«No mal armados salieron a enfrentar a los portugueses»

Una de las consecuencias del Tratado de 1750 firmado por España y Portugal fue que la prisa de los diferentes grupos interesados en que los siete pueblos de las reducciones fueran desocupados resquebrajó el orden que los misioneros habían introducido en los territorios bajo su jurisdicción.

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La prisa de los diferentes grupos interesados en que los siete pueblos de las reducciones se desocupasen para que pudieran entrar en ellos los portugueses a raíz del Tratado de 1750 firmado entre las coronas de Lisboa y Madrid produjo no solo un ambiente de mucha tensión sino además el resquebrajamiento del orden y la disciplina que habían logrado introducir los padres misioneros en todos los pueblos bajo su jurisdicción. Algunos pueblos aceptaron mudarse a otros parajes pero siempre dentro del dominio de España, mientras que otros se negaron, obstinadamente, a abandonarlos, alegando que allí habían vivido ellos y sus antepasados por más de siglo y medio y allí estaban enterrados sus padres, sus abuelos y aún más.

El padre comisario había fijado el 3 de noviembre como fecha definitiva para comenzar la mudanza. Era una situación complicada, ya que significaba que más de treinta mil indígenas debían iniciar el camino al exilio, acompañados de sus hijos pequeños, de los ancianos y también de sus animales que eran indispensables para su sustento.

«El día 16 de octubre llegó a Santo Tomé el cura de San Lorenzo y el día 18 el de San Luis con su corregidor a decirle al padre comisario que sus dos pueblos estaban en mudarse, no obstante a resistencia de los otros, y que sin falta empezarían su mudanza el día que se les había señalado; bien que en esta puntualidad tuvo después de parte de los luisistas su más y su menos. Y el día 22 hubo una gran novedad con que vinieron a su pueblo los indios de San Borja, por decir que vinieron con una gran mentira. Habían estos ido a acabar de determinar el sitio en que habían de empezar a fabricar su nuevo pueblo en la tierra del Queguay [río actualmente en el departamento de Paysandú, Uruguay, que desemboca en el río de este mismo nombre] medias entre el Ibicui y Buenos Aires; y volvieron de este viaje con la patraña de que les había dicho uno que venía de Buenos Aires que ya no era menester mudanzas de pueblos; porque había llegado noticia de España, de que en nuestra corte, conocido el engaño de los portugueses, se había deshecho el tratado de canjes; y citaban como autor de esta su mentira al hermano coadjutor que sabían que había de venir de Buenos Aires para ayudar a mudar los ganados, quien decían que se lo había dicho, y venía navegando Uruguay arriba. Mas como no se componía bien el hermano viniese a las misiones, y estaba pedido y aún señalado para ellas, con que hubiese llegado de España tal noticia; pues con ella hubiera el dicho hermano suspendido su viaje; se conoció claramente la poca gana que tenía de mudarse al Queguay ni a otra ninguna parte de los borjistas, aunque tenían algo menos razón para repugnarlo que todos los demás; así porque el paraje estaba casi en sus mismas tierras, como porque estaba muy cerca de su estancia, y no tan lejos de la del Yapeyú, como convenía, y sus dueños quisieran. Y cuando todo este atractivo de tanta cercanía a las dos estancias (que para el indio es un poderoso atractivo) no les quitaba totalmente la desgana de mudarse, bien se podía colegir que era grande” (1).

“Para que esta con el tiempo no se les aumentase, el día 24 llamó el padre comisario al cura del dicho pueblo de San Borja y le mandó que luego y en persona saliese con 150 indios y fuese al referido paraje del Queguay a hacer ranchos o viviendas de prestado, y a empezar a poblar con ellos el tal paraje. Y así se ejecutó el día 25. El mismo día 24 llegaron a Santo Tomé el padre cura de San Juan y el de Santo Ángel y refirieron ambos al padre comisario cómo los indios del Ángel habían quemado las carretillas que ya tenían hechas para su transmigración; y que una gran tropa de ellos de suyo, y no mal armados, se había encaminado a pelear contra los portugueses, que sus espías le habían dicho, o ellos se recelaban, que venían del Brasil por los Pinares a apoderarse de su dicho pueblo del Ángel, y de los otros seis que con tantas ansias como prisas pretendían» (2).

«El día 25 en que empezaba su mudanza San Borja, llegaron también a Santo Tomé a llamamiento del padre comisario los padres curas de San Luis y San Nicolás. Y el 26 llegó de Buenos Aires embarcado el hermano que citaban los borjistas por autor de su ficción, la que luego se desvaneció. Porque aseguró dicho hermano que ni tal cosa había oído y mucho menos dicho, ni aún siquiera había visto a tales indios borjistas. Mas ellos según la cuenta vieron desde tierra la embarcación en que iba el hermano, y eso les bastó para fingir y después lo que deseaban, que el dicho hermano o la gente que con él venía, les dijese, aún sin haberlos visto, ni este ni aquel. Después de todo esto, como el padre comisario aún conocía muy poco lo que son los indios, no mostró quedar del todo satisfecho de que o el hermano o la gente que lo traía no les hubiesen dado a los borjistas algún fundamento para su mentira; aunque en la realidad no se les había dado ninguno. Mas en esta materia de entregar y prontitud de ellas, o era o se mostraba el padre tan receloso de todo, que le bastaba cualquier cosa para mostrar que la tenía por indicio de que se le quería retardar algo, o dificultar la evacuación de los pueblos; y no parecía sino que o había venido de España imbuido de los mismos recelos que los comisarios reales, o que se le habían pegado de ellos en la navegación los pensamientos con que desde abril habían venido preocupados tan vivos que desde su llegada a Buenos Aires o no podían o no querían disimularlos, y cuanta dificultades se le representábamos para no poderse hacer tan buenamente la evacuación de los pueblos, como querían, parecía que las tenían por otras tantas excusas o oposiciones a la absoluta entrega de dichos pueblos» (3).

«Llegó en fin el día 3 de noviembre señalado para la mudanza, y con él una carta del cura de San Miguel, con que segunda vez y más instantaneamente que la primera, le proponía al padre comisario aquel cura afirmándole con juramento sacerdotal, que peligraba en la tardanza su vida, y tanto que acaso no podría aguardar la respuesta en el pueblo, por los alborotos que contra él y la mudanza se había vuelto allí a levantar. Respondióle el padre comisario que luego saliese de dicho pueblo y se pusiese a salvo; la cual respuesta le llegó después de haber salido, y estando ya en el pueblo de San Lorenzo. Después de él salió también huyendo del mismo peligro el corregidor y algún otro que mostraba ser del parecer de los padres y les ayudaba, o a lo menos les obedecía en el punto de mudanza. Y esta salida del cura fue cuando le quitaron la vida al mozo que le ayudó a ponerse en salvo, y no como por yerro dicen» (4).

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibid.

3. Ibid.

4. Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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