Olga Blinder y el Arte Moderno en Paraguay

Con el nombre de “Antología retrospectiva, 1950-1990” se acaba de inaugurar una muestra de la artista Olga Blinder en la Casa Castelví de la Manzana de la Rivera donde puede ser visitada todos los días. A continuación se incluye el texto de la crítica de arte Luly Codas incluido en el catálogo que acompaña a esta muestra.

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Considerado el acontecimiento más importante del Arte Moderno -cuando el siglo se puso cabeza abajo- fue la destrucción del todo. La disolución de la unidad y la llegada de lo asimétrico al arte y la cultura significó la emancipación de la “disonancia”. La intención apuntaba a profundizar el alcance del significado, definitiva razón de ser de la condición simbólica del arte, mediante la ruptura con los sistemas de limitaciones tradicionales que encasillaban las posibilidades significativas de la plástica clásica, esencialmente equilibrada y armónica.

La obra pictórica de Olga Blinder se fue configurando en este periodo de grandes alteraciones, en un medio donde la vanguardia artística tuvo que desactivar reglas que entonces parecían inmutables, cercadas por letanías académicas con frases hechas casi sin emoción y frente a una limitada capacidad receptiva intransigente y conservadora del espectador local. Era la etapa de los años 50 cuando la irrupción del nuevo arte intenta marchar al ritmo del tiempo moderno, una necesidad estética latente impulsaba al artista a experimentar con formas eminentemente “pictóricas”, vislumbrando una nueva fase semántica donde el encuentro entre naturalidad y artificialidad hallaría un justo diálogo.

Este es el momento rescatado en la presente antología, visualizando cómo se articula la práctica simbólica en una época dada y cómo ella intuye la recepción de los periodos anteriores y la transmisión de la misma a épocas futuras. El “interregno” en la expresión plástica de esos años fue el momento de la incubación del Arte Moderno en Paraguay y de su paradójica prolongación que se dio en llamar Posmodernidad. La insurrección de la década del 50 trajo aparejado el juego al cambio del ambiente productor del arte, el reemplazo de los códigos existentes y los valores considerados absolutos fueron en realidad relativos a un conjunto de circunstancias ambientales, culturales o históricas.

Olga Blinder realiza su primera exposición individual en 1952, (“Mesa pobre”, “La compra”, ”La calesita”). El hecho notable de esta muestra es el catálogo que la acompaña, con comentarios críticos de Josefina Plá y Joao Rossi en los que se habla con énfasis acerca de los nuevos gustos estéticos del “nuevo arte que sólo puede ser hecho hoy, reflejo del hombre contemporáneo”. por primera vez en nuestro medio una expresión reflexivo-literaria acompaña a una expresión plástica. La Crítica de Arte, debate intelectual sobre las artes plásticas, estaba naciendo en Paraguay.

Al poco tiempo, la pintura de Olga nos muestra versiones -tardías y filtradas por la “geometría sensible” de versión brasileña o rioplatense- de algunos de los “ismos” europeos (“Paisaje cubista”, “Flores amarillas”). La artista para entonces ya había recibido -a través de las enseñanzas de Ofelia Echagüe Vera primero y de Joao Rossi más tarde- ese “algo diferente”, aquel “fluido vibrante” que señalaba los dos nuevos caminos de la plástica contemporánea; hacia lo formal uno, el otro hacia lo expresivo.

La nueva semántica había arribado con la llegada de las corrientes modernizadoras, renovados impulsos “rupturistas” alentaban a nuestros artistas; más que una necesidad estética parecía una premura por estar a la moda y recuperar el tiempo perdido. Se confundía entonces en el vocabulario artístico las expresiones de un arte realista naturalista dominado todavía por el principio de “mimesis”, ficción imitativa de la realidad de influencia italianizante; ecos de posimpresionismo; aperturas tardías al cubismo y expresionismo de comienzos de siglo y aplicaciones demoradas de cierta geometrización del “art decó”, sumadas a las primeras apariciones del expresionismo de la nueva figuración (neo-figuración).

La exposición de 1954 del Grupo Arte Nuevo salió a buscar (desde las vidrieras de la calle Palma) y se enfrentó a un público desconcertado para quien de pronto se hacía difícil el disfrute del arte. Josefina Plá, Lilí Del Mónico, José Laterza Parodi y Olga Blinder compartían entonces la obsesión por aprehender la escurridiza originalidad del arte contemporáneo sin perder la propia identidad y acceder de este modo a las “diferentes bellezas del arte” (“Mujer de los cántaros”, “Maternidad”) quebrantando las apariencias en busca de la verdad.
Es indicativo de ese momento de propuestas impares, alguna confusión e inseguridad del creador respecto a que su trabajo represente o traduzca con eficiencia la propia época. Pero la aventura pictórica estaba en marcha, el arte nuevo -”introversión desesperada en busca de lo inmutable y lo perenne”- ya se había lanzado en pro de reivindicaciones espirituales (“Pareja triste”, “Los novios”).

Las obras de las décadas del 60/70 nos muestran ya el imaginario plástico de Olga en estrecha alianza con el arte contemporáneo. Formas expresamente pictóricas, factura vigorosa y rica calidad física de la materia se conjugan en la búsqueda insistente del “hecho formal”, del “signo expresivo” y sus posteriores autonomías. La artista va definiendo su temperamento y su curiosidad intelectual cerca de Josefina Plá y afinando la práctica artística en los talleres de grabado de Livio Abramo (llegado a Paraguay en 1956); Josefina le proporcionaba el sustento teórico para afirmar en su obra los nuevos argumentos y requerimientos del arte moderno, Livio le indicaba las técnicas necesarias para el dominio de las formas tendientes a enriquecer y equilibrar contenidos (“Inútil espera”, “Mujer”, “Sy”).

Es entonces cuando sus composiciones se cargan de intensidad y calidad en la propuesta, un pincel áspero cambia el color y la materia se agolpa en texturas sugerentes (“La sombrilla”). En estos años Olga trabaja en la serie de grabados en madera (xilografías) un expresionismo propio de la nueva figuración que acusa la sensibilidad extrema de la artista ante los problemas sociales y políticos de su pueblo (“Hombre triste”, “Los torturados”) y a la condición humana “perdida en la arena del desierto de su historia”. Una mirada centrada y sosegada colma sus narraciones pi tóricas de fuerza y expresividad (“Cómo los miramos”).

Así se van afianzando las investigaciones formales en las técnicas diversas (dibujo, pintura, grabado, técnicas mixtas, impresiones múltiples) explorando trayectos diversos, paralelos a veces, cruzados o superpuestos, otras. En 1967 Olga sorprende con su serie de pinturas sobre soportes recortados (“Señoritas”, “Dicen que...”, “Carisma”), se evidencia en ellas el empreño de la creadora en las investigaciones y búsquedas riesgosas que la mueven desde el inicio de su carrera y que la muestran no en la simple búsqueda de prestigio cultural sino en el trabajo constante para consolidar su lenguaje visual y tratar de resolver los problemas que presenta el arte de vanguardia: aquellos que se acercan por medio de la abstracción al nuevo teorema acerca del espacio y la geometría, el retorno a la espiritualidad en la búsqueda dentro de sí mismo, la poética del puro impacto visual y la línea de preocupación lingüística o analítica/conceptual. Las series de los “Homenajes: a Antonin Artaud, Josefina Plá o Joseph Albers” y la serie de los “papeles rotos”, son obras comprometedoras y anunciadoras de momentos muy importantes en el arte paraguayo.

De estas variadas experiencias -”pequeños laboratorios clandestinos”- de rescate de sus propias imágenes o de las fortuitas que se despiertan al azar de alguna mancha o línea casual, surge “El proceso de la mancha (Homenaje a Batlle Planas)” serie que también se suma a los discursos que investigan cualquier posibilidad expresiva. A esta serie de aventuras creativas pertenece además el montaje presentado en el 78 en la muestra de ”Arte catastrófico” y que denominó “Señorita sin pies ni cabeza” y que hoy se instala para recibir al espectador.

En todos estos años de quehacer artístico, Olga Blinder se ha acercado al destino diverso del arte contemporáneo. Su trabajo tiene el mérito valiosísimo de marchar constantemente al encuentro de la forma propia y la preocupación inalterable, como el cariño y el tiempo dedicado a la docencia, de transmitir sin escamoteos ese proceso. Con su obra ha recorrido los grandes apartados del arte moderno: la Figuración (Figuración deformante, Neo-Figuración) y la Abstracción (Abstracción lírica, geometrizante) hasta diversos abordajes a lo conceptual; pero siempre, “permanentemente asomada a los balcones del mundo humano”, siempre solidaria a la condición humana.

Siguiendo este destino, construye el escenario donde montará sus figuras metafóricas, simbólicas o fantásticas; en ellas “dejará sus huellas, sus ademanes, sus ascensiones cósmicas y sus precipitaciones infernales: porque lo vello no es sino el comienzo de lo terrible”.
Y por fin, austera y reflexiva en su preocupación por la renovación de la estructura plástica, expresiva y espiritual en su acercamiento al hombre como sujeto y ser social, Olga Blinder ha llegado a colmar, de manera muy sensible “el foso que existe entre conciencia y emoción”.

El arte del siglo XX, delirante y palabrero, dio el gran paso hacia la vida, quizá en el siglo XXI lo veamos disolverse tontamente en ella.


Luly Codas
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