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Lisandro Cardozo (Asunción, 1954) combina sus facetas musicales, pictóricas y literarias, como amante de la cultura que es. Está siendo importante su labor como presidente de la Sociedad de Escritores del Paraguay en estos momentos. Pero ante todo es un creador o un intérprete de la realidad. No debemos olvidar que también participó en el Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero entre 1977 y 1989, sin el que no se entendería la evolución de las letras paraguayas en la actualidad, puesto que fue vivero de autores de primera línea como Amanda Pedrozo, Moncho Azuaga, Victorio Suárez, Mario Rubén Álvarez y Ricardo de la Vega, entre otros, desde su compromiso con su sociedad y la búsqueda de un conocimiento literario más arraigado.
En el año 2005 publicó su Diccionario de las Artes Visuales del Paraguay. El libro es un instrumento fundamental para quien desee acercarse a un conocimiento general de los artistas del país. Importante trabajo puesto que ofrece al detalle la información necesaria acerca de los autores y sus tendencias, junto a galerías, museos, críticos y publicaciones. Trata sobre el desarrollo, según el autor “dispar” en su historia, de disciplinas como la pintura, el dibujo, la fotografía o el grabado, hasta llegar a las más modernas, como la caricatura, con un prólogo que resume perfectamente el panorama. La obra es imprescindible para quienes, siendo simples aficionados a la materia, necesitamos un conocimiento concreto, y la consultamos al considerarlo un libro necesario, por lo que va más allá de ser un instrumento: es un universo colectivo, una muestra de todo el arte del país.
Si en 1992 publicó Poemas de fin de siglo, años más tarde nos dio a conocer su colección de cuentos Noche de pesca y otros cuentos, relanzado en 2008 por Servilibro. La obra se compone de veinticuatro relatos, sin una ordenación precisa con excepción del que la cierra: “Último viaje”. Si hay una manera de definir el conjunto común de estas narraciones es el de “muestra misteriosa del Paraguay profundo”. Augusto Casola, en su prólogo, las divide en sociales, fantásticas y fantástico-sociales. Aun estando de acuerdo con su clasificación, el libro ofrece una unidad estilística y temática, no argumental, alrededor de circunstancias generadas y producidas por las gentes más escondidas del país, generalmente. Cardozo no olvida su interés por lo social, por la reivindicación igualitarista y la defensa de las clases más bajas del país, manifestada en sus localizaciones y en sus personajes, sobre todo de barrios populares asuncenos como La Chacarita, Varadero o Barrio Obrero, simplemente mostrando la situación en un escenario, sin intervenir el narrador como actante, salvo en los desenlaces.
Sin duda, parte de su experiencia personal: de la anécdota argumental vivida o conocida. A partir de ella desarrolla la historia hasta dejarla en un desenlace desde la causalidad de las situaciones. Desde la realidad a lo literario; de la experiencia a la ficción. Por ello, son los personajes el alimento de la obra, casi todos dibujados con un mismo trazo, el de la realidad, para confeccionar un cuadro global de ese Paraguay profundo que apenas se aprecia desde la vida actual. Unas vidas turbias entre una física y una metafísica más turbias aún por inextricables.
El relato que da título al libro, “Noche de pesca”, es un ejemplo del método descriptivo del autor. Ambienta la escena hasta convertirla en enigmática: el agua y el viento son un marco esencial, y sin ellos la ambientación no estaría conseguida. Este relato posee un final surrealista; podríamos bautizarlo como “cortazariano”, porque la acción así lo exige. Hay una consecuencia de los actos misteriosos con él, y esa causalidad es una característica común de los relatos de Cardozo; historias que son segmentos con un principio y un final que se pueden unir hasta formar un círculo en cuyo interior hay mucha sustancia sobre el ser humano.
Personajes para los que el crimen por venganza está justificado, como Fidencio en “Dos cápsulas vacías”, un relato en el que lo fantástico y lo real se unen, ya que –como dijo Borges– la línea entre ambos planos es débil. Lo inexplicable es un medio de resolución del relato, sin acudir al horror: simplemente justifica un desenlace. En ocasiones nace del puro capricho material, como en “El Cartonero”, o del guiño a la muerte, como en “El entierro”. El hecho alejado de la vida penetra en una venganza concreta, como en el citado “Dos cápsulas vacías” o en “El anuncio”. En otras ocasiones es el sueño el que ayuda en las decisiones, como en “El Fotógrafo”; excelente relato ubicado en la asuncena plaza Uruguaya, donde se cimenta el dilema entre lo material y lo pasional. Son las relaciones personales lo importante en el relato y sin ellas no podríamos hallar sentido a lo fantástico.
Ese burdel de Varadero de “Guaraca”, con la misteriosa desaparición de Rubén, ofrece el mismo olor del bar de “Anotaciones cotidianas”, donde asoma el tema de la dictadura y sus pyrague. Esta misma penetración en la delación durante la dictadura es motivo de reflexión de “La renuncia”. La misma represión que percibimos en el penal de Tacumbú, en “El cantador se llamó a silencio”. O la mentalidad de Isaac Nivaclé, en “Vale de Cantina”, explotado ahora por los memnonitas, a quien finalmente la cerveza le produce la distorsión de la realidad. En primer plano encontramos problemas recientes del Paraguay, como la represión del poder, la explotación del indígena, la adopción ilegal de niños en “Puertas cerradas”, los peajeros de “Mita’i bandido”, la emigración a Buenos Aires en “La casa de enfrente”, o la recogida de los vertederos de basura en “Las moscas domésticas”. Son los que hemos conocido como trágicos, tanto por quienes vivimos en el extranjero como por los ciudadanos del país. Cardozo en ningún momento desea apartarse de la realidad de su tierra, aunque lo irracional y lo enigmático le permitan resolver sus relatos.
No olvida el autor a las mujeres en sus relatos. Como actantes de las situaciones dentro de una sociedad en la que el machismo violento y la rígida moral son costumbres. El enigma de “Del Rosario Sacristía” nos introduce en una historia de mestizaje paraguayo-brasileño, con ese quinto misterio esparcido por el viento. La protagonista y su madre, tras la tragedia del hijo Juanito, camino a la venganza en “Elodia, camino del infierno”, acuden al crimen sin resolver ante la situación adversa. Pero no olvidemos que hay relatos puramente fantásticos como “La llave en la puerta”, “La obsesión” o “La cortina”, un relato perfecto en el que una anciana tía prepara la sala de la casa para recibir al marido cuando vuelva de la guerra, con remembranzas a la homérica historia de Ulises, pero que por la discreción con que hace su tarea, acaba siendo descubierta por su sobrino, cuidador de la granja. Y a pesar de la gravedad, el autor no descarta acudir en ocasiones a la ironía y al ingenio, como en el desenlace de “Último viaje”, con ese Miguel sucumbido en la paradoja.
Como expresa Augusto Casola en el prólogo, los relatos de Cardozo “encierran una exigencia tácita para el lector quien debe leerlos sin prisa, saboreando el contenido que conduce a cada punto final”. Realmente es así: son obras para degustar, a pesar de la dureza expresionista de algunas situaciones, y examinar pausadamente. Unas lecturas estimulantes que dibujan historias aparentemente frágiles por el origen social bajo de sus personajes, pero dotadas de una significación profunda. Porque son historias del Paraguay profundo del que fue y es testigo el autor, aunque se hallen en la mejor tradición del cuento fantástico y social latinoamericano. Ahora cabe esperar su tan anunciada novela.
Editor: Alcibiades González Delvalle - alcibiades@abc.com.py
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