, dotándolas con hábil fonética, de cierta plasticidad ideal que las hace más gráficas y comprensibles. Sus recitales de cenáculo compiten con sus discursos. En la tribuna se apodera de inmediato del auditorio con magnética atracción. Frente a la muchedumbre se destaca su cabeza dantoniana y la palabra, imagen o anatema, fluye de sus labios, ora tonante, ora tierna. Pudo llegar a ser el primer orador de su generación…» 

¿Qué dicen los textos oficiales que se dan a conocer a los jóvenes? Que Ortiz Guerrero era un «poeta romántico» que robaba velas del cementerio, que escribió un soneto al dorso de un billete de 50 pesos que le envió una dama…, que como poeta, pobre y leproso «su mejor poema fue su vida». Nunca se les habló (a los jóvenes) del poeta revolucionario que acompañaba las luchas de los estudiantes, que aborrecía las injusticias y las inmoralidades, ni del poeta indigenista, ni del poeta reivindicador del idioma nacional; nunca se nos dijo que Ortiz Guerrero fue el que le dio a la cultura paraguaya el formidable envión que volvería posible pensarla en el mismo rango de lo respetado como universal.

Hasta la llegada de la generación de Manú, la historia nacional había quedado atrapada en los trágicos meandros dejado por los aliados de la Triple Alianza. Entre los escombros agonizaba el sentimiento paraguayo con su pasada gloria. Pero con la aparición de Ortiz Guerrero y de su grupo de jóvenes amigos la música, el teatro, la literatura y el sentimiento de amor a la nación renacerían y se robustecerían. Gracias a su impacto, desde entonces el lenguaje poético mutaría su carga de endebles idealizaciones por otra de más acentuado realismo y solidez telúrica.

catalobogado@gmail.com

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