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El proceso del arte moderno paraguayo y la dictadura militar de Stroessner coinciden perfectamente en el tiempo. Comienzan el mismo año, 1954, en el que una exposición del Grupo Arte Nuevo da inicio oficialmente al primero, cuyo desarrollo se extiende hasta fines de la década de 1980, cuando el general-presidente –«with a little help from his friends», parafraseando a Lennon y MacCartney– cae derrocado. Simplificando un poco por amor a la simetría, los ciclos paralelos del estronismo y la modernidad en las artes paraguayas se cierran aquella madrugada de febrero que marca el principio de una confusa transición a la democracia que actualizará los escenarios de la miseria y la violencia para ajustarlos –todo son ajustes– a un formato de mercado.
Modernidad extraña la del arte paraguayo, desplegada en un contexto ajeno a las libertades y garantías ciudadanas caras al ideario propiamente moderno, entre oligarquías jóvenes y pobrezas antiguas, modernidad desfigurada por arcaicos mitos naZionalistas que hoy vemos regresar bajo diversas –aunque siempre semejantes– formas en el mundo entero. En esa diferida, desfigurada modernidad tuvo que cumplirse –y pese a todo lo hizo según los mismos principios y prácticas de las vanguardias internacionales– el peculiar y accidentado ciclo del arte moderno en Paraguay.
Las maniobras oscuras de la metáfora
Las peculiaridades de la modernidad artística paraguaya guardan relación con –entre otros factores locales, históricos– su contexto político inmediato. Bajo la dictadura, señala el crítico T. Escobar, muchos artistas recurren a «juegos ingeniosos, desesperados a veces»: «las maniobras oscuras de la metáfora no solamente permitieron disimular el discurso crítico y el deseo trasgresor; a través de sus rodeos y sus velos, de sus simulacros y sus silencios, también contribuyeron a cuestionar en clave de representación la legitimidad de un orden vertical y un sentido único»; así, el arte ayudó «a entrever los conflictos encubiertos por los mitos militaristas. Mitos que invocan el “Ser Nacional” como fundamento de una identidad substancial y expulsan toda diferencia considerada amenazante» (1).
Efecto del flujo de capitales generado por la hidroeléctrica de Itaipú y por las inversiones –en gran medida, parte de la corrupción de la oligarquía estronista– de las multinacionales, el brusco auge económico de la década de 1970 auspiciará un creciente mercado artístico y, con él, un cierto prestigio social del artista. Una «necesidad de ajustar formas que habían nacido tarde y crecido a las apuradas» dará al arte paraguayo «un carácter más conservador y un sentido claramente reflexivo» en esa década y la siguiente. Asistiremos entonces a ese momento de autorreflexión en el cual el arte pone en escena sus propios mecanismos retóricos y que cierra el ciclo de la modernidad artística (2). Caído Stroessner, amenazas nuevas y nuevas crisis políticas, sociales, económicas, ambientales emergerán en un fin de siglo fecundo en libertades recuperadas y desencantos inéditos, fin de siglo confuso y algo tibio –pasado ya el frío de la guerra idem– a pesar de la bronca y las recurrentes estafas de la historia. Entre posturas precarias, idearios y muros derruidos e incertidumbres generalizadas, el tiempo de las vanguardias artísticas, con su mirada puesta en el futuro y con sus claras consignas, quedaba atrás.
Mayo fue el mes
Entre los varios capítulos importantes de esta dilatada y compleja historia, uno sucede un mes de mayo hace 55 años, cuando un grupo de jóvenes artistas aparece en escena para imprimir en el arte y en los modos de hacer y de percibir el arte un giro después del cual nada sería lo mismo. Ninguno tenía más de 20 años. José Antonio Pratt Mayans, Ángel Yegros, William Riquelme, Enrique Careaga: Los Novísimos. Un cuarteto, como los Beatles, esas figuras que encarnaban tantos anhelos de una década de cambios radicales en las costumbres, las modas, las ideas, década de creciente presencia de los medios de comunicación y constante circulación de inquietudes insólitas que fomentaban ansias de actualidad y cosmopolitismo. Los Novísimos expresaron esas inquietudes y ansias. Incorporando nuevas búsquedas, medios expresivos, estrategias, temas, preocupaciones, técnicas –neofiguración, action painting, happening…– sintonizaron la producción local con el contexto internacional. Fueron años de acciones vanguardistas que, bajo la influencia del Instituto Di Tella de Buenos Aires, asustaban al provincianismo asunceno con gestos experimentales tanto de Los Novísimos cuanto de figuras individuales que sumaron sus propios aportes a ese clima mutante.
Una importante renovación de los conceptos y técnicas artísticos había llegado una década antes a Paraguay con el maestro brasileño João Rossi, que vino a nuestro país en 1950 y que sentó las bases para la formación del grupo Arte Nuevo. En 1952, en ocasión de una muestra de la artista Olga Blinder, la escritora española radicada en Paraguay Josefina Plá y Rossi escribieron lo que luego Plá llamará Manifiesto del Arte Moderno Paraguayo. Creado un año después, el grupo Arte Nuevo organizó en julio de 1954 la Primera Semana de Arte Moderno Paraguayo y la exposición, que no fue aceptada por las galerías de la época, tuvo que realizarse en diversas vitrinas comerciales del centro de Asunción.
Una década más tarde llegaron los Novísimos y el 15 de mayo de 1964 los transeúntes de la calle Palma del centro de Asunción contemplaron, entre pantalones, camisas y corbatas, sus obras expuestas en las vidrieras de los salones de la tienda Martel. Mayo fue el mes: quince días antes prepararon la muestra, que se quedó quince días más y que a principios de junio se mudó al lado, al café Capri, donde una joven llamada Laura Márquez, que no había ido a la inauguración en Martel, vestida de negro y con cabello corto, pudo ver los cuadros de aire pollockiano de Careaga, las telas abstractas y neofigurativas de Pratt Mayans, los dibujos de Riquelme, las pinturas y las chapas de metal de Yegros, que anunciaban ya su escultura, todas aquellas obras primeras preparadas para la ocasión por los Novísimos, cuya aparición saludó un artículo del crítico de arte Oscar Trinidad (ya fallecido) en la sección cultural del diario La Tribuna el 10 de junio de 1964, reseñando esa exposición que deliberadamente tomaba distancia de las experiencias vigentes hasta entonces en el ámbito local.
Y después todo fue vertiginoso
Después de eso, recordaba la curadora A. Almada (en el catálogo de una muestra retrospectiva realizada hace ya casi dos décadas), todo fue vertiginoso. En pocos meses, los cuatro jóvenes irreverentes pasaron a exponer en la II Bienal de Córdoba junto a Botero, Viteri, Szyslo y otros notables, y un año después algunos lo hicieron en la Bienal de San Pablo. En el ínterin fundaron, con otros artistas, el Teatro Popular de Vanguardia, mientras la revista Péndulo publicaba relatos de José Antonio Pratt Mayans, que acababa de ganar el Primer Premio del Concurso Literario de La Tribuna, William Riquelme recibía el Premio Kennedy del CCPA, y Enrique Careaga, en el mismo certamen, una mención de honor, y en la Primera Exposición Audiovisual de Pintura Paraguaya Osvaldo González Real incluía a Los Novísimos en el panorama del arte nacional junto a figuras como Jaime Bestard o Edith Jiménez (3).
La vocación de ruptura se declaraba desde el primer momento con el desafiante nombre de Los Novísimos como urgencia de futuro. Su contrapartida –porque el propósito de romper con lo establecido no necesariamente implica tener un programa ulterior–, la falta de una propuesta articulada, por muchos criticada como una debilidad del grupo, era justamente, indica Almada, «el secreto de su fuerza. Estaban fuera de la escuela y fuera del mercado. Y sin embargo, cada uno, a su modo, ejercitaba su compromiso con la vida y con el arte, inscribiendo una acción cuya onda expansiva todavía nos alcanza» (4).
Las vitaminas del espíritu
Han pasado cinco décadas y media. Las trayectorias de cada uno de los Novísimos han sido diversas. Pratt Mayans vive y trabaja como fotógrafo en España; Enrique Careaga falleció en Asunción en el 2014; Ángel Yegros y William Riquelme viven, trabajan y desarrollan sus proyectos artísticos en nuestro país. El colectivo tuvo corta vida, como correspondía a su función. Los Novísimos se propusieron abrir una compuerta para que ocurrieran cosas. Y no solo en el arte. Sin pretensiones políticas explícitas ni conscientes, sus actividades excedieron, no obstante, el ámbito de las artes visuales en tanto propuesta de renovación y liberación de la sociedad y la cultura paraguayas, y en los días opacos, uniformes del estronismo recordaron a todos que el principio del arte es la falta de miedo, y que, como parte de ello, el arte es también atrevimiento, vida e incluso diversión –y no se tome lo dicho como síntoma de banalidad, que banalidad y diversión no necesariamente son sinónimos, y a veces hasta son antónimos–. La gente que pasaba frente a la sastrería de Riquelme –con sus prendas de tela de colchón, sus estantes hechos de papel de pandorga y cajas de frutas tomadas del mercado (por razones económicas, no por moda hipster como nuestros palets de hoy), sus camisas estampadas con flores– cruzaba a la vereda de enfrente. En ese ambiente, crearon el Teatro Popular de Vanguardia, el Museo de Arte Moderno, que llegó a tener un acervo notable en gran parte perdido después en un misterioso (nunca investigado) incendio, con otros artistas montaron performances, se disfrazaron e hicieron happenings, bailaron, bebieron y organizaron actividades culturales en el club Le Grenier, abierto por unos franceses en una segunda planta de un edificio en Teniente Fariña, casi O’Leary (calle que entonces se llamaba Convención) y trajeron al escenario artístico paraguayo elementos fundamentales pero hasta entonces raros aquí: humor, irreverencia, osadía y una consciente voluntad de renovación; dieron a Paraguay, en suma, un lugar posible dentro del marco de una contemporaneidad idealmente abierta al mundo. No había un proyecto: no se trataba de formar una escuela, de eternizarse en una posición de autoridad, de construir poder, sino de algo completamente distinto, y aun opuesto: dar un golpe, como un golpe de estado. Los cambios son en ocasiones como las vitaminas del espíritu. Hoy, en un presente oscuro y ante un futuro incierto, es grato volver a pensar en mayo como el mes de las transformaciones y lo nuevo, el mes en el cual, desde la Antigüedad, Perséfone regresa del mundo subterráneo, Démeter florece y comienza el futuro. El mes de Los Novísimos.
Notas
(1) Escobar, T. Las otras modernidades. Notas sobre la modernidad artística en el Cono Sur: el caso paraguayo, México, 1998. Disponible en: http://www.esteticas.unam.mx/edartedal/PDF/Queretaro/complets/TicioEscobar.PDF
(2) Ibidem.
(3) Almada, A. Catálogo de la muestra Los Novísimos, 1964-2004, Asunción, Centro Cultural Manzana de la Rivera, 2004.
(3) Ibidem.
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