#NoTeCalles: La necesidad de la revuelta

La lucha por conseguir espacios de autonomía frente al poder, de trasparencia frente a sus arbitrariedades y de igualdad frente a sus privilegios nos concierne a todos. Si hoy es la Universidad, mañana deberá ser todo aquel lugar en el que impere una hegemonía injusta, de cualquier índole, en Paraguay y en cualquier lugar del mundo.

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Esta reflexión se titula #NoTeCalles, en vez de #UNANoTeCalles, porque trata de aquellos aspectos del movimiento estudiantil iniciado en Paraguay hace un año que no conciernen (solo) al ámbito estudiantil. Trata, en pocas palabras, del espíritu, el valor y la necesidad de la revuelta.

Con perdón por la obviedad, no cabe hablar de democracia sin democratización de recursos y oportunidades, proceso del cual las universidades tienen que ser parte; mientras no lo sean, tienen que ser espacios de conflicto. La administración de las universidades es parte fundamental del ejercicio del poder político, y el análisis de los procesos de dominación en una sociedad y la identificación de los grupos que la ejercen no puede soslayar la relación entre la Universidad, esos grupos y el Estado, y menos en un país como Paraguay, en el cual, como ahora se hace especialmente visible, la Universidad Nacional de Asunción (UNA) es un enclave tradicional de grupos hegemónicos, al menos, desde el estronismo.

Al mismo tiempo, la transformación de la Universidad exige una comprensión más amplia de su papel como espacio de producción y reproducción de ideas dentro del conjunto de la vida nacional, un espacio en el cual, mediante el trabajo académico, se transmiten lecturas tanto de la propia institución como de la sociedad en su conjunto, lecturas que deben ser siempre libremente debatidas. Hay, pues, en suma, un tácito compromiso de la Universidad con el país, y del país con la Universidad.

Fuera del delicado tema de los aspectos más específicamente académicos y administrativos de las actuales reivindicaciones estudiantiles en Paraguay, quiero rescatar otra cosa: el espíritu de la protesta contra una universidad «que no es para los pobres», para citar las felices palabras dichas por algunos estudiantes en sus manifestaciones, porque su sentido, es, creo, de más vasto y generoso alcance; es decir, creo que esas palabras, a la vez que manifiestan una toma de consciencia de que la actividad intelectual no puede ser controlada por una clase, un partido, un gobierno ni un Estado, son también una protesta contra las viejas inequidades que, de modo más amplio, manchan este país y afectan a muchos, estudiantes y no estudiantes.

La lucha por conseguir espacios de autonomía frente al poder, de trasparencia frente a sus arbitrariedades y de igualdad frente a sus privilegios no concierne solo a los estudiantes, aunque en este momento asuma objetivos concretos que parezcan concernirles solo a ellos, a los ojos de muchos o, si se quiere, a primera vista. Si hoy es la Universidad Nacional de Asunción, mañana deberá ser todo aquel lugar en el que impere una hegemonía injusta, de cualquier índole, en Paraguay y en cualquier lugar del mundo. Puede sonar tonto lo que digo, pero por una parte, por algo se empieza; y, por otra, pasarte la vida sin mover un dedo por nada ni por nadie tampoco es muy inteligente, en mi opinión –aunque muchos crean que lo es–.

El movimiento estudiantil #UNANoTeCalles consiguió conquistas tempranas e importantes cuando en septiembre del 2015 detonó la revuelta que ha dado inicio a procesos de cambio aún en curso dentro de la Universidad Nacional de Asunción, institución que, nacida por iniciativa de José Segundo Decoud, cumplió 127 años de vida el mes pasado, el 24 de septiembre, en medio de reclamos estudiantiles de reforma de sus estatutos. El año pasado, la movilización logró la renuncia del entonces rector Enrique Froilán Peralta –vinculado con el, por llamarlo de algún modo, polémico senador colorado Juan Carlos Galaverna, el cual, según declaraciones de los alumnos, aún tiene tentáculos en esta universidad–, bajo denuncias de nepotismo y de diversos manejos irregulares de la misma índole, y también las de otras autoridades académicas, por los mismos motivos. La revuelta se extendió desde los primeros meses a las filiales del interior. Como es sabido, recientemente los estudiantes de varias facultades han vuelto a manifestarse al no ver cumplidas, según sus declaraciones, varias de las reformas reclamadas.

De la actual revuelta universitaria creo que es preciso rescatar y respaldar varios puntos: el deseo de lograr una organización libre de las ataduras de los intereses privados que la controlan desde las estructuras de poder heredadas principalmente del estronismo; el deseo de un acceso realmente equitativo para todos los paraguayos (no, jamás voy a escribir «y las paraguayas») mediante estatutos afines a las necesidades reales de las personas con menos recursos económicos; y, en relación con estos dos puntos, y más directamente con el segundo, la necesidad de contrarrestar los mecanismos de exclusión socioeconómica que tradicionalmente han limitado el acceso a la formación terciaria en este país, primero, y, lo más importante, la necesidad de contrarrestar esos mecanismos de manera no restringida ya al ámbito académico ni al de esta institución en particular, sino con un alcance universal, en todas partes.

Por sí solos, los movimientos estudiantiles no necesariamente tienen alcances interesantes; no, cuando menos, tan interesantes. Ahí está, si no, para recordárnoslo, aquel Mayo del 68 en el que la imaginación nunca llegó al poder. Los estudiantes –pese a toda la mitología romántica que idealiza ese sector desde la izquierda y la derecha–, como señaló Hobsbawm retrospectivamente en su Historia del siglo XX (1994), por desgracia no eran, sensu stricto, revolucionarios, y el movimiento «de los trabajadores fue mucho más significativo que el gran estallido de descontento estudiantil», aunque «los estudiantes proporcionasen a los medios de comunicación de masas un material mucho más dramático» (op. cit., p. 288). Es precisamente por ello, y no pese a ello, que escribo este artículo.

Las formas de actuación de los movimientos estudiantiles desde el siglo XX dentro de los campus son de todos conocidas –sentadas, encierros, «juicios», acampadas, ocupaciones, huelgas etcétera–, y fuera de los campus, en las calles, cuando llegan a darse, también lo son –manifestaciones, relámpago o maratónicas, pacíficas o derivadas en enfrentamientos con la policía, conferencias, debates, marchas, etcétera–. Creo que es importante, en los casos en los que la lucha salga a las calles, y a condición de que sostenga y manifieste clara e inequívocamente el espíritu señalado en los pocos pero vitales puntos arriba expuestos, que todos, estudiantes o profesores, o ni lo uno ni lo otro, afines al ámbito académico o del todo ajenos a él, estemos listos para apoyar ese movimiento. Lo creo por una razón que, desde luego, no es sino una postura personal, que me atrevo a exponer aquí: en Paraguay, el poder, tradicional, históricamente, ha actuado, y sigue actuando, con tanta frecuencia de modo tan impune, y en medio de tanta indiferencia y pasividad ante sus excesos, que esta sociedad, hoy, parece envenenada por la idea espantosa de que toda lucha, por lo que sea, que no concierna a la propia conveniencia personal, es, por definición, estúpida y vana; es más, de que incluso todo gesto espontáneo de independencia u orgullo –en el buen sentido (a esto me refiero: a que es necesario añadir «en el buen sentido» cada vez que se pronuncia la palabra «orgullo» en nuestro país)–, en cualquier aspecto de la vida laboral y cotidiana es una muestra de altanería y una especie de desafío, y de que toda persona que «ose», aunque sea ocasionalmente, dar más valor a su dignidad que a su propio interés material es, si no rematadamente tonta, «loca» y «desubicada» –y, frecuentemente, en vez de respeto, genera desaprobación–, porque el poder siempre ha hecho todo lo que ha querido y frente a eso nunca se ha podido y, por lo tanto, nunca se podrá, hacer absolutamente nada: en síntesis, porque «Así nomás luego es».

Por ese clima fatalista, desalentador y engañoso que se respira minuto a minuto en nuestro medio la revuelta estudiantil en Paraguay es una oportunidad capaz de exceder –aclaro que sin menospreciarlo– su ámbito específico, el universitario; por eso creo que será poderosa en la medida en que sepamos hacer de ella un levantamiento, no ya (solamente) contra los manejos irregulares de las autoridades académicas, sino contra los de toda autoridad, y, ante todo, una revuelta contra nuestra propia inercia, la única cosa en este mundo que permite que todas las arbitrariedades sean cometidas.

Bibliografía:

Eric Hobsbawm: Age of Extremes. The Short Twentieth Century, 1914 -1991, 2ª edición en inglés, Londres, Abacus, 1995, 627 pp. (Primera edición en español: Historia del siglo XX, Trad. J. Faci, J. Ainaud y C. Castells, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, Col. Crítica, 1998, 612 pp.)

montserrat.alvarez@abc.com.py

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