Nos vemos ahí de pie, enfrente

Esta es una semana de gritos nacionalistas. Quienes defendemos la libertad de pensamiento y de expresión para todos no debemos dejar solo a nadie frente a tales amenazas y afrentas.

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«Solo el egoísmo tiene patria». Alphonse de Lamartine.

En 1957, en medio de una conferencia que estaba dictando, el historiador Benjamín Velilla se permitió criticar levemente la capacidad militar de Francisco Solano López. Al terminar, fue apresado y desterrado. Lo recuerda, en su ensayo de 1994 Temas del autoritarismo, Guido Rodríguez Alcalá. Que, por su parte, tuvo más suerte cuando publicó su primera novela, Caballero, en la cual critica la historia oficial sustentada por el autoritarismo, en 1986; en los últimos años de Stroessner había más libertad para criticar a los héroes de la patria sin sufrir amenazas. No se salvó la novela, eso sí, del repudio del diario gubernamental Patria, que en su edición del 28 de noviembre publicaba estas reflexiones: «Hay algunos (...) que escriben en forma irreverente sobre las grandes figuras de nuestra historia. El pretexto es reducir tales figuras a su nivel puramente humano (...). ¿Qué buscan con esta operación que consiste antes que nada en roer los mármoles sobre los cuales se asientan los arquetipos de nuestra patria y de la historia del Paraguay…?». Desde distintas gargantas, la voz del diario Patria –casi sin cambios, por cierto, de léxico ni de tono– ha vuelto desde el pasado que nunca se fue para azuzar esta semana pasiones violentas.

El lavado de cerebro fue parte del poder de Stroessner, a fuer de dictador que gobernó con apoyo civil: fue el suyo «un totalitarismo que prefería idiotizar a asesinar» (1). Sabido es que no rendir culto a Francia y los López –prescribe O’Leary: «reverenciar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de nuestra Trinidad Patriótica: al doctor Francia, al Patriarca de nuestro progreso y al Mártir de Cerro Corá» (2)– traía problemas durante la dictadura.

Quizá no sea tan sabido que los siguió trayendo después de la dictadura, si es que ha habido realmente un después –duda que esta semana parece razonable–. Ya depuesto Stroessner, el nuevo gobierno prohibió el estreno de una obra teatral, San Fernando, porque «faltaba al respeto al Mariscal López». Hubiéramos deseado ver en esa medida los últimos restos de un viejo régimen todavía cercano entonces en el tiempo y en proceso de superación, pero treinta años después las voces censoras del extinto diario Patria vuelven a gritar «Anathema sunt!» esta semana contra el autor de otra obra teatral, acusado también de mancillar con irreverencia los mármoles pútreos, digo patrios, y renovadas hordas de guardianes de los dogmas de la religión estatal por antonomasia –el nacionalismo– han salido del closet, o del sarcófago, para demostrar que el gobierno no necesita reprimir a los artistas puesto que ciudadanos de a pie como ellos están dispuestos a hacerlo.

Decía Gramsci, comentando un artículo de Benda, que el nacionalismo, esa idea de «que el espíritu es bueno en la medida en que adopta cierta manera colectiva de pensar, y malo en cuanto trata de individualizarse», no solo «ha tenido efectos desastrosos en la literatura (insinceridad)» sino que ha hecho «que la guerra, en lugar de ser simplemente política, se haya convertido en una guerra de almas nacionales, con caracteres de profundidad pasional y ferocidad». Esa ferocidad en Paraguay es particularmente sanguinaria. Ideología intransigente, el nacionalismo rechaza toda postura crítica, y en este país ese rechazo nunca es tan sincero como cuando se vocifera en insultos y amenazas. A un virulento espectáculo de insultos y amenazas nacionalistas tenemos el dudoso placer de asistir esta semana debido a que un actor y guionista paraguayo ha cometido el delito de anunciar el estreno de la obra de teatro por él dirigida Las locuras del Mariscal. El solo título, y las irreverentes imágenes de los afiches –ingeniosos y atractivos, por cierto–, han desatado el infierno.

El nacionalismo no solo ha sido y es útil al orden establecido en Paraguay, sino también en muchas otras partes. En la URSS, por ejemplo, favoreció la concentración de poder según el modelo del estado-nación, y con la creencia impuesta de la «unidad nacional» debilitó la conciencia de los antagonismos de clase, que sí es una conciencia revolucionaria. Fuera del caso puntual y peculiar de los movimientos independentistas, en especial durante el siglo XIX, el nacionalismo ha favorecido generalmente el statu quo y estancado procesos de cambio otrora promisorios. El nacionalismo ha sido y es útil para distorsionar la realidad con mitos supremacistas y xenófobos. Para censurar críticas, disidencias, pensamiento, creación, arte. Para reprimir, prohibir y amedrentar. Para despojar a las personas de libertad de opinión y expresión, de autonomía intelectual, de impulsos fraternales más generosos y grandes que los prescritos por los estrechos márgenes del estado. Para apelar a las bajas pasiones de la muchedumbre. Para autorizarla a desatar sus peores instintos contra otros en nombre de los cultos oficiales consagrados por la ideología dominante. «Solo el egoísmo tiene patria; la fraternidad, no», escribió Alphonse de Lamartine.

Esta es una semana ruidosa, de gritos nacionalistas. «¿Dónde está el ministro de Defensa?», «¡No se usa el teatro para ensuciar la imagen de los supremos héroes de nuestra patria!», «¡Esto no es arte, es burla! ¡El arte no se censura, esto sí!», «¡El presidente de la República debe actuar para detener esta persecución a la sacrosanta figura del Mariscal López!», «Deben ser despojados de la Nacionalidad Paraguaya los legionarios de ayer y hoy», «Hay que darle palo», «¡No dejemos que un idiota hdp se burle de los héroes que defendieron nuestra patria con su sangre!», «¡Payaso ignorante, sangre sucia, apátrida!», «Sin duda por sus venas corre sangre de los enemigos del Paraguay», «Te ganaste un San Fernando por burlarte de nuestros héroes, pedazo de excremento», «Vamos a ir a quemar el teatro con los legionarios y vendepatria adentro», «Juro que cualquier día vas a amanecer en una cuneta, legionario de m…; no es joda», «Hay que echar de nuestro país a estos pelotudos de m…», «Vamos todos los patriotas paraguayos a escrachar a este puto payaso inmundo en el estreno de su m… el jueves», «Escrache el jueves, todos los paraguayos de bien vamos a enseñarle historia al payaso traidor, viva el Mariscal López, Héroe Máximo de la República del Paraguay»…

A menos que se pretenda imponer –lo peor no suele ser imposible– otras definiciones de «democracia» y de «cultura», el Ministerio de Cultura de un gobierno democrático debería proteger la producción artística y garantizar la libertad de pensamiento.

Fuera de eso, hay algo seguro: los habitantes de este país que queremos esa libertad, y que la queremos para todos, no debemos jamás dejar sola frente a tales amenazas y afrentas a ninguna persona. La obra se estrena este jueves a las 20:00 horas en la sala Molière de la Alianza Francesa (Mcal. Estigarribia 1.039). Nos vemos ahí de pie, enfrente.

Notas

(1) Juan O’Leary: «Una carta al Presidente», El País, 21 de mayo de 1959.

(2) Guido Rodríguez Alcalá, Ideología autoritaria, Asunción, Servilibro, 2007.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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