Monólogos de la vida

Voces cercanas y reales de personajes sin nombre confiesan en el secreto de los soliloquios íntimos sus miserias, ilusiones y fábulas cotidianas desde las penumbras anónimas de la casa, el dormitorio, la despensa, la peluquería del barrio…

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ME EMBARACÉ OTRA VEZ

Sí, me embaracé, y qué. En ocho meses ya estaré de vuelta como un figurín. Papá y mamá se enojaron mucho. Papá pateó los muebles, rompió una silla, tiró los platos y dijo que me iba a encerrar en el Neuropsiquiátrico porque tenía que estar loca para tener un segundo hijo sin casarme, pues ya había tenido uno de mi primer novio. No sé por qué lo que tanto escándalo. Esas actrices famosas tienen cuatro o cinco hijos de padres diferentes y nadie les dice nada. Bueno, yo no soy una actriz famosa pero quién sabe, como el cine paraguayo está teniendo éxito como en 7 cajas y Luna de cigarras, andá a saber, por ahí me hago protagonista o qué. Una amiga mía les conoce a Tana y a Maneglia, voy a hablar con ella.

Menos mal que Roberto dice que se va a hacer cargo de todo, que no me preocupe, que la diferencia de edad no importa. Con sus primeras canitas y sus cuarenta y cinco años, está muy churro. Yo ya tengo veintiuno, soy mayor de edad y sé lo que hago. No pude nomás estudiar nada aún. Mi primer hijo con Julián me impidió seguir una carrera porque tenía que cuidarlo. Ahora que ya tiene dos años y que podía dejarle con una niñera, me vengo a embarazar de nuevo. Qué le vamos a hacer. Aleluya, aleluya, dice mi abuelita porque ella es muy católica y dice que hay que agradecer a Dios por cualquier bebé. Como ya tengo el varoncito, espero que sea una nena.

Papá y mamá no me hablan. Mi hermanita menor me dice que soy una tarada, que si no me enseñaron en el colegio a usar preservativos o qué. Que todo el mundo sabe que es la mujer la que decide quedarse o no embarazada y que entonces cómo diablos me pasó esto. La verdad, no sé muy bien. Un día me descuidé, calculé mal la fecha, él me apuró todo mal y yo cedí. Qué importa, ya está. Roberto dice que por ahora no puede casarse. Que antes tiene que hacer todos los papeles para divorciarse de su señora y que eso lleva tiempo. Que le tenga paciencia. Que le tiene que explicar a su hija de dieciocho años lo que pasó y no se anima. No me queda otra. Tengo que ser paciente, muy paciente, y esperar.

Lo malo es que tenemos que vernos a las escondidas, como si fuéramos chiquilines que se escapan del colegio. Lo que pasa es que él no puede llegar a mi casa y yo no puedo ir a la suya. Joder. Pero le va a reconocer. Crea nomás una situación medio rara. Mi hijo Ramoncito lleva el apellido Ramírez, este bebé será Velázquez y mi apellido es Charotti. Qué ensalada. Ya me imagino los chimentos de la gente cuando los lleve al colegio. A todo esto, ¿quién pagará el colegio de los chicos? El papá de Ramoncito es un seco y apenas me pasa unos pesos de vez en cuando. Mi nuevo amor dice que no le sobra mucha plata porque su familia se lleva casi todo. Ay, no quiero ver la cara de papá cuando le pida que él pague las cuotas. Bueno, yo también puedo trabajar. Voy a esperar dos o tres años, hasta que los nenes sean grandecitos, y luego buscaré trabajo.

La vez pasada justo me encontré con Silvio, que fue un año compañero nuestro en el colegio, y él me dijo que me podía ayudar dándome trabajo en su productora. No sé qué es lo que produce, pero fue muy amable, me piropeó varias veces e insistió en que nos viéramos otra vez. Bueno, entonces yo no estaba embarazada. Quién sabe. A lo mejor cuando tenga mi hijo y recupere mi figurita le voy a visitar, tomaremos un café. Je, je. Con lo chusco que es no me va a ser difícil. No sé quién dijo por ahí que cuando una puerta se cierra, otras se abren. Soy muy joven aún, soy linda de cara, tengo un lindo cuerpo y allá vamos. Más tarde o más temprano, el éxito me espera.

SEÑORA RUBIA HACE NEGOCIOS

¡Ay, este Emilio no tiene remedio! Si me quedo en casa todo el día, me llama adicta a las telenovelas. Si voy al shopping de compras, me dice que soy una compradora compulsiva y que le estoy dejando en la calle porque reviento las tarjetas. Si me voy a merendar con mis amigas, le molesta porque dice que todas son unas urracas chismosas. Si le digo que me quiero ir al gym para cuidar mi silueta, oñembo celoso y me pregunta para quién lo que yo quiero ponerme cuerona.

Entonces, no hay nada que hacer. Este Emilio me tiene harta. No hay poronga que le venga. ¿Qué quiere que haga todo el día? Algo tengo que hacer. La vez pasada le dije que iba a estudiar italiano, no sé muy bien ni por qué; me gusta cómo suena el italiano, ¡parece tan romántico! Casi se volvió loco. Me empezó a acusar de que si yo le conozco a algún churro italiano o si no por qué se me cruzó por la cabeza estudiar eso. Conclusión: mi curso de italiano murió antes de nacer.

Entonces se me ocurrió que podía estudiar decoración de interiores y trabajar en eso. Es algo apropiado para una señora de bien: saber cómo hermosear la sala, qué tipo de muebles van bien en el quincho, cómo elegir las cortinas del dormitorio, etc. Me entusiasmé con la idea y le dije a Emilio. Para qué. Puso cara de gol en contra y me dijo que seguro que el profesor es algún arquitecto picaflor o maricón y que por eso no quería que yo fuera una más de su colección ni que tenga contacto con ningún muñeca quebrada que quién sabe qué cosa me podía contagiar. Chau decoración.

Después de mucho carburar, porque las rubias también pensamos y somos inteligentes, llegué a la conclusión de que lo mío es el marketing por redes sociales. Sí, vender por Internet. Con mi tarjeta Visa de oro podía comprar on line productos de Miami, traer por DHL y ofrecer aquí en mi Facebook y en mi cuenta de Twitter. La gente podría ver en su computadora o en su cel las hermosas cosas que traigo de Miami, comprarlas con su tarjeta y yo les envío por courier local. Ya está. Fantástico.

Contentísima, se lo dije a Emilio y se me vino un tsunami encima. Pero vos estás loca, cómo se te ocurre que vas a hacer negocios por Internet con tu tarjeta. Acaso no sabés que hay hackers por todos lados que se apoderan de los datos de tu tarjeta y entonces el día menos pensado te vas a encontrar con una deuda multimillonaria. Pero qué es lo que tenés en la cabeza en vez de cerebro. Tenés algún amiguito que vino de Harvard para darte estas ideas raras. Si fuese tan fácil hacer negocios por Internet, todos seríamos millonarios. Por qué no aterrizás, che.

Bueno, después de semejante café, ni mi tereré ya era rico. Me declaré en huelga mental y rechacé in limine, como dicen los abogados, cualquier idea de trabajo o negocio. Ahora voy a la peluquería, tomo sol en casa, meriendo con mis amigas y estoy aprendiendo a jugar canasta uruguaya. Me resulta un poco difícil porque, según me explicaron, tenés que acordarte de las cartas que salieron y si la canasta empieza en el número 7 llega hasta la K o si arriba empieza en 10 abajo llega hasta el 3 o el 4, no me acuerdo bien. En fin, este asunto de las cartas por lo menos me hace pasar el tiempo. Lo que me preocupa es que, como se juega por plata, siempre pierdo. No tengo suerte, ¿viste?

¿Y si me tiño el pelo de negro? A lo mejor cambia mi suerte. La verdad es que me pichan esos chistes de que las rubias somos unas tontas. Es una pavada. ¿Qué tiene que ver el color del pelo con la inteligencia? Nambré. Me voy a ir a lo de Rommy o qué. ¿Tendrá el tinte adecuado para cambiar mi look?

ilde@abc.com.py

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