Monólogos de la vida

Voces cercanas y reales de personajes sin nombre confiesan en el secreto de los soliloquios íntimos sus miserias, ilusiones y fábulas cotidianas desde la despensa, la peluquería, las penumbras anónimas del barrio…

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EL DESPENSERO TAMBIÉN SUEÑA

No desperdiciaré mi vida como hicieron papá y mamá: pasarte cuarenta años detrás de un mostrador. ¡Buenos días, señora Marcela! ¡Buenos días, don Julián! ¿En qué le puedo servir? Está haciendo calor, ¿verdad? No. Jamás. Para que después venga cualquier súper de coreano en el barrio y te robe todos tus clientes. Para más, ahora tenemos que conformarnos con vender un cuarto de azúcar, un mazo de perejil o medio litro de leche en sachet.

Esto no es vida. La vieja hace años que está en cama, siempre enferma, que su diabetes, que su presión alta, que su asma, que la mar en coche, pero que no le falte el chipa so’o a media mañana. Ya sé que es mi mamá y no tengo que hablar así de ella, pero… vení a casa a vivir un mes y después hablamos.

Al final, lekayá con sus 69 años es el que más labura. Se levanta a las cuatro de la mañana, prepara su mate o el cocido, agarra la camioneta y va al mercado a traer las verduras, frutas y mercaderías. Hacia las seis ya está de vuelta y abre la despensa, pero antes, claro, tiene que despertarme a mí para que le ayude con la descarga de las cosas, ponerlas en los estantes y sacar a la vereda los cajones vacíos de cerveza y gaseosa y los letreros de helados y minicarga de celulares.

A veces no puedo ni desayunar porque ya viene la gente y hay que atenderla. Lo que me fastidia es que cada vez te piden porciones más pequeñas; que un cuarto de esto, que medio kilo de aquello, que media docena, que dos bananas. Hasta la aspirina se vende ahora por unidad y la gaseosa viene en minibotellitas. Esto parecería normal, pero trabajás el doble y ganás menos. Un negocio de San Ambrosio.

Menos mal que a veces aparece alguien interesante. Ayer vino la hija de una nueva vecina. ¡Qué chúlina! Tendrá entre 16 y 18 años. Un ángel parecía. Pidió una leche light, una coca zero y un edulcorante. Se cuida la figura la tipa y no quiere rollitos. Vamos a ver si hoy aparece. Por las dudas, me lavé bien la cara, me afeité, me puse desodorante y mi nueva remera. Voy a hacerme el canchero y, quién sabe, por ahí le invito a comer piza el sábado o qué.

Este asunto de la libreta lo que me está por matar. Hay que eliminar esta cuestión de andar anotando lo que la gente lleva sin pagar, pese al letrero «Hoy no se fía, mañana sí»; lo mismo nomás la gente te dice que va a pagar el sábado o a fin de mes y, bueno, por no perder cliente, seguimos rayando. A veces la gente se muda de barrio y nos quedamos con el clavo. No son grandes sumas, pero te da rabia cuando la gente te toma del pelo.

A mis 32 años creo que ya tengo que tomar una decisión. Hace poco se abrió cerca de aquí una universidad que solo da clases los sábados por la tarde. Me voy a anotar ahí a estudiar derecho o qué. El problema va a ser a qué hora voy a estudiar. Dicen que para ser doctor tenés que saber todas las leyes y yo nunca fui bueno en las asignaturas leídas. Además, me parece medio raro eso de que se pueda seguir la facultad solo los sábados de tarde. Le voy a preguntar al Dr. Gómez cuando venga a comprar su ñoño de cerveza esta tardecita. Cuando tenga mi título de doctor, adiós mante despensa y voy a comenzar una vida de verdad. ¡Ha! Voy a ser un abogado famoso, voy a salir en la tele, tener una linda secretaria. ¡Ho, che ra’y!

Nde. Ahí viene el gordo cocacolero. A la pucha. Con lo gordo que está, apenas puede caminar y yo tengo que alzar los cajones vacíos y bajar los llenos. Voy a hacer rápido, no sea que aparezca por ahí y me vea la nueva princesita del barrio.

PELUQUERO ÑEMBO HOT COIFFURE

El gato me mira fijamente. De cerca, muy de cerca. Respira en mi cara. ¡A la pinta! Ahora siento las uñas del animal sobre mi pecho. ¡No! Las patas traseras arañan mi ombligo. ¿Qué está pasando? Nunca me gustaron los gatos, pero este me está asfixiando, ya parece un tigre. ¡Está abriendo la boca! ¡Hey, hey! ¿Qué, qué va a hacer? ¡Pi pup, pi pup! ¿Y ahora, qué? ¡Caramba! El despertador, estaba soñando. Qué soñando, ¡era una pesadilla, gato de morondanga!

Ay, tengo que apurarme. No hay tiempo para el café. La peluquería estará de sucia... Anoche terminamos tarde y yo estaba tan cansado que ya no quise limpiar nada.

Rápido. Bajando escaleras. Escoba, paletita, basurero, balde, agua, trapo de piso, repasador, desodorante de ambiente, split, limpiar espejos, sacudir cepillos, chequear tijeras, apilar bien revistas, pasar trapo húmedo a los sillones, ordenar los papeles del miniescritorio, probar si el secador funciona, la planchita en su lugar, el shampoo los tintes, la crema, la cajita de herramientas para cortes de uña, prender la tele, las luces están bien. A ver... Sí, ya puedo abrir.

No está nadie afuera esperando. Bien. Un cafecito. El celular, es Rolfi. Hola, cariño. ¿Cómo amaneciste? Qué bien. Y... esta noche a lo mejor podemos vernos un rato. No sé, querido. Todo depende de los clientes. No podés pues dejarle a la gente sin atenderle bien. Hum… sí, claro. Ay, no te pongas celoso. A mis 53 años, ya soy mayorcito. No voy a estar buscando pendejos por ahí. Pero no le hagas caso a Félix, a él le gusta hacer bromas. Te está tomando el pelo. Ay, querido, te compré un conjuntito que te va a encantar. Sí, te lo muestro hoy. Mirá, tengo que cortar, viene gente. Besitos, chau.

¡Buenos días Clau, cómo estás! ¿Qué hacemos hoy para dejarte más linda aún? Sí, podría ser. Aquí hay algunos mechoncitos que necesitan un poco de tinte para que el color de tu pelo sea perfecto. Es poca cosa, pero hay que cuidar los detalles, querida. La gente es muy chismosa y por cualquier pelito que parezca de color distinto, ya te bajan la caña. Este color rojizo púrpura que tenés me parece divino. Te deja tan sensual. Seguro que a tu maridito le ha de encantar. ¿No? ¿No te dice nada? Por eso yo no les comprendo a los maridos, en general. Son tan poco sensibles. Algunas de mis clientes me dicen que sus maridos se volvieron ciegos y mudos, nunca les dicen lo lindo que está su pelo, o su maquillaje, ni sus vestidos siquiera. Sí, la vida es muy injusta, querida.

Mirá, ahí llega Chantall. ¡Hola querida! ¡Qué bien se te ve! Sentate, pues, ya estoy contigo en un ratito. ¿No vieron anoche cómo terminó Tinelli? Ay, me quedé dormido. Y eso que estaba muy interesante. ¡Mamita, esos músculos del Matías Alé! ¡La espalda marcada y la cinturita de ese seguridad que ahora baila también! Sentí unos calores anoche... Lo que no sé es por qué Tinelli le da tanto espacio a la flacuchenta de la Canigia. Blanca como leche, nada por delante, nada por detrás, el pelo horrible, como si no hubiera hot coiffure en Buenos Aires, che. Ahora apareció la Sueca. Uy, esa sí que está una bomba. Está dura la competencia, chicas.

Pero yo les aseguro que no tenemos nada que envidiarles a las curepas. ¡Ustedes mismas podrían competir con éxito en cualquier Bailando, allá o acá. Claro, aquí va a ser mucho más fácil porque, aichiyáranga, muchas de las chicas de nuestro Bailando. No sé, no quiero hablar mal de lo que se hace en nuestro país, pero nada que ver. Ni siquiera bailarines buenos mozos tenemos. Y el conductor se pasa imitando a Tinelli. ¿Verdad Chantall, vos pensás lo mismo? Y sí, la única que salva el pastel es Larissa, tan linda, tan divina. La vez pasada estuvo un ratito acá, le acompañó a una su amiga. Ya está, Clau. Mirá, ¿cómo te ves ahora?

ilde@abc.com.py

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