Mr. Robot, penurias del outsider

Qué nos queda sino «hackear el universo completo, desencriptar el destino, dar enter a la revolución», escribe la poeta y filósofa anarquista Montserrat Álvarez acerca de esta serie protagonizada por Rami Malek (Elliot Anderson) y Christian Slater (Mr. Robot).

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Que el escritor y guionista Sam Esmail (Nueva Jersey, Estados Unidos, 1977) concibió la historia de Mr. Robot inicialmente como película y no como serie se sospecha cuando enumera sus influencias, entre las que predominan los largometrajes. Como Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) –«En Taxi Driver o cualquier película de Martin Scorsese», comenta en una entrevista con Vulture, «Nueva York está filmada de un modo que la hace muy parecida a la Nueva York que yo veo. Son imágenes con mucho ruido, es el inframundo, y Coney Island o el Lower East Side asombran porque resultan bellos en su fealdad»– o El Club de la Pelea (Fight Club, David Fincher, 1999), «grande en su espíritu antisistema», prosigue Esmail en la misma entrevista. «Al hablar de los hackers y su cultura, sería negligente olvidar la inspiración que brinda esta película, que reina en el tema. En espíritu, queremos esa misma sensación que Fight Club le dio a la gente. Hay algo audaz, emocionante y divertido en esa película aunque no deje de ser extremadamente política al mismo tiempo. Supo mostrar todos los defectos y todas las ventajas de nuestra sociedad de consumo» (Matthew Gilles: «Taxi Driver, Girls, and 7 Other Big Influences on Mr. Robot», en: Vulture, jueves 30 de julio del 2015).

Los episodios de la primera temporada de Mr. Robot comenzaron a ser emitidos en inglés el 24 de junio del 2015 por la cadena de televisión estadounidense USA Network. Luego de haber visto esa, y la segunda el año pasado, esperamos en octubre la tercera temporada de la paradójica doble vida de Elliot Anderson, administrador de sistemas de una empresa de seguridad cibernética durante el día, y durante la noche hacker justiciero que persigue online a organizaciones o individuos cuyas actividades merezcan ser descubiertas, expuestas, denunciadas: lo incorrecto es lo plausible; lo correcto, como algo proscrito, vergonzante, tiene que ser hecho en la clandestinidad. Afirmamos por ello que esta serie no es distópica, sino realista, casi prosaicamente realista. Evil Corp, Allsafe, fsociety, Mr. Robot, el complot, la textura siniestra del poder atomizado en cada esquina y casi en cada persona definen una sociedad perfectamente colonizada por el espíritu empresarial y en la que cualquier conato de verdadera individualidad es repudiado en masa. En el apagado mundo de Mr. Robot, en cuya paleta dominan los tonos fríos, solo hay colores algo más vivos cuando Elliot Anderson, en algunos episodios de la primera temporada, parece moverse, alucinado, entre el sueño y la vigilia, en un ambiente de indistinción entre lo «real» y lo ilusorio que es espejo de su confusión, y de la del espectador también. Confusión que remite al citado Club de la Pelea y que traduce un sinsentido que, por generalizado, desacredita y excede las inevitables explicaciones psicopatológicas.

La cámara rompe con las reglas de la composición fotográfica tradicional. En ocasiones, el enfoque centrado en una esquina deja, al otro lado, tanto vacío que se impone la sensación de que alguien o algo está a punto de aparecer intempestivamente para llenarlo y equilibrar la escena. Nada es claro; nada es cómodo; nada está bien. Por momentos, a la voz en off de Elliot la acompañan primeros planos de su rostro, lo cual podría corresponder a una especie de lógica clásica, que no se sostiene porque el encuadre deja partes «necesarias» de ese rostro fuera del espacio visible: es Elliot Anderson, así, el más desolado protagonista, tan fuera de lugar que ni siquiera ocupa el centro de su propio caos, caos tan sin salida como el mundo. Elliot no tiene el control de su propio relato, es decir, de su vida. Y lo único que le queda por hacer a cualquiera en su situación es invertirla, tomar el control de todo, hackear el universo completo, desencriptar el destino, dar enter a la revolución. Historia de extravío, locura, angustia y bronca, historia de hoy y propia, de aquí cerca y ahora mismo, la soledad y el enojo de Elliot Anderson son los nuestros, como nuestra es su insalvable distancia interior del mundo.

Distancia insalvable porque si algo hace visible Elliot Anderson es que, en una realidad que se ha vuelto ininteligible, y ante la cual, por ende, el entendimiento –o la cordura– colapsan en ocasiones, atravesar la locura puede ser el único modo de descubrirnos, de acercarnos a cumplir aquel antiguo imperativo del «Nosque te ipsum». Su soledad, por eso, es la de aquellos que, en medio de nuestros semejantes, escondemos el sabernos desemejantes, extraviados, forasteros, la de aquellos que callamos el desconcierto que nos produce el mundo para ahorrarnos conflictos, mísera rutina del miedo, invisibles penurias del outsider.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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