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Por supuesto que su relación con el Paraguay no se restringió a su tesis, sino que fue coordinadora de conferencia y jornadas, de compilaciones y artículos sobre la literatura paraguaya. De hecho, Mar Langa fue la responsable del capítulo sobre historia de la literatura paraguaya en la obra Historia del Paraguay, publicada por la editorial Taurus en el 2010 y que ya va por su quinta reedición.
Sin embargo, acá estamos presentando un libro de historia, aunque nuestra autora lo niegue: “Cabe advertir —señala en su introducción— que este no es un libro de historia”. Pero es mentira. Y no solo porque su objeto de estudio sea el papel de la mujer española en la conquista de estas tierras rioplatenses y paraguayas, sino —y fundamentalmente— porque en su obra se logra ese diálogo entre el pasado y el presente, que es lo que define a la disciplina histórica. Un diálogo que, de más está decir, apunta a un futuro.
Pero antes de entrar en disquisiciones historiográficas, internémonos en Mujeres de armas tomar.
Mar Langa, tras presentar la visión tradicional de la conquista en donde solo se mencionan a varones, y solo a algunos, se plantea la necesidad de “subsanar” en este relato la ausencia de la presencia femenina. Es consciente que no solo se habla muy poco de la mujer española, sino que las mujeres indígenas quedaron en el recuerdo como “amantes o delatoras”, que ni se hablan de las mujeres criollas y que las mujeres esclavizadas ni aparecen.
De todas ellas no se ha de ocupar en este libro, sino que plantea “acercarse y ocuparse solo de las españolas que vivieron en la llamada Provincia del Paraguay”. Del resto del universo femenino promete dedicarse en estudios posteriores, lo que también puede entenderse como una invitación a que otros investigadores se hagan cargo de la tarea.
Pero Mujeres de armas tomar no es solo una recopilación de los nombres y las historias de las mujeres que estuvieron presentes en la conquista. Tarea de ese estilo ya ha sido realizada por autoras como Olinda Massare, Josefina Plá y, últimamente, Mary Monte. Lo que se plantea es intentar responder el porqué estas voces fueron silenciadas, responder el porqué —a pesar de los estudios citados— se las sigue silenciando en nuestros relatos sobre la conquista.
Para poder comenzar a responder estas preguntas, se ve en la necesidad de adentrarse en La mujer en el siglo XVI. Con este título se abre la primera de las cuatro partes en que se divide el libro, y la más extensa. Inicia este capítulo desmitificando lo que se suele considerar como la ‘oscura’ Edad Media. Mar Langa nos muestra cómo en esos siglos las mujeres tenían un rol más importante que en el posterior Renacimiento.
Durante la Edad Media, por ejemplo, las mujeres tenían acceso a la universidad y a la enseñanza universitaria, incluso al desarrollo de la medicina. Estas actividades fueron prohibidas durante el Renacimiento.
La autora profundiza en cómo este nuevo rol de la mujer a partir del siglo XV fue siendo justificado por filósofos, teólogos, científicos y literatos. Todos varones, claro. Seudojustificaciones que desgraciadamente nos llegan hasta hoy.
Es en el Renacimiento en que se produce esa separación entre la vida privada y pública, y a la mujer le correspondió en esa división de esferas la privada. Un espacio de obediencia y sometimiento al varón, sea padre, marido o tutor. La razón era sencilla: la mujer era inferior, tanto a nivel fisiológico —‘un macho deficitario’, como diría Santo Tomás— como intelectual. Su único rol era el reproductivo.
Desde la iconografía hasta la literatura se presenta y se da como natural lo que en Fray Luis de León se condensa con todo desparpajo: “No ha de ser las buenas mujeres callejeras, visitadoras y vagabundas, sino que han de amar mucho el retiro y se han de acostumbrar a estarse en casa”. No pensemos que solo los hombres de iglesia poseían esta clase de pensamientos. Un filósofo como Rousseau en su célebre Emilio, de fines del siglo XVIII, estipulaba: “Toda la educación de las mujeres debe referirse a los hombres”.
Mar Langa nos llama la atención también que esta comprensión de la mujer no se restringía solo a un sometimiento en la casa, sino que tenía consecuencias mucho más dantescas. La mujer era la principal sospechosa en todo caso de brujería. La relación era simple: el arte de la brujería proviene del deseo carnal, y este deseo en la mujer es insaciable. La autora señala que el 85 % de las personas acusadas por brujería fueron mujeres y que, por ejemplo, en 1513, solo en tres meses, fueron procesadas en Génova 5000 mujeres, 7000 en Trier y 1500 en Bamberg. Ser mujer no era tarea sencilla en esos tiempos, tampoco en los nuestros.
Con ironía, siempre presente en la obra por cierto, la autora reflexiona: “Puede parecer paradójico que el honor de toda la familia, cuya afrenta se pagaba con sangre, dependiera de un ser considerado tan imperfecto y lascivo como la mujer; pero así era”. Y al punto era así: la infidelidad femenina se pagaba con la vida.
Importante es destacar que Mar Langa no solo investiga en los escritos cristianos, sino también en los musulmanes y en el Talmud. Al mismo tiempo, pasa revista a la situación en que las mujeres de las minorías étnicas, judías y musulmanas, sufrían ese doble sometimiento: al interior de su cultura y sometidas —al igual que el resto de su comunidad— al Estado español.
La última parte de este primer capítulo la dedica la autora en señalar la existencia de mujeres que, a pesar de todas estas trabas, lograron superarlas, en cierta medida, y poder así descollar y contribuir al desarrollo colectivo de la sociedad.
La segunda parte del libro, pero siempre teniendo como marco la primera, ya se adentra en las Mujeres en la conquista y colonización americanas. En esta sección, se muestra claramente cómo las mujeres españoles estuvieron presentes en la conquista de América desde incluso los primeros viajes colombinos. No es fácil dilucidar su número, por muchos motivos. En primer lugar por la política cambiante de la corona española: a veces prohibiendo su paso, a veces incentivándolo. Además, con el imaginario vigente en esa época, no era infrecuente que ni aparecieran en los censos de embarques, donde solo figuraba el varón; o que los mismos cronistas se interesaran más por contar la cantidad de ganado que cruzaba el océano que el de las mujeres.
A pesar de estos bemoles, los datos actuales nos permiten asegurar que no menos que una tercera parte de los que dejaban España para América eran mujeres, y en muchos casos llegaban al 50 %. Sin embargo, hasta hoy en día, ese contingente femenino pareciera que no tuvo ninguna importancia para la historiografía general.
De más está decir que las mujeres que llegaron a América se toparon con una realidad diferente a la que dejaban, pero donde aún estaban en vigencia las mismas concepciones sobre el rol de la mujer, “su principal misión sería procrear y ejercer de esposas”.
De esta manera, pasamos a la tercera parte de la obra dedicada a las Españolas en las expediciones rioplatenses. Tan extensa como la primera, la autora va desmenuzando cada una de las expediciones que se realizaron a estas tierras en el siglo XVI.
Utiliza todas las fuentes a mano, fundamentalmente las del Archivo General de Indias, para ir rastreando la presencia femenina en las mismas y mostrar cómo esas mismas fuentes la silenciaba. Presencia de mujeres y, en especial, su rol dentro de la misma conquista, como sostenedoras de la misma.
Recupera también figuras emblemáticas o que las fuentes las convirtieron en tales como el caso de Lucía Miranda o la Maldonada.
Un apartado especial le merece Isabel de Guevera y la carta escrita por ella desde Asunción; una fuente invalorable para comprender el rol de la mujer en la conquista. Además, la carta en sí misma es una pieza literaria que nos pone en alerta sobre qué tipo de mujeres también viajaban en estos navíos que cruzaban el océano.
La expedición de Mencia de Calderón con sus cincuenta mujeres también se convierte en un tema de interés en esta sección, imposible de silenciar por la historiografía, aunque muchas veces presentado el caso como una mera ayuda sexual-marital para los necesitados conquistadores.
Que el mismo imaginario vigente en España se trasladó a América lo deja de manifiesto el asesinato de Elvira de Contreras a manos de su esposo Ruy Díaz de Melgarejo, quien sospechaba que Elvira anduviese en relaciones con el franciscano Hernán Carrillo. El celoso marido optó por lo sano y los asesinó a los dos.
Concluye esta tercera parte con las últimas de estas expediciones, la Ortiz de Zárate, donde arribaron a tierras paraguayas unas decenas de mujeres, entre ellas Francisca Jesusa de Bocanegra, a quien le cupo una labor destacada con la fundación de una Casa de Recogidas, la primera y la última hasta bien entrado el siglo XIX.
La cuarta y última sección es la más breve, pero no por eso la menos rica. Se trata justamente de analizar a las Expedicionarias al Río de la Plata en la literatura. Si bien como obras de ficción están más allá de los datos históricos, muchas veces, y precisamente por ello, dejan traslucir mucho más nítidamente lo que de ideología se esconde. Siempre que se tenga, claro está, un conocimiento de los datos disponibles para cada caso.
Félix de Azara —nos recuerda la autora— señalaba que “los conquistadores llevaron pocas o ninguna mujer al Paraguay”. Las casi quinientas páginas de este libro nos demuestra cuán equivocado estaba y también nos señala a qué se debía su equivocación.
Para concluir, quisiera retomar la cuestión historiográfica. Mar Langa, en su última sección, coquetea con esa y cito: “Idea posmoderna sobre la imposibilidad de conocer la verdad”. Es más, y cito nuevamente: “Si no hay una historia única, si la subjetividad de quien escribe resulta ineludible, la verdad es, fundamentalmente, ‘su verdad’, una de las muchas posibles”.
Por más linda música que estas frases pueda parecer al oído, este libro va por otro camino. Y lo deja más que claro con su última oración, en la que se plantea el rellanar las lagunas que aún tenemos sobre las mujeres indígenas, mestizas, afrodescendientes, y cito: “Para que la historia se acerque a la verdad. Porque ninguna historia puede merecer tal nombre si ignora a la mitad de quienes la forjaron”.
Creo que la verdad en la historia no se relaciona tanto con la subjetividad como con la ética. No tengo mi propia versión de los hechos, subjetiva, relativa, mi historia, una más dentro del cúmulo de historias. Lo que tengo es una comprensión del mundo y de lo que quiero de él y voy hacia atrás buscando preguntas y respuestas, para comprender el presente, para construir un futuro mejor.
Recuperar a la mujer en la historia no es una mera cuestión afectiva, de género o anecdótica. Recuperar a la mujer en la historia es urgente si queremos construir una sociedad con igualdad de derechos para todas y todos.
Aplicándolo a nuestro presente, el saber lo que pasó en Curuguaty no es un dilema historiográfico, sino político, es decir, ético.
Es más, seguir presentando la historia de los varones del Paraguay como LA historia del Paraguay tiene consecuencias no solo historiográficas, sino sociales, estructurales. Y es tan ridículo como ponerle de título a la obra de Mar Langa “Historia del Paraguay”.
Pero la historia de las mujeres no es tampoco igual a la historia de Isabel de Guevara, de Francisca Jesusa de Bocanegra, o de Leonor o Úrsula de Irala. Famosa es la poesía de Bertolt Brecht Preguntas de un obrero que lee:
… ¿En qué casas de la dorada Lima vivían los constructores?
¿Adónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la Muralla China?
… César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota fue hundida.
¿No lloró nadie más?
… Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.
Aunque suene paradójico, no aparecen mujeres en esta poesía brechtiana y a lo mejor habría que plantearse cuáles serían las preguntas que una OBRERA QUE LEE le haría a la historia.
Resumiendo: ni la historia es de solo varones ni de solo únicos líderes. Lo gobiernos autoritarios nos quieren presentar la historia como la de los grandes hombres, léase los grandes varones, porque de esa manera justifican y legitiman su autoritarismo. Muy bien lo comprendió el dictador Stroessner y desgraciadamente aún seguimos presos de esos relatos heroicos.
Mujeres de armas tomar es un gran aporte a nuestra historiografía porque nos permite incluso ir más allá de los nombres de las mujeres, para comprenderlas en su contexto. Nos sirve también para denunciar, ayer y hoy, la misoginia presente en nuestra sociedad y en nuestra historiografía. Nos ayuda sobre todo a tomar conciencia de la relación existente entre nuestro compromiso con la realidad y la comprensión historiográfica que desarrollamos.
Finalmente, y lo que no es un dato menor, nos manifiesta palmariamente que la buena historia no está en absoluto reñida con la buena escritura.
Leer esta obra de Mar Langa no es solo un placer historiográfico, sino también un goce estético.