Melusina en Nueva Germania

Una nueva lectura, en la clave mitológica del bestiario medieval, del libro de narrativa Secreta tendencia, de la joven escritora paraguaya Aida Risso (Nueva Germania, San Pedro, 1970)

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MELUSINA POLIZONTE

La Mujer de cola de pez, la Mujer-serpiente, la Melusina medieval vino con las carabelas de Colón como una polizonte, «clandé», y arraigó en nuestras Américas del trópico. Tomó, por ejemplo, la forma del manatí amazónico. Y en el siglo XX, el siglo de la imagen (del Mundo), del celuloide, del nitrato de plata y hasta de la led y su antecesor, menos «cheto», el plasma, reencarnó en Isabel Sarli y sus interminables abluciones paraguayas en las pelis de Armando Bó (ese Jess Franco curepa) en los años sesenta. Luego, por la TV Manchete, en sus telenovelas de los ochenta (1986), tomó cuerpo en Maitê Proença (sobre todo en la impagable Dona Beija visionada por nuestras madres y sus fámulas en las siestas de Canal 13) refrescándose sempiternamente la cola inconstante en los lagos, cachoeiras, quedas y tajamares del gigantesco Brasil reducido a un imaginario y enterizo Pantanal para la ocasión. Y en los años 1996-1997, en Xica da Silva, Melusina afro fue perfilada otra vez por esa soñadora de melusinas que fue la Rede Manchete como la modelo perfecta de esclava ultraaseada y almidonada insinuando su deseo obsesivo, no de tocarse –hedonismo profano para ella, Rey-Serpiente–, sino de blanquearse la piel de esclava, de mutar de piel corroborando al mismo tiempo su esencia.

Aida Risso, autora de Secreta tendencia (Asunción, Ediciones de la Ura, 2014), ha hecho renacer una vez más a Melusina en Nueva Germania, ciudad natal de la autora.

(Y ciudad de las novias de Lugo, según un reportaje de Página 12; y ciudad que fuera fundada en el siglo XIX por el cuñado de Nietzsche –Friedrich, cuya hermana Elizabeth, por cierto, ya a comienzos del siglo XX, regresó a Paraguay para rematar la venta de esas tierras sampedranas, y en esas gestiones contactó con Viriato Díaz Pérez; quedan cartas entre ellos que sería interesante reeditar hoy–).

Secreta tendencia es un pequeño libro compuesto por veinte fragmentos o «mosaicos traslúcidos de curuvicada escritura», como dice ella en algún momento.

Me concentraré en el número 5.

¿QUÉ ES MELUSINA?

En este fragmento, el 5, aparece «la Melusina de Nueva Germania», podríamos decir, por metonimia juguetona. Este animal fabuloso es una criatura mitológica desde el momento en que la narración asume el «Todos», es decir, el nosotros, la primera persona del plural, para hablarnos del bicho.

¿Qué es, exactamente, Melusina? ¿Aún representaría la misoginia medieval (que hacía contrapeso a la novedad ideológica de la adoración de la mujer –esa dama del unicornio– introducida en los poemas provenzales)?

Los diversos seres acuáticos femeninos medievales, las ninfas, las ondinas, las melusinas, suelen seducir a los hombres con su canto (por ejemplo, la Lorelei del Rin). Y en ellas el deseo de contraer matrimonio con un hombre de la tierra, según las leyendas, obedece al anhelo de obtener un alma. Hoy podríamos leer ese deseo de alma como el deseo de reconocimiento, ciudadanía, etc.

Cabe observar aquí, ojo, que la cola de serpiente (característica de la Melusina en los bestiarios medievales) es el rabo de la eternidad (Fernando Arrabal dixit), y no necesariamente tan solo un recuerdo, un rasgo negativo, de la animalidad reptante.

En nuestro fragmento 5, al principio da la sensación de ser una sirena que está emergiendo de una piscina. Pero nunca se nos dice si la sirena es, quizás, una niña de la calle, repugnante y con labios leporinos, que arrastra mal sus piernas amputadas, y que por eso se desplaza, reptando como una Melusina, para mendigar.

Sabemos, no obstante, que obligan a la sirena a morar en la piscina, que no la dejan entrar a curtir el fuego del hogar; es un ser repulsivo para la familia, por ende.

Al mismo tiempo, nunca se nos refuerza ni se nos enfatiza de qué es metáfora esta sirena subtropical, ni tampoco si no se trata en realidad de un manatí mental o de la visión ilusoria producto de alguna clase de paranoia colectiva.

Acaso solo sea una niña sin tierra más de Paraguay.

La hacen laburar como profesora de natación. La tienen atornillada en la piscina porque es muy pobre y repugnante. La llaman «bicho», «sirena», porque es inaceptable su ingreso en la casa, etc.

Podemos creer, acaso, que la Melusina es un hijo bastardo, como el andrógino de Fanny y Alexander.

(¿Tal vez por eso será que no la echan de la casa, puesto que se trata, a fin de cuentas, de un pariente, de alguien de la misma –fría– sangre?).

COCHES Y CHATARRAS

Si quisiéramos caracterizar la escritura de Aida Risso, primero deberíamos trazar un esquema de la narrativa paraguaya y buscar luego su lugar en ella. Esta está dividida en: (1) Escritura de colectivo chatarra y (2) Escritura de coche.

La primera lleva tal nomenclatura, pues su prosodia y su ritmo tienen las agitaciones y «parates» súbitos e impensados de un típico viaje en uno de nuestros fabulosos y antediluvianos colectivos chatarras («xaratas», dice el vulgo) que zigzaguean por nuestras ciudades principales.

Ni la salida ni la parada son en verdad tan importantes para ella; a veces «solo hay una parada nomás luego» que cumple simultáneamente ambas funciones; el chofer maneja su vehículo, entonces, totalmente estresado, y debe guardar una austeridad monacal –dosificar sus toneladas de chupadas de tereré– hasta llegar a la meta nuevamente.

Pero lo esencial son las microparadas, las estaciones, allí donde el humor del pasajero toca el timbre, frente a su casa, la iglesia, el motel o el Mercado 4.

Esta escritura apuesta por el itinerario, la delectación sin fin del viaje, que podemos ver como una verdadera Autopista del Sur, eso que pasa cuando el lugar de tránsito se vuelve lugar de arraigo, «living». Las micronarraciones dentro de la narración principal son su fuerza y esencia.

La escritura de coche, en cambio, es teleológica; uno va con ella a todo trapo, pasando semáforos rojos, pisando abuelitas, sorteando cráteres; lo esencial es la continuidad del viaje para llegar a destino, mantener una velocidad de crucero, la mano siempre «attenti» al acelerador y los cláxones. Es una escritura finalista per se; en lo posible, no gusta de microparadas ni de rodeos. Si fuera por su espíritu de caballero de la meta, cruzaría por tu casa con tal de llegar rápido a su destino señalado.

Aida, dentro de este esquema, es un mix de ambas tendencias, pues su andadura narrativa se detiene todo lo posible para paladear las instancias estacionarias, sin embargo, logra al final zurcir una meta o destino, aunque sin forzarla, pespuntándola naturalmente, como si no hubiera trama preestablecida para su costura final. Es decir, su hilo narrativo se aovilla aquí y allá mientras avanza, pero luego uno comprende que también tiene un sentido coherente y homogéneo en todas sus partes, a pesar de su dispersión.

Decía un escritor español actual, no recuerdo quién en concreto, quizá Marías o Benet, que hacer crítica priorizando la «bajada de caña» es fácil, y que lo difícil, lo verdaderamente artístico del crítico en el sentido de Óscar Wilde, el poeta-preso (como lo llama Burgess), es hallar, dentro del maremágnum de letras y de libros, algo bello, algo poético; cazarlo entre el caos y el exceso de información de hoy en día, donde hay más escritores que lectores. En suma, la tarea es hallar, descubrir en la maleza, no quemar el matorral para ver mejor. Yo he cumplido con esa, acaso ínfima e infinitesimal, tarea, hoy, lo digo sin retórica alguna: les he develado dónde mora una Melusina, dónde ha nacido, emergido nuevamente esa criaturilla fabulosa del bestiario medieval, gracias a miss Risso, nativa de Nueva Germania, fragmento 5 dentro de su secreta tendencia. Vayan, vean y vencerán.

Aida Risso

Secreta tendencia

Ediciones de la Ura

Colección de narrativa Paragua’u

Asunción, 2014

kurubeta@gmail.com

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