Nostalgias de Semana Santa

El calendario cristiano que aún regulaba la rutina de nuestro pretérito imperfecto consumó esa unión del cine y la Semana Santa que alimenta la nostalgia de Gustavo Reinoso en este artículo.

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Al joven lector le resultará extraño este artículo sumario, incompleto y arbitrario sobre un tiempo sin internet, streaming ni televisión por cable, edad obscura en la que la ociosidad sedienta de entretenimiento audiovisual y doméstico se aplacaba con uno o a lo sumo dos canales de televisión, mundo perdido que los veteranos de mediana edad compartiremos mientras no prevalezcan las brumas del olvido, contra las que hoy esgrimo épicos recuerdos.

Al arribar Semana Santa, la televisión, entonces férreamente confesional, colmaba días y horas de películas bíblicas, las mismas año tras año, superproducciones de la edad de oro hollywoodense. Quien no alcanzaba alturas de misticismo cristiano, no lograba huir a tiempo a la campaña o al extranjero ni encontraba oportunidad de extraviarse en las barajas, el alcohol o el ejercicio discreto pero metódico de la lujuria, caía bombardeado por filmes inspirados en el Antiguo y el Nuevo Testamento que brotaban del tubo de rayos catódicos más próximo. Despedimos Semana Santa con estas líneas sobre aquel género fílmico hoy, salvo esporádicas resurrecciones, arrinconado por el abandono y las telenovelas brasileñas producidas por los televangelistas de la RecordTV, culpables del programa Pare de Sufrir.

La Ley de Moisés

Al inicio del cine existieron precursores que filmaron episodios religiosos. Sin embargo, el fundador del género y el que lo dotó de rasgos perdurables fue Cecil B. De Mille. De ascendencia judía por línea materna y de padre cristiano episcopal practicante, creció en un hogar que conjugaba la afición por la literatura y la dramaturgia con un cristianismo protestante y norteamericano. Fue actor, director y productor en Broadway; comenzó dirigiendo comedias ligeras y dramas ambientados en el lejano oeste. En 1923 estrenó Los diez mandamientos, filme en que la historia moderna de dos hermanos judíos y su diferente actitud ante los preceptos morales establecidos en los diez mandamientos es precedida por un prólogo de 45 minutos sobre el libro del Éxodo, hasta el episodio de la adoración del Becerro de Oro, prólogo que, filmado con profusión de esclavos israelitas y soldados egipcios en escenografías grandiosas con vestuario deslumbrante, fijó la pauta, en pleno cine mudo, de superproducciones futuras. Cuatro años más tarde, con Rey de Reyes llevó la historia de Jesucristo al cine con vanguardismo tecnológico. Las escenas de la Resurrección se filmaron en tecnicolor en contrapunto a las de la pasión, dramáticas y dominadas por el claroscuro, disparidad que aún a casi cien años impresiona al espectador.

En los años dorados del cinemascope, el tecnicolor y la filmografía histórico épica, De Mille concibió una nueva versión de Los diez mandamientos. Estrenada en 1956, se filmó en escenarios reales de Egipto y la península del Sinaí y en monumentales escenografías de estudio, con Charlton Heston (Moisés) y Yul Brynner (Ramsés) en un memorable tour de force acompañados por estrellas como E. G. Robinson, Vincent Price, John Carradine y Anne Baxter. La separación de las aguas del Mar Rojo para el paso de los hebreos, el fin del milagro, que ahoga a las huestes egipcias, forman parte de la memoria visual colectiva. Elmer Berstein es el responsable de una música pletórica de triunfales fanfarrias y grandilocuencia sonora por medio de una potente orquestación. Sus casi cuatro horas de duración no le impidieron ser un éxito de taquilla y hasta hace poco una fija televisiva en varios países en Semana Santa a esta, la última y más rentable realización de De Mille, joya del pasado forjada en cinta fílmica, cinemascope y tecnicolor.

Una visión diferente de la misma historia es la coproducción anglo-italiana de 1974 Moisés el legislador, originalmente miniserie de seis horas para televisión, editada simultáneamente para el cine con 141 minutos de extensión. Sobresale por la escenografía y el vestuario, que pierden colorido y sofisticación pero ganan en rigor histórico. Concepción influenciada, casi con seguridad, por el gran filme polaco Pharaon, de 1966, dirigido por Jerzy Kawalerowicz.

Moisés el legislador, con Burt Lancaster en el papel principal e Irene Papas, Anthony Quinn e Ingrid Tullin en el reparto, nos muestra un Moisés angustiado por las dudas ante la misión que el designio divino le señala. Yahvé, por su parte, es un Dios riguroso, inconmovible en sus decisiones y férreo en el castigo. La dirigió Gianfranco Bossio, sobre guion de Anthony Burgess. Ennio Morriconne combinó elementos de música pop y voces corales en una banda sonora sugerente y emotiva.

Érase una vez en Roma

La Metro Goldwyn Mayer estrenó el día de Navidad de 1951 Quo Vadis, ambientada en el reinado de Nerón, con Robert Taylor, Deborah Kerr, Peter Ustinov y Leo Genn. Cinta lujosa y plagada de inexactitudes históricas en el mobiliario, el vestuario y un extenso etcétera, trata del amor entre un militar romano y una joven cristiana. Pero dos secundarios, a fuerza de notables actuaciones, se roban las cámaras: Peter Ustinov, que compone un Nerón de infinita megalomanía, y Leo Genn como Petronio, personificación del cortesano astuto y adulador. Ambiciosa producción en cinemascope y tecnicolor con música profusa en trompetas triunfales, ritmos marciales y melodías dóciles con aires eslavos de Miklos Rozsa, fue nominada a varios Oscar, entre ellos al mejor actor de reparto para Ustinov, pero no ganó ninguno. La dirigió Mervyn Leroy.

Ese versátil director que fue William Wyler dirigió para la Metro en 1959 el paradigma máximo hasta hoy de la superproducción histórico-religiosa, Ben Hur, célebre por sus once Oscar, cantidad no superada por ninguna cinta hasta ahora, pero igualada por Titanic y El Señor de los Anillos: El retorno del Rey. El millón de dólares de la época que se gastó solo en escenografía, sus diez mil extras, las secuencias de la carrera de cuadrigas, que marcó un hito en las escenas de acción, y la disputa legal entre los coautores del guion, son páginas coloridas de un capítulo ineludible de la historia del cine. Charlton Heston encarna a Juda Ben Hur, aristócrata judío próximo a los ocupantes coloniales romanos en la Palestina del siglo I. El relato lo lleva a prisión, a la esclavitud, a la libertad y finalmente a enfrentarse con su antiguo amigo romano Mesala, interpretado por el británico Stephen Boyd. Uno de los guionistas, Gore Vidal, afirmó mucho después que había escrito las escenas y diálogos entre ambos con un oculto sentido homoerótico, y que sugirió a Wylder que dirigiera la actuación de Boyd para que Mesala se comportase como «un amante despechado». La música de Miklos Rozsa se abisma en los mismos recursos utilizados en la partitura de Quo Vadis, y fue premiada por la academia de Hollywood.

Cine Mesiánico

De todas las producciones cinematográficas sobre la vida de Cristo que la televisión emitía, dos son especialmente memorables: La historia más grande jamás contada, de 1965, y Jesús de Nazaret, de 1977.

En la primera, amplios exteriores se complementan con una escenografía teatral que su vez armoniza con su concepción visual basada en la pintura religiosa europea, cuya simbología teológica impregna esta película rodada en los desiertos del suroeste norteamericano y cuya fotografía solapa el agreste paisaje con el relato. Max Von Sydow es un hierático mesías cuyo influjo marca a los personajes de Joanna Dunham (María Magdalena) y David MacCallum (Judas Iscariote), hondamente impresionados por sus palabras y acciones. En pequeños papeles o simples cameos aparecen varias estrellas; la más llamativa, John Wayne como el centurión romano que admite la divinidad de Cristo ante la crucifixión. Son notables las escenas de la resurrección de Lázaro y la ascensión de Jesús resucitado, transmutado en omnipotente Pantocrátor bizantino en celestial basílica.

Concebida como miniserie televisiva, la coproducción anglo-italiana de seis horas y veinte minutos Jesús de Nazaret es para muchos la versión audiovisual «definitiva» de los Evangelios. Dirigida por Franco Zefirelli, como en muchos trabajos suyos hay una minuciosa reconstrucción de época, especialmente en los interiores y el vestuario. Robert Powell interpretó notablemente a Cristo y encabezó una constelación de estrellas europeas y norteamericanas en la que sobresalen Rod Staiger como un inquisitivo Poncio Pilatos e Ian Holm como el personaje no bíblico Zerah. Se filmó en Marruecos y Túnez. Maurice Jarre compuso la emotiva música, alejada de las marchas triunfales al estilo de Rozsa y cuyo tono evocador, solemne, desarrolla sonoridades tomadas de temas tradicionales judíos y del Medio Oriente.

Intencionalmente he dejado fuera de este incompleto recuento visiones heterodoxas como el Jesús Superstar de Andrew Lloyd Weber o La última tentación de Cristo, de Scorsese, o humorísticas, como La Vida de Bryan, de los Monty Python; quizás exista la oportunidad en semanas santas futuras.

gustavoreinoso1973@gmail.com

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