Música sin piel

Murió en la indigencia. Tenía por todo mueble, en su ranchito con techo de paja, una cama con trama de tientos de cuero. También tenía un cántaro y un sapo rojo como mascota. Y un arpa con cuerdas de liña de pescar como testimonio de su paso por el mundo. Y un talento agreste, espontáneo, con el que iba por los bailes «arpillera yeré», las calesitas y los circos pobres de carpas parchadas y equilibristas suicidas que a veces pasaban por los pueblos. O, bajo los mangales, para los amigos, tocaba las dos o tres composiciones que le pedía la gente. Eso le permitía comer, y ahogar sus penas en alcohol de quemar con jugo de pomelo. Cuando falleció de cirrosis, en medio de la colecta para pagar su féretro de cuarta, un conocido suyo afirmó que tenía más de trescientas obras en la cabeza, que tocaba cuando estaba solo, tomando su fuerte bebida, o reunido con gente de confianza. Que incluso tenía una ópera dedicada a su valle. No llegó a difundirlas y todas se perdieron en la nada. No lo aceptaban porque no lo conocían, y viceversa. Dura vida y dura muerte que resumen el contexto del cancionero popular.

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UN HOMBRE SIN PIEL

O yo no recuerdo de qué pueblo era aquel arpista, o el compositor e investigador Óscar Nelson Karin Safuán García jamás me lo contó. Pero aquello marcó a fuego su sensibilidad de «hombre sin piel», como se definía cuando hablaba de la música y el país y su gente. Fue uno de los motivos de la creación del género musical de la avanzada: la necesidad de ir hacia adelante sin dejar vacíos culturales, como burbujas, en el tiempo. Una necesidad artística de varias generaciones que no pudieron decir lo suyo. Que tuvieron que archivarlo en los cajones del olvido o llevárselo a la otra dimensión, con la conciencia intranquila de no haber logrado nada, porque no los dejaron, y se recluyeron en los círculos de su propia soledad. Un camino que ya ha causado daños irreparables a la música paraguaya.

ETERNO INCOMPRENDIDO

Cuando Safuán presentó el fruto de sus investigaciones en una histórica reunión en los salones de la sociedad de Autores Paraguayos Asociados (APA), la mayoría de los presentes, entre ellos connotados exponentes de la cultura, le dieron la espalda. Don Mauricio Cardozo Ocampo, el respetado «pychãi» de nuestro folclore, fue uno de los pocos que pidió que se lo escuchara, y, si se pudiera, que se lo apoyara. Lo mismo ocurrió en las entonces ricas jornadas de exposición y debates de una de las ediciones del Festival del Lago Ypacaraí. De a poco, los presentes se fueron retirando, unos discretos, otros con estrépito, dejando solo, escribiendo signos en el aire, a Safuán. El padre de una de las más importantes corrientes de renovación después del Nuevo Cancionero estaba ahí, hablando para nadie. Tiza en mano y una pizarra llena de pentagramas y notas nuevas que, según sus detractores, iban a destruir la esencia de nuestra música. «Ombyaipáta la ñane música ko tipo», dijeron. Su carácter analítico le generaba adversarios, pero eso robustecía su personalidad, como opinaba alguien que lo conoció y lo supo un eterno incomprendido por sus ideas revolucionarias.

En aquel Primer Festival de la Avanzada, en el entonces Cine Teatro Guaraní de nuestra capital, tuvimos la suerte de estar entre los presentadores y lograr entender medianamente el sentido de esa función gracias a la férrea disciplina que impuso Óscar. El espectáculo tuvo una precisión de máquina de relojería. Dijo que la avanzada, generada allá por los años setenta en la modesta y asfixiante residencia que compartía con otros exiliados del arte en São Paulo, Brasil, no era sino la fusión de la polca paraguaya y la guarania. Con influencias de corrientes igualmente innovadoras, como la bossa nova brasileña. «Es un ritmo que, si bien nace de la polca y la guarania, tiene, como el niño, luz propia», decía el autor.

VIAJAR SIN SALIR DE CASA

En ruedas de guitarras, en bares de suburbios, en rondas de vasos de cerveza compartidos, Safuán solía decir que él en realidad nunca había salido del San Estanislao en que nació el día de la primavera de 1943. Todos sus temas tienen el sol, la gente a caballo, con pistola y cuchillo al cinto, y las bellas mujeres de su valle. Siguió siempre caminando por sus calles de tierra y soportando el viento norte loco de su pueblo. «No me fui nunca; aunque recorrí miles de quilómetros, no me moví un centímetro de mi país», remataba el inefable Karin. Quería y admiraba todo «lo paraguayo». Pese a su larga permanencia en tierras brasileñas, a las que viajó por vez primera en 1970, integrando Los Tres soles, siempre conservó las costumbres campechanas, el culto a la amistad, el respeto a los padres. Aunque el «portuñol» era una urgencia práctica de comunicación, su guaraní impecable se nota en la letra de algunas de sus canciones.

En ocasión de presentar un espacio televisivo con nosotros, y con Rolando Ojeda como cantante, aparte de deslumbrar interpretando, a su manera, clásicos de nuestro cancionero popular –que después salieron en formato cedé con el sello de Industrias Fonográficas (IFSA)–, hizo un fantástico despliegue de su propio repertorio: su primera composición, «Tema paraguayo» (1973), «Avanzada», «Badí bada» (1978), «Panambí hû» (1984), «Dos guitarras» (1985), entre otras piezas.

Introducir instrumentos electrónicos le valió en su momento el rechazo y el desprecio de los sectores cerrados y tradicionalistas. «La intención es buscar la contemporaneidad de la música popular paraguaya», explicaba, fumando su enésimo cigarrillo, llenando de humo su universo. Hablaba de su gran afinidad de ideas con gente como el arpista Luis Bordón, también radicado en Brasil, con quien compuso «El arpa y la danza de mi tierra», infaltable ahora en la coreografía de las academias, los festivales de baile, las escuelas, y cortina musical de numerosos programas de radio y televisión. Y de su veneración por las obras de Agustín Pío Barrios, «Mangoré», de José Asunción Flores, de Félix Pérez Cardozo y de su amigo Herminio Giménez.

LOS PARAGUAYOS PODEMOS

Tuvo impacto en él el canto susurrado, intimista, de la bossa nova, con sus reminiscencias de la samba, pero tan elaborado y afín al jazz y la música erudita. Citaba a autores e intérpretes como Jobim, Vinicius, João Gilberto, Caetano Veloso, entre otros, en su misma línea anticonvencional. Dicen que le dijo al arpista Papi Galán, en la mencionada piecita compartida, que si ellos podían crear un género propio, también los paraguayos podíamos hacerlo, y con más razón en nuestro país, donde tanta falta hay de renovación. De paso, vale la pena citar que Safuán tuvo que ver con el cambio y el ascenso de un estilo hasta entonces marginal y subvalorado, la música sertaneja (del campo, del interior). Incluso escribió un libro que es la biblia de los seguidores del popular género, A verdadera historia a música sertaneja, impreso en Brasil en el 2004. Óscar Safuán es respetado por eso en Brasil, y creó, a través de arreglos, exitosos dúos, como Chitaozinho y Xororó, César y Paulinho, Chico Rey Paraná o Millonario y José Rico, entre otros.

WORLD MUSIC

En aquel espacio de televisión, que, con alto costo, él mismo produjo, manifestó que en los años setenta comenzó a profundizar sus investigaciones sobre la crítica situación de la música paraguaya. Como una forma de paliar aquello, trabajó en la base de una seria propuesta de proyección, con las combinaciones rítmicas y melódicas, basada en la fusión. Estaban presentes nuestros géneros tradicionales y lo que es hoy casi una obligación, lo que fluye en el aire actual, la world music, sonido global y expresión musical contemporánea. Si bien world music es una etiqueta comercial acuñada recién en los ochenta, ya Safuán percibía entonces, con intuición admirable, lo que en estos tiempos es moneda corriente.

LAS CARTAS INCENDIARIAS

Solía visitar, fumando su cigarrillo, la redacción de un diario en cuya área de espectáculos trabajábamos, para publicar las encendidas cartas al pueblo paraguayo que tanta polvareda levantaron y tantos dolores de cabeza causaron, y que eran producto de la inquietud sin límites de alguien, decía otro amigo, «siempre dispuesto a generar acciones con sentido reflexivo». Abordaba la defensa inclaudicable de nuestra música y nuestro idioma. Lo mismo en la publicación de la serie Ñemomarandu, o en las breves biografías de los grandes creadores de nuestra música y poesía, destinadas fundamentalmente a los jóvenes, que propaló por diversos medios.

En estos tiempos en que se habla del vaciamiento cultural en nuestra música y de los peligros de la globalización mientras los peces grandes se tragan sin asco a los pequeños, en estos tiempos de reiteración vacía de valores gastados, de culto a la nostalgia («la mente museo») y de miedo enfermizo a recorrer caminos nuevos, vale la pena mantener viva la tarea de Oscar Nelson Safuán y su Avanzada. Han surgido compositores que encuadran, contra viento y marea, sus producciones creativas en tal molde: tanto pesa, incluso en un país de memoria frágil, el aporte de Óscar Nelson Safuán. De vuelta en São Paulo –a la que viajó por primera vez antes de los veinte años, cuando tocaba la guitarra de oído–, nos dejó terrenalmente el lunes 28 de mayo del 2007 a consecuencia de un cáncer de pulmón contra el cual luchó a brazo partido. «Me iré fumando un último cigarro», solía bromear. No tuvo tiempo de darnos el nombre del lugar en el que encontró a aquel arpista prodigioso que se fue con cientos de obras inéditas en la cabeza tras haberse pasado la vida repitiendo las dos piezas que le pedía la gente y de las que nunca se puso librar. Con lo que marcó al creador de la Avanzada y pudo haber sido, tal vez, uno de sus motores. Superar la impotencia de cuantos no pudieron ni pueden renovarse porque no los dejan o no los quieren entender, dejar por fin atrás ese miedo ancestral a lo desconocido.

jpastoriza.2008@gmail.com

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