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Su única novela publicada hasta ahora es Memorias de un muerto: El viaje sin retorno de Amado Bonpland. Su fecha de edición es 2010. En ella camina por la biografía de este personaje histórico: Aimée Bonpland, botánico y médico de La Rochelle (Francia), nacido en 1773, que decidió un día huir de la corte napoleónica de su país e incrustarse junto a Alexander von Humboldt por el Orinoco, hasta las tierras brasileñas, para acabar en Paraguay y en Corrientes, donde fallecería en 1858. Bonpland era uno de esos hombres hijos del XVIII, del Siglo de las Luces, iluminado por el racionalismo y el afán de descubrir novedades, que renuncia a una vida cómoda a cambio de la libertad representada por el viaje. No aspiraba más que a su propia gloria, no a la concedida por otros, y para eso eligió ser testigo de los momentos independentistas americanos, acordes a su filosofía política arraigada en su personalidad. Un hombre de su tiempo que supo encarnar esos ideales de su tiempo.
La novela de Courthès es una recreación inspirada en las varias biografías y documentos existentes sobre el personaje. Fidedigna pero, a su vez, alejada de lo puramente metódico. Con un orden lineal, pero siempre a expensas de la voluntad de personaje, que tantas y tantas veces impone su discurso personal al histórico de terceros. Así lo expresa tanto en los párrafos en cursiva extraídos de estos documentos, como de la “Biblio-disco-filmo-webo-grafía” situada detrás de la narración. Obviamente, buena parte de la inspiración procede del Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent, de A. Humboldt, escrita en 1809. Hace bien el autor en reconocer la deuda con estas fuentes y con personas como el maestro Julio Rafael Contreras, dado que ha sabido conjuntarlas desde su conocimiento para lograr un relato de las peripecias del personaje en América, en especial en el Cono Sur, bien detallado y puntillista. Sin duda, nuestro autor y amigo ha hecho un buen recorrido para subrayar que la libertad se conquista, se ansía y se obtiene por medio del deseo y la voluntad. Bonpland, por ello, representa algo más que el personaje viajero ilustrador de la naturaleza: es un ser enamorado de la vida en libertad, sin trabas ni cortapisas, cuyo mayor triunfo es el haber conseguido existir en cada momento de su trayectoria.
La novela es una narración bien estructurada. El cuerpo biográfico se sitúa entre dos monólogos reflexivos del propio Bonpland. Son los momentos estelares y más novelescos de la obra por su afán ilustrador de su psicología. Después de su lectura uno sale convencido de que era el personaje histórico quien hablaba; no un autor que ha retomado un discurso prestablecido. Ambos son las formas que esperamos de una novela histórica; aquellas en las que nace el personaje, se impone al autor y se convierte en ficción de algo sucedido en la realidad. El relato biográfico situado entre ambos monólogos es también narración del personaje, pero no alcanza la brillantez de sus reflexiones iniciales y finales. Es una sucesión comentada de los acontecimientos, lleno de sentimientos ante lo vivido. Bonpland se nos presenta como ser de carne y hueso: sus amoríos americanos lo humanizan y su contemplación de los momentos previos a las independencias nacionales refleja los testimonios de una época en su integridad. Peculiar es su relación con Elisa Lynch y el mariscal López, y su valoración como futuro estadista, junto a la fugaz imagen del recuerdo europeo que desatan Bonpland, por no citar de determinadas sugerencias y ambigüedades sobre estas figuras de la historia paraguaya. Estamos ante un dibujo en perspectiva subjetiva de una época, de ahí que el interés por el personaje se transforme en una atención a esos años convulsos en la narración de Eric Courthès.
Hay buena parte de deuda con Augusto Roa Bastos en el estilo narrativo del autor. En los exergos iniciales ya se aprecia la presencia del autor premio Cervantes en 1989. Sus aforismos y citas extraídas de sus obras son una mayoría entre las incluidas, hasta el punto de que pensamos si no hubiera sido mejor incluir solo las suyas. Ya no solamente se advierte temáticamente esta influencia en la ampliación narrativa de los sucesos de encarcelamiento de Bonpland por parte del Supremo Francia, sino también en el uso de un compilador de testimonios entre las palabras del protagonista, con la inclusión de textos originales en cursiva. Hay una deuda de admiración permanentemente. Casi con continuidad absoluta, se ilustran los conceptos con abundantes notas a pie de página, que, a mi juicio, deberían haberse convertido en notas al final de la novela, dado que entorpecen el fluir narrativo de la historia. Al lector no le queda más remedio que obviarlas si no desea perder el ritmo del discurso: una novela es una ficción ante todo, independientemente de su inspiración en las fuentes de la realidad, y cuando menos explicaciones técnicas y textuales se ofrezcan como nota a pie de página, será más novela y tendrá mayor beneplácito del lector. Y si este lector no obvia la mayor parte de las notas a pie de página de este trabajo, lo más probable es que no disfrute de las peripecias de Bonpland, salvo que para él sea más importante el conocimiento que la lectura literaria. Mi recomendación es que se lea de un tirón el discurso principal novelesco y, posteriormente, se analicen las notas a pie de página.
Bonpland narra en un lenguaje muy actual y vivo. En un registro que alterna lo coloquial y lo culto, con predominio de este último. Es uno de los logros de la novela, a pesar de algún leve error lingüístico (como el excesivo y gratuito uso de la forma arcaica “empero” o el del infinitivo “adherir” sin la forma reflexiva pronominal exigida en la página cuarenta y ocho, o la falta de algún régimen preposicional ordenado por la forma verbal). Está claro que Eric Courthès logra su propósito: despertar el interés por la figura de su personaje e ilustrar su biografía desde el planteamiento de la novela histórica, historia más ficción. Y con pasajes brillantes, sobre todo en el último capítulo, o en el planteamiento de las causas posibles de encarcelamiento en el Paraguay. A partir de ahora, no se entenderá la figura de Bonpland sin el trabajo de Courthès. Al fin y al cabo, la novela histórica permite adivinar el comportamiento humano de esas grandes figuras del pasado generalmente anquilosadas por la narración presuntamente objetiva. Nada mejor que la subjetividad como perspectiva, sin perder el sentido común histórico, para ilustrar a un hombre ilustre como Bonpland.
Me queda una duda: es tal la identificación del autor con el personaje que un servidor en algunos momentos no sabía si estaba leyendo la biografía del propio Eric Courthès o de Aimée Bonpland. Sobre todo en los pasajes paraguayos. ¿Las opiniones sobre el Paraguay son de Eric o de Bonpland? Queda pendiente como tema de debate, pero ya pendiente de una mesa redonda futura en Asunción.
29 de abril de 2013.
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