Mayo del 68: más ideas y menos tópicos

A medio siglo de aquella oleada de protestas que sacudió el mundo con el rechazo común a la guerra de Vietnam, esa enorme cantera de experiencias sociales que fue Mayo del 68 sigue trayendo a escena la energía creadora del descontento.

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Contra las lecturas narcisistas, generacionales, del Mayo del 68, esa oleada de protestas que recorrió el mundo y que suele cifrarse en el Mayo Francés como el más representativo, ya es hora de rescatar la complejidad enterrada, en el relato oficial, bajo los tópicos del grafiti y el desmelenamiento, el culto a la juventud y el protagonismo acaparado, a través de la figura de los estudiantes universitarios, por las clases medias.

En el caso del Mayo Francés, lo que ocurrió fue que entre nueve y diez millones de personas dejaron de trabajar en la huelga más importante de la historia de Francia; durante varias semanas, el país se detuvo. Este movimiento de masas sin distinción relevante entre sectores laborales, «generaciones», clases sociales y otras estupideces, fue reducido durante las décadas siguientes, en el relato oficial, a un conjunto de figuras, expresiones, imágenes que presentan el Mayo del 68 como un cambio de costumbres y valores acorde en el fondo con el paso de un viejo orden burgués autoritario a la nueva hegemonía de una burguesía moderna y económicamente liberal.

Este relato convierte un movimiento de alianzas entre diversos sectores para luchar juntos por solucionar problemas sociales en una rebelión generacional de la «juventud» –noción cara al sistema; más propia, de hecho, de la cultura dominante que de la sociología– contra la rigidez que bloqueaba el cambio cultural. ¿Cómo Mayo del 68 –se pregunta, por ejemplo, Kristin Ross– pudo ser reducido a categorías «sociológicas» tan estrechas como «jóvenes», «estudiantes» o «generación»?

La respuesta que da Ross es que el relato oficial nos ha hecho ver en Mayo del 68 el cliché de una «rebelión juvenil» con acentos poéticos mediante recursos reduccionistas. El primer reduccionismo es temporal: se interpreta la expresión «Mayo del 68» literalmente, como un solo mes de un solo año: habría empezado el día 3, con las primeras detenciones de estudiantes en la Sorbona, que desencadenaron las manifestaciones en el barrio Latino en las semanas siguientes, y habría terminado el 30, cuando De Gaulle disolvió la Asamblea Nacional. No llegaría a junio, cuando los casi diez millones de trabajadores de todos los sectores y de todo el país prosiguieron la mayor huelga general de la historia de Francia, en este relato relegada así al último plano, al igual que el origen mismo del movimiento: la emergencia de una oposición a la guerra de Argelia y de un radicalismo político manifiesto en recurrentes revueltas obreras durante los años precedentes. Se ocultan décadas de lucha detrás del lindo mes en el que brillan la «libertad de expresión» y el «idealismo» de los «jóvenes rebeldes», pues, como escribe Hobsbawm, el movimiento «de los trabajadores fue mucho más significativo que el gran estallido de descontento estudiantil», pero los jóvenes estudiantes brindaban «a los medios de comunicación de masas un material mucho más dramático».

El segundo reduccionismo que Ross señala es geográfico: el escenario se reduce a París, al Barrio Latino ante todo –de las manifestaciones en mayo y junio en provincias, poco o nada dice el relato oficial–. Se pierde de vista a los trabajadores en huelga en todo el país, al igual que los lazos entre obreros, campesinos y estudiantes, al igual que lo vivido en las fábricas de Caen o de Nantes, al igual que las prácticas e ideas que no caben en el paradigma liberal adoptado posteriormente por antiguos protagonistas de Mayo del 68 (el movimiento campesino del Larzac, por ejemplo, prolongado después en los ataques de la confederación campesina contra los productos modificados genéticamente, no dejó rastros en el relato oficial de Mayo del 68).

En las décadas siguientes, la oposición a la guerra de Vietnam pierde importancia en las representaciones y la iconografía de Mayo del 68 frente a la revolución sexual, y se crea en compensación otra dimensión «internacional», una serie de rebeliones amorfas e imprecisas de jóvenes de todo el mundo en pos de libertad y autonomía personales, eso que Serge July llama la «gran revolución cultural liberal/libertaria». Las reducciones temporal y geográfica ayudaron a dar a los estudiantes la exclusividad del papel de representantes y símbolos de Mayo del 68, con su escenario de barricadas y pintatas.

Aunque la politización de los estudiantes se había desarrollado en medio de relaciones con otros sectores, estos están ausentes o relegados al fondo del cuadro, cuyo primer plano llena la dorada imagen de las juventudes de las clases medias. Después de Mayo del 68, en vez de esos actores ausentes o relegados crece en el discurso sobre los derechos humanos la imagen abstracta de los «excluidos», que, privados de subjetividad política, son reducidos a figuras de la pura alteridad: o víctimas, o victimarios.

Fuera de su breve resurgir en la contracultura burguesa de mediados del siglo pasado, quizá la apuesta por la juventud podría haber sido progresista en sociedades gerontocráticas. Extinto ese orden con la revolución industrial, no dejó sin embargo de ser una apuesta política, y lo sigue siendo. Una apuesta política de derecha, por supuesto, históricamente asociada por su propio espíritu al fascismo y al nazismo, en cuyo desarrollo cumplió un papel interesante. Hoy es un síntoma de las transformaciones sociales que ha acarreado el avance del modelo neoliberal más duro y una parte central del discurso de la prensa, del discurso empresarial, del discurso político, del publicitario, del estatal... De uno u otro modo, está presente en todas las expresiones de la ideología hegemónica, en todas las variantes del discurso del poder. Un nuevo análisis del proceso de construcción retrospectiva del relato oficial del Mayo del 68 también ha de servir para analizar de un modo nuevo este tema, del cual aún no se ha escrito lo decisivo ni lo suficiente.

Hace hoy, domingo 13 de mayo del 2018, exactamente medio siglo del llamado a la huelga general convocado por los sindicatos el 13 de mayo de 1968, respuesta de los trabajadores a la represión de la revuelta estudiantil. Cerca de un millón de personas se echaron a la calle mientras los estudiantes tomaban La Sorbona. Fue la manifestación más grande que París había visto desde la liberación de la ocupación alemana. Fábricas, empresas, talleres eran tomados por obreros, que alzaban en ellos banderas rojas. El 20 de mayo diez millones de personas estaban en huelga, lo que suponía una situación revolucionaria.

De Mayo del 68 rescatamos precisamente lo contrario del relato oficial, el descubrimiento de la mezquindad y la estupidez de todas esas divisiones artificiales, excluyentes e insolidarias que favorecen la concentración de más poder en menos manos, el rechazo del absurdo y de la trampa de todas esas oposiciones de clases, de «generaciones», de naciones, de lo que sea, el salir a la calle a escuchar otras voces y a tomar la palabra.

Referencias

Kristin Ross: «Mai 68, la mémoire et l’oubli», en Le Monde Diplomatique, abril de 2008. Disponible en:https://www.monde-diplomatique.fr/2008/04/ROSS/15843

Eric Hobsbawm: Historia del siglo XX, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, Col. Crítica, 1998, 612 pp.

juliansorel20@gmail.com

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